Los rosales irradiaban el verde pastizal, pero solo me hacía una pregunta ¿Qué festejaban con su hermosa belleza? ¿Por qué “alegraban” en un día gris y glacial? ¿Por qué su imagen colorida y dulce aroma conseguían embelesarme?
¡Qué flores tan testarudas! Exclamé en mis adentros con el pecho ardiendo en cólera, con el alma en mil pedazos y con el corazón pendiendo del talud de mi martirio.
Contemplé las flores un par de segundos, los pigmentos hipnotizaron mis pupilas, y las espinas las penetraron, reventando el manto cristalino, dando lugar a la acuosidad copiosa. Rompí en llanto. Era difícil conservar la fuerza de mis frágiles piernas a causa del afligimiento que tiraba de mi cuerpo posesionando su fuerza y convirtiendo mis extremidades inferiores en pajillas que de a poco se flexionaron, mis rodillas colisionaron con la pedregosa superficie y todo mi peso recayó en mis pantorrillas. El álgido goteo se topaba en mi espalda, y se resbalaba por mi cálida piel, escalofriándola con cada deslizar.
No era la primera vez que me exponía a la climatología frígida, tampoco era la primera vez que perdía a uno de los seres más significativos, pero si era la primera vez en la que la lluvia acompasaba mi presencia, cada gota que rodaba por mi piel era una caricia de consuelo, y ese sonar típico de la contracción del agua y cada objeto con el que chocaba eran palabras de aliento, esta vez el viento brindaba su lugar al sonido, este sabía que era un mal consejero, y por lo tanto dejaba su lugar y lo suplantaba.
Permití que mis oídos se deploraran con la canción natural, deseaba con ímpetu captar el mensaje que ahora donaban.
—Prepárate… —susurró. —La verdad está cerca… —agregó. El susurró continuaría su frase, alisté mi sentido y cerré los párpados para alcanzar la máxima concentración…
— ¡(Tn)! ¡¿Dónde diablos estás?! —gritó.
El susurró se difuminó, fusionándose con el goteo.
La lluvia creaba una cortina acuífera algo borrosa, paulatinamente su figura se abocetó hasta dibujarse con precisión cada detalle de su rostro empapado frente a mí.
— ¡¿Qué fue lo que te dije?! ¡Te resfriarás!
No respondí, solo me limité a mirarle con desdén.
— ¡¿Qué no entiendes cuando te ordeno algo?! ¡Es por tu bien! Me preocupo y tú solamente…
— ¡Joseph! ¡¿Quieres callarte?! —reclamé ofendida, odio que me griten y eso lo he demostrado constantemente. Crucé los brazos sobre mi pecho. El agua rezumaba por mis humedecidos ropajes—. ¡Tú no eres nadie para darme órdenes! —recriminé, pero en realidad si era un alguien, un alguien importante en mi desolada vida—. ¡Quiero-Estar-Aquí! —separé cada palabra con el fin de que estas se desplomasen en el punto exacto de su meollo.
Se mordió los labios, empuñó las manos y flechó su atención al suelo. Obtuve escuchar como resollaba, como es que le borboteaba la sangre por las venas.
—Está bien —suspiró, obvio la victoria era mía, podía volver a mi mensaje y sumergirme en la completa soledad y apaciguamiento—. Tú me obligaste hacerlo.
—No era necesario jalonearme del brazo por todo el camino —me quejé frotando mi piel arrebujada y enrojecida por la fuerza de una mano furiosa.
Noté con el rabillo del ojo su rostro serio, con la mirada ida y las facciones recias.
—Date un baño y múdate de ropa, en un rato iremos al…
—Lo sé —interrumpí—. No es necesario que me lo menciones—le indiqué con la voz insustancial. Si pronunciaba tal palabra solo ocasionaría mi caída de nuevo al vacío…
La tierra era fina y húmeda debido a la lluvia, desprendía un fresco aroma. El follaje de los árboles bailaba con el céfiro y el empíreo se maquillaba con las esponjosas nubes en tonos cenicientos. El escenario era devastador y fúnebre, la energía de los cuerpos enterrados era frívola, y atería la piel de cada persona presente…
La despedida física estaba conexa, el hoyo negro en mis entrañas se retroalimentaba al contemplar como el velador con su pala retiraba la tierra, y en pocos minutos un montón de arena se adjuntaba a su lado izquierdo.
¡Qué flores tan testarudas! Exclamé en mis adentros con el pecho ardiendo en cólera, con el alma en mil pedazos y con el corazón pendiendo del talud de mi martirio.
Contemplé las flores un par de segundos, los pigmentos hipnotizaron mis pupilas, y las espinas las penetraron, reventando el manto cristalino, dando lugar a la acuosidad copiosa. Rompí en llanto. Era difícil conservar la fuerza de mis frágiles piernas a causa del afligimiento que tiraba de mi cuerpo posesionando su fuerza y convirtiendo mis extremidades inferiores en pajillas que de a poco se flexionaron, mis rodillas colisionaron con la pedregosa superficie y todo mi peso recayó en mis pantorrillas. El álgido goteo se topaba en mi espalda, y se resbalaba por mi cálida piel, escalofriándola con cada deslizar.
No era la primera vez que me exponía a la climatología frígida, tampoco era la primera vez que perdía a uno de los seres más significativos, pero si era la primera vez en la que la lluvia acompasaba mi presencia, cada gota que rodaba por mi piel era una caricia de consuelo, y ese sonar típico de la contracción del agua y cada objeto con el que chocaba eran palabras de aliento, esta vez el viento brindaba su lugar al sonido, este sabía que era un mal consejero, y por lo tanto dejaba su lugar y lo suplantaba.
Permití que mis oídos se deploraran con la canción natural, deseaba con ímpetu captar el mensaje que ahora donaban.
—Prepárate… —susurró. —La verdad está cerca… —agregó. El susurró continuaría su frase, alisté mi sentido y cerré los párpados para alcanzar la máxima concentración…
— ¡(Tn)! ¡¿Dónde diablos estás?! —gritó.
El susurró se difuminó, fusionándose con el goteo.
La lluvia creaba una cortina acuífera algo borrosa, paulatinamente su figura se abocetó hasta dibujarse con precisión cada detalle de su rostro empapado frente a mí.
— ¡¿Qué fue lo que te dije?! ¡Te resfriarás!
No respondí, solo me limité a mirarle con desdén.
— ¡¿Qué no entiendes cuando te ordeno algo?! ¡Es por tu bien! Me preocupo y tú solamente…
— ¡Joseph! ¡¿Quieres callarte?! —reclamé ofendida, odio que me griten y eso lo he demostrado constantemente. Crucé los brazos sobre mi pecho. El agua rezumaba por mis humedecidos ropajes—. ¡Tú no eres nadie para darme órdenes! —recriminé, pero en realidad si era un alguien, un alguien importante en mi desolada vida—. ¡Quiero-Estar-Aquí! —separé cada palabra con el fin de que estas se desplomasen en el punto exacto de su meollo.
Se mordió los labios, empuñó las manos y flechó su atención al suelo. Obtuve escuchar como resollaba, como es que le borboteaba la sangre por las venas.
—Está bien —suspiró, obvio la victoria era mía, podía volver a mi mensaje y sumergirme en la completa soledad y apaciguamiento—. Tú me obligaste hacerlo.
—No era necesario jalonearme del brazo por todo el camino —me quejé frotando mi piel arrebujada y enrojecida por la fuerza de una mano furiosa.
Noté con el rabillo del ojo su rostro serio, con la mirada ida y las facciones recias.
—Date un baño y múdate de ropa, en un rato iremos al…
—Lo sé —interrumpí—. No es necesario que me lo menciones—le indiqué con la voz insustancial. Si pronunciaba tal palabra solo ocasionaría mi caída de nuevo al vacío…
La tierra era fina y húmeda debido a la lluvia, desprendía un fresco aroma. El follaje de los árboles bailaba con el céfiro y el empíreo se maquillaba con las esponjosas nubes en tonos cenicientos. El escenario era devastador y fúnebre, la energía de los cuerpos enterrados era frívola, y atería la piel de cada persona presente…
La despedida física estaba conexa, el hoyo negro en mis entrañas se retroalimentaba al contemplar como el velador con su pala retiraba la tierra, y en pocos minutos un montón de arena se adjuntaba a su lado izquierdo.
1 comentarios:
:) siempre me dejas con una duda en la cabeza :P... PERFECTA LA NOVELA.
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