Rasqué mi cuero cabelludo con vigor, dejándolo casi rojizo por la interacción violenta de mis uñas contra este.
Apreté los dientes, inspiré por última vez y me aseguré de tener un tono de voz claro y sin ambages.
—Escucha… —logré que mi tono sonara seguro ayudándome con una postura recta—. Esto te…
— ¡Joseph! —clamaron con energía a un volumen que retumbó cada rincón y objeto de la casa, unos pasos forzados venían en camino—. ¡¿Por qué tiraste mi calcetín al cesto de la basura?! —quiso saber Kevin con el calcetín en mano, prensándolo en un puño, sus facciones eran duras y amargadas, y el verlo así me conducía a la deducción de que solía ser muy cuidadoso con sus pertenencias, pues si estas eran maltratadas, tocadas o tiradas a la basura sin consentimiento, un gran escarmiento se llevaría el involucrado en tal crimen. Joseph.
—Bueno, lo encontré, pero ¿No te parece que ya está demasiado viejo? —opinó Joseph estirando el brazo hasta el calcetín de Kevin, pero esté lo movió bruscamente para evitar el toque de su adorada prenda.
—No, y no lo toques, ya hiciste suficiente con tirarlo en el cesto de la comida podrida —exclamó, ahora entendía la procedencia de un olor fétido, una tela recababa tanta inmundicia.
— ¡Ash! ¡¿No lo ves?! Ya tiene hasta un hoyo, no se para que quieres eso.
— ¿Qué acaso no sabes que todos tenemos algo con un valor sentimental? Me los regaló el abuelo y eso es algo muy grande y significativo para mí —explicó, tenía razón.
— ¿Por qué hiciste eso? Joe —pregunté colocándome frente a el con los brazos cruzados y frunciendo el entrecejo.
Blanqueó los ojos.
—Perdón, no lo volveré a hacer.
— ¡Já! Lo dudo —intervino Kevin.
—No volverás a ocultar los actos que realizaste sin consentimiento de nadie ¿Verdad? — ¡Pum! No me percaté que con mi amonestación mataba a dos pájaros de un tiro, eso me dio una puntada en el pecho.
—No, y lo prometo con toda mi sinceridad, con mi palabra solo porque eres tú —desvió la mirada y abalanzó una fulminante a Kevin—. De lo contrario… —refunfuñó.
—Supongo que algo es algo, acepto tu disculpa —sonrió victorioso. —Pero… —agregó—. Tendrás que lavar mi calcetín, y no quiero que sea en la lavadora, sino con tus propias manos, porque se maltrataría…
Joe abrió la boca con las palabras en la punta de la lengua, pero su hermano mayor le impidió el atropellamiento de sus contradicciones.
—Claro que si no lo haces, estarás mintiéndole a tu novia.
— ¡Oye! Yo en ningún momento le dije que haría lo que tú quisieras ¿Cierto amor? —volteó a mi con una mirada y una sonrisa demasiado persuasiva para apoyarlo y ser su cómplice en sacarlo de apuros.
— ¡Jum! «Mi amor» solo cuando te conviene, pero… lo siento por no añadir tus condiciones para que sea digno de tus disculpas, Kevin, es todo tuyo, tú sabrás que penitencias le impondrás —arqueé una ceja retadora dirigida a «Mi amor» quien solo borró su triunfante sonrisa, abocetando una rendida.
Kevin chocó su palma con la mía en señal de agradecimiento…
La noche anterior estaba abstraída bajo las sábanas, la luna como mi acompasamiento y mi almohada como uno de los sitios en los que fluía el escepticismo, la imaginación, la reflexión; a su vez trasladando a mundos fantásticos mientras el subconsciente trabaja esforzado por transmitir tras una capa oscura, al cerrar los ojos y dejarse deplorar por el cansancio. Aún estaba despierta, con la mirada enfilando al techo hurgando entre mis vivencias pasadas, presentes y futuras, y todas sumamente importantes, como el pensar que en cuestión de horas sería una joven con diecinueve años cumplidos, esa cifra me llevaba a recordar el porqué se había quedado marcada fervorosa, cuando la escuché de los labios de la persona que llegó a ser mi centro magnitud.
La edad a la que me casaría con Jonathan…
Su plática fue enfocada en su futuro a mi lado y tal como una tabla tallada de letras se plasmaba aferrada por ser encontrada bajo mis arrumbados recuerdos, ahora era descubierta y la examinaba a fondo.
»Bueno, cuando tengas 19 nos casaremos.
Resonaba en mis tímpanos su frase tan corta pero tan doliente una vez rebuscada…
Apreté los dientes, inspiré por última vez y me aseguré de tener un tono de voz claro y sin ambages.
—Escucha… —logré que mi tono sonara seguro ayudándome con una postura recta—. Esto te…
— ¡Joseph! —clamaron con energía a un volumen que retumbó cada rincón y objeto de la casa, unos pasos forzados venían en camino—. ¡¿Por qué tiraste mi calcetín al cesto de la basura?! —quiso saber Kevin con el calcetín en mano, prensándolo en un puño, sus facciones eran duras y amargadas, y el verlo así me conducía a la deducción de que solía ser muy cuidadoso con sus pertenencias, pues si estas eran maltratadas, tocadas o tiradas a la basura sin consentimiento, un gran escarmiento se llevaría el involucrado en tal crimen. Joseph.
—Bueno, lo encontré, pero ¿No te parece que ya está demasiado viejo? —opinó Joseph estirando el brazo hasta el calcetín de Kevin, pero esté lo movió bruscamente para evitar el toque de su adorada prenda.
—No, y no lo toques, ya hiciste suficiente con tirarlo en el cesto de la comida podrida —exclamó, ahora entendía la procedencia de un olor fétido, una tela recababa tanta inmundicia.
— ¡Ash! ¡¿No lo ves?! Ya tiene hasta un hoyo, no se para que quieres eso.
— ¿Qué acaso no sabes que todos tenemos algo con un valor sentimental? Me los regaló el abuelo y eso es algo muy grande y significativo para mí —explicó, tenía razón.
— ¿Por qué hiciste eso? Joe —pregunté colocándome frente a el con los brazos cruzados y frunciendo el entrecejo.
Blanqueó los ojos.
—Perdón, no lo volveré a hacer.
— ¡Já! Lo dudo —intervino Kevin.
—No volverás a ocultar los actos que realizaste sin consentimiento de nadie ¿Verdad? — ¡Pum! No me percaté que con mi amonestación mataba a dos pájaros de un tiro, eso me dio una puntada en el pecho.
—No, y lo prometo con toda mi sinceridad, con mi palabra solo porque eres tú —desvió la mirada y abalanzó una fulminante a Kevin—. De lo contrario… —refunfuñó.
—Supongo que algo es algo, acepto tu disculpa —sonrió victorioso. —Pero… —agregó—. Tendrás que lavar mi calcetín, y no quiero que sea en la lavadora, sino con tus propias manos, porque se maltrataría…
Joe abrió la boca con las palabras en la punta de la lengua, pero su hermano mayor le impidió el atropellamiento de sus contradicciones.
—Claro que si no lo haces, estarás mintiéndole a tu novia.
— ¡Oye! Yo en ningún momento le dije que haría lo que tú quisieras ¿Cierto amor? —volteó a mi con una mirada y una sonrisa demasiado persuasiva para apoyarlo y ser su cómplice en sacarlo de apuros.
— ¡Jum! «Mi amor» solo cuando te conviene, pero… lo siento por no añadir tus condiciones para que sea digno de tus disculpas, Kevin, es todo tuyo, tú sabrás que penitencias le impondrás —arqueé una ceja retadora dirigida a «Mi amor» quien solo borró su triunfante sonrisa, abocetando una rendida.
Kevin chocó su palma con la mía en señal de agradecimiento…
La noche anterior estaba abstraída bajo las sábanas, la luna como mi acompasamiento y mi almohada como uno de los sitios en los que fluía el escepticismo, la imaginación, la reflexión; a su vez trasladando a mundos fantásticos mientras el subconsciente trabaja esforzado por transmitir tras una capa oscura, al cerrar los ojos y dejarse deplorar por el cansancio. Aún estaba despierta, con la mirada enfilando al techo hurgando entre mis vivencias pasadas, presentes y futuras, y todas sumamente importantes, como el pensar que en cuestión de horas sería una joven con diecinueve años cumplidos, esa cifra me llevaba a recordar el porqué se había quedado marcada fervorosa, cuando la escuché de los labios de la persona que llegó a ser mi centro magnitud.
La edad a la que me casaría con Jonathan…
Su plática fue enfocada en su futuro a mi lado y tal como una tabla tallada de letras se plasmaba aferrada por ser encontrada bajo mis arrumbados recuerdos, ahora era descubierta y la examinaba a fondo.
»Bueno, cuando tengas 19 nos casaremos.
Resonaba en mis tímpanos su frase tan corta pero tan doliente una vez rebuscada…
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