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domingo, 22 de noviembre de 2009

••Capitulo 1O1••

El tiempo pasó tan rápido, tal como el crepúsculo de cada día, todo siguió su rumbo constante sin ser digno un descanso en el correr de las horas; los meses volaron sin cesar. Las noches sombrías adornaron el cielo, y en su explanada se estampaban las gallardas estrellas desfilando en línea con una organización epatante, cada conexión creaba la simbolización de varias formas dispersas y este percato era posible cuando mi acompañante tendía un manto blanco sobre el césped, nos recostábamos sobre este con la mirada fija al negro firmamento y me permitía apoyar la cabeza sobre su corpulento pecho mientras él palpaba mi vientre y susurraba en mi oído miles de espléndidas palabras en su posesivo tono de voz aterciopelado. Las lluvias bañaron la ciudad y como un presente, gotas de rocío danzaban por las superficies externas, ramas, verdosas hojas, y los charcos del pavimento humedecido en los que los alegres niños chapoteaban con placer y excitación; al divisar dichas escenas, mi corazón se hinchaba de gozo, imaginando que el tiempo se reducía para en un pestañear lograr el sueño de toda mujer.

Las amistades retornaron, así es, Jason y Joseph recuperaron y fortalecieron su lazo fraternal. El perdón mutuo congració la unión sin regalar un pase al rencor. Jason era la misma agregación de otro miembro más en la familia Jonas, y aseguraba con cierto fervor e impaciencia que él sería el padrino del bebé. En cuanto a Allison, no volví a saber de ella; Jason con su alto poder en la “comunicación” nos informó que flotaban rumores de que ella había viajado a Europa y al parecer no volvería. «Se fue para quedarse» consolidó.

En cuanto a mi; no hay mucho que decir, solo quedaba un corazón roto, y la típica mordida, parecida a una hemorragia interna que me desgarraba los órganos a causa de una pérdida más. Meses atrás describí no de manera concreta el encuentro de mi madre, el cómo las monjas la encontraron. Todo ocurrió así, según la versión de la Madre Superiora:
» —El sol de cada día iluminaba la tierra, ese día la el sol iluminaba de forma exagerada el bosque, tanto que sus ardientes rayos traspasaban las ramas de los árboles proyectando en el pedregoso suelo las sombras más destacadas y la humedad del aguacero del día anterior se había evaporado. Caminábamos con la intención de recorrer, después de un día bastante tenso el espeso bosque, el sol nos quemaba la piel y era posible adivinar que después del paseo nuestra piel se teñiría de un color más oscuro. Con los pies llenos de cayos nos detuvimos a tomar un descanso en una piedra lisa, la única que había. Todo era un silencio escalofriante, solo el canto de los hiperactivos pajarillos nos calmaba el ligero miedo. Pero se acrecentó cuando escuchamos quejidos de al parecer una mujer. Lamentos entrecortados, como si su voz se cohibiera con el correr de los segundos. Todas estábamos a punto de salir corriendo, pero nuestro deber nos impidió salir huyendo, y al contrario agudizamos el oído para escuchar de donde provenía tal lamento. Su rostro era tan pálido como la nieve o como un muerto viviente, y su piel tenía demasiadas heridas, la mujer apenas y se mantenía en pie.
« ¿Se encuentra bien? » le pregunté. Pero su voz se extinguía, no sé con qué fuerza se sostenía y lograba que sus cuerdas vocales transmitieran lo que parecían sus últimas palabras. «No» respondió y enseguida cayó desvanecida. Entre todas la llevamos al convento, llamamos a un doctor; nos dijo que no le quedaba mucho tiempo. Así permaneció por varias semanas, inconsciente. Un día sus ojos se abrieron, en ellos se veía la gran pena que la invadía, y con sus últimas frases expresó que la muerte estaba próxima, aún así nombró tu nombre «Ella estará bien, yo la protegeré de todo mal» informó, su mano se volvió rígida, y la vitalidad escapó de dócil cuerpo.
La resignación es difícil de alcanzar, pero… a final de cuentas es el único recurso. Asimilé su partida, y aún me duele proyectar su vivaz rostro en mis recuerdos, porque ahí es donde sigue ella, en mis memorias, en mi corazón y mis sueños. Varias ocasiones su figura se aparece en cada noche mascullando «siempre estaré a tu lado, no lo olvides», y esa sensación de «lo oculto» sigue en pie, más fuerte que nunca. El misterio ya se ha alojado, pero se rehúsa a hablar, si tan siquiera existiera una pista. Solo el amor de Joseph, el cariño de su familia y la posterior nueva llegada incrustaban en mis venas la bastante carga de energía.

Y claro, como olvidar al miembro más importante, al fruto de un amor invulnerable. Como dije, los meses pasaron, y como la naturaleza lo manda, mi vientre tomaba curvas que indican efectivamente la pronta llegada de un varón. Era de sobra decir que Joseph y yo éramos unos impacientes; contábamos los días restantes con tanta perturbación que cada minuto que pasaba era una eternidad. Todo iba a la perfección…

sábado, 7 de noviembre de 2009

••Capitulo 1OO••

Los rosales irradiaban el verde pastizal, pero solo me hacía una pregunta ¿Qué festejaban con su hermosa belleza? ¿Por qué “alegraban” en un día gris y glacial? ¿Por qué su imagen colorida y dulce aroma conseguían embelesarme?
¡Qué flores tan testarudas! Exclamé en mis adentros con el pecho ardiendo en cólera, con el alma en mil pedazos y con el corazón pendiendo del talud de mi martirio.
Contemplé las flores un par de segundos, los pigmentos hipnotizaron mis pupilas, y las espinas las penetraron, reventando el manto cristalino, dando lugar a la acuosidad copiosa. Rompí en llanto. Era difícil conservar la fuerza de mis frágiles piernas a causa del afligimiento que tiraba de mi cuerpo posesionando su fuerza y convirtiendo mis extremidades inferiores en pajillas que de a poco se flexionaron, mis rodillas colisionaron con la pedregosa superficie y todo mi peso recayó en mis pantorrillas. El álgido goteo se topaba en mi espalda, y se resbalaba por mi cálida piel, escalofriándola con cada deslizar.
No era la primera vez que me exponía a la climatología frígida, tampoco era la primera vez que perdía a uno de los seres más significativos, pero si era la primera vez en la que la lluvia acompasaba mi presencia, cada gota que rodaba por mi piel era una caricia de consuelo, y ese sonar típico de la contracción del agua y cada objeto con el que chocaba eran palabras de aliento, esta vez el viento brindaba su lugar al sonido, este sabía que era un mal consejero, y por lo tanto dejaba su lugar y lo suplantaba.
Permití que mis oídos se deploraran con la canción natural, deseaba con ímpetu captar el mensaje que ahora donaban.
—Prepárate… —susurró. —La verdad está cerca… —agregó. El susurró continuaría su frase, alisté mi sentido y cerré los párpados para alcanzar la máxima concentración…
— ¡(Tn)! ¡¿Dónde diablos estás?! —gritó.
El susurró se difuminó, fusionándose con el goteo.
La lluvia creaba una cortina acuífera algo borrosa, paulatinamente su figura se abocetó hasta dibujarse con precisión cada detalle de su rostro empapado frente a mí.
— ¡¿Qué fue lo que te dije?! ¡Te resfriarás!
No respondí, solo me limité a mirarle con desdén.
— ¡¿Qué no entiendes cuando te ordeno algo?! ¡Es por tu bien! Me preocupo y tú solamente…
— ¡Joseph! ¡¿Quieres callarte?! —reclamé ofendida, odio que me griten y eso lo he demostrado constantemente. Crucé los brazos sobre mi pecho. El agua rezumaba por mis humedecidos ropajes—. ¡Tú no eres nadie para darme órdenes! —recriminé, pero en realidad si era un alguien, un alguien importante en mi desolada vida—. ¡Quiero-Estar-Aquí! —separé cada palabra con el fin de que estas se desplomasen en el punto exacto de su meollo.
Se mordió los labios, empuñó las manos y flechó su atención al suelo. Obtuve escuchar como resollaba, como es que le borboteaba la sangre por las venas.
—Está bien —suspiró, obvio la victoria era mía, podía volver a mi mensaje y sumergirme en la completa soledad y apaciguamiento—. Tú me obligaste hacerlo.

—No era necesario jalonearme del brazo por todo el camino —me quejé frotando mi piel arrebujada y enrojecida por la fuerza de una mano furiosa.
Noté con el rabillo del ojo su rostro serio, con la mirada ida y las facciones recias.
—Date un baño y múdate de ropa, en un rato iremos al…
—Lo sé —interrumpí—. No es necesario que me lo menciones—le indiqué con la voz insustancial. Si pronunciaba tal palabra solo ocasionaría mi caída de nuevo al vacío…

La tierra era fina y húmeda debido a la lluvia, desprendía un fresco aroma. El follaje de los árboles bailaba con el céfiro y el empíreo se maquillaba con las esponjosas nubes en tonos cenicientos. El escenario era devastador y fúnebre, la energía de los cuerpos enterrados era frívola, y atería la piel de cada persona presente…
La despedida física estaba conexa, el hoyo negro en mis entrañas se retroalimentaba al contemplar como el velador con su pala retiraba la tierra, y en pocos minutos un montón de arena se adjuntaba a su lado izquierdo.

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