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miércoles, 9 de septiembre de 2009

••Capitulo 92••

Su tecleo en la numeración de su celular fue instantáneo, colocó la zona del auricular en su oreja, la agudización de oído captó el timbre largo.
— ¿Hola?... Sí, lo tenía apagado, no quería que nadie me molestara… ¡Espera! Tengo que contarte algo más importante… Sí, sí lo dejé ahí, y todo por tu culpa… No me voy a callar, no creo que lo que tú me tengas que decir, tenga más interés que esto que te estoy diciendo, no entiendes… todo se arrui… ¿Qué? No estés jugando con eso, sabes lo delicado que es ¿Verdad? Claro, enseguida vamos para allá —concluyó una conversación de la que no comprendí absolutamente nada, había sido idéntico al escuchar el idioma chino, un enigma.
El misterio se presenciaba…
Guardó el teléfono móvil en su bolsillo, y con unos rasgos escépticos tiró de mi mano.
—Tenemos que irnos —ordenó frío sin posar sus ojos almendrados en los míos.
Entre todas mis preguntas pusilánimes tenía que toparme con una respuesta.
— ¿Por qué? ¿Pasó algo? —inquirí, en realidad eran dos preguntas pero era conformista con solo una de ellas en su rebatimiento. Acaricié su antebrazo y le compelé a que me oteara a los ojos.
Se le achicaron las pupilas y de manera súbita circunvaló de mi cintura apoyando la barbilla en mi clavícula.
—Pasó lo mejor, lo que hemos esperado.
Con las manos temblorosas atrapé su cráneo para llevarlo a mi dirección, mi entendimiento era incógnito, pero mis cataclismos por todo el cuerpo predecían la posible y más cercana verdad.
— ¿Qué quieres decir con eso? —modulé con la mandíbula vehemente.
Una sonrisa casi inanimada estiró las comisuras de sus primorosos labios, me apegó con mayor magnitud a su cuerpo y sus parpados se entornaron.
—Tu madre… la encontraron.
Entré en un estado de patidifusión, mis músculos se crisparon tanto que perdí el sentido de la presión de los brazos de Joseph en mi cuerpo. La siguiente fase de estupefacción se presentó cuando mi ritmo cardiovascular se aceleró, y mi respiración se entrecortó acompasada a sonidos ahogados ululares. Los últimos síntomas fueron: la voz quebradiza y la capa acuosa de los ojos. No conté que la noticia llegara a ser un golpe emocional peligroso para mi “situación” Un dolor en el estómago me obligó a embrazarme a mi misma.
— ¿Te encuentras bien? —preguntó en tono de desasosiego poniendo su mano en mi envés.
Cavilé entre lo correcto e incorrecto, quedándome en un punto medio, por una parte debía —Obligatorio— decirle de mi embarazo, pero por otra, si lo confesaba sería muy espontánea y podría causarle un golpe bajo, o una muerte cerebral. En fin estaba —por milésima vez— «entre la espada y la pared».
Un recuento de opciones sobrevoló en mi cabeza, seleccioné la errónea, por correcta al mismo tiempo: con seguridad y coraje se lo diría… en otra ocasión.
—Es solo la emoción —mentí irguiéndome, soportando el dolor que me desgarraba el interior estomacal.
Caminé hacia el auto a trompicones y una fingida sonrisa camuflaba mi intenso escozor. Me abrió la puerta —como el caballero que era— y la temperatura acogedora del auto me hizo estremecer debido que por mis venas corría la frialdad nerviosa.
La mañana había regresado a la faz de la tierra, pero no mi capacidad del habla padeciendo de dislalia con «el Jesús en la boca» pues rebosaba de plúmbeas corazonadas que me atestaban el corazón: sabía que mi madre había sido encontrada, pero… no en qué condiciones.
La casa de mi novio me enfrentaba, y también el temor por descubrir lo que me destinaba el futuro.
Tomé de la mano de Joseph para atiborrarme de confianza, y con pasos firmes nos aproximamos a la puerta, estiré la mano para girar la perilla de la puerta con los dedos hechos gelatina, tragué saliva y tras un acto de desidia empujé la puerta…

1 comentarios:

Anónimo dijo...

awintennsaa:D

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