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miércoles, 19 de agosto de 2009

••Capitulo 89••

— ¿Por qué te fuiste?... Te extraño… —sollocé. Esa corriente salada que era protegida por una presa fornida, que eran mis lagrimales, perdieron fuerza dejando un paso acuoso mojando mis pómulos.
Mientras recababa información mental de sus últimas palabras con un masoquismo exorbitante, puntualicé el tema que no fue resuelto en aquel tiempo…
— ¡El libro! —vociferé, me senté de un salto recayendo el peso de mi torso en mas palmas de mis manos prendadas al colchón.
A trompicones busqué entre mis cosas esperando encontrar el objeto valorativo que quedó inconcluso en el viaje de avión. El desorden fue lo menos insigne, regué todas mis vestimentas por todo el piso, mis palpadas por el interior de mi mueble captaron algo duro, áspero al tocar los costados, había encontrado el libro deseado.
La madrugada estaba próxima eliminando la sombría noche, y dando paso exclusivo al sol por el este.
Principié el hojeo hasta la página en que indicaba mi llegada en una parte mínima de la lectura. Revisé con atención cada hilera de letras tratando de explorar el mensaje que me daba Jonathan al pedirme leerlo.
El cerrojo de la puerta comenzaba a tambalearse, alguien intentaba entrar a mi recamara, así que en una forma instantánea metí el libro por debajo de la almohada, me hundí entre las sábanas cubriendo mi cara para darle tiempo a el dorso de mi mano para limpiar el rastro seco de líquido, finalmente quité las sábanas de mi rostro y entorné los ojos simulando mi dormir, pero con un pequeño hueco que daba una vista complicada al individuo que por ese momento cruzaba el umbral de la puerta.
Su rostro impecable y siempre libre de impurezas con una adornada sonrisa estaba frente a mi cara en una calefacción a mis gélidos y pétreos labios inmóviles con una perfecta actuación. Mis labios eran masajeados por una capa carnosa y caliente que devolvía a mi cuerpo una temperatura exagerada.
Mi papel de actriz había llegado muy lejos, así que tomaba en cuenta mi práctica.
Gañí “adormilada” entre sus labios moviendo la cabeza en una dirección contraria a ellos.
— ¿Joe? —susurré con una voz enclenque, abriendo los ojos lentamente como si la luz del día fuera primeriza a mi vista.
— ¿Acaso sabes qué día es hoy? —preguntó presionando mis mejillas.
— ¡Ay! Suéltame, detesto que hagan eso —me quejé quitando sus manos de mi rostro.
— ¿Sabes qué día es hoy? —repitió.
—Sí, el maldito día en que me hago más vieja —dije sarcástica.
Frunció los labios, dubitativo.
—Exacto, y creo que hoy las sorpresas no se acabarán, una tras otra.
Suspiré desviando la vista.
—No es necesario, tú sabes cual sería el mejor regalo este día —avisé, con un comportamiento amargo, nada idóneo para la persona a la que me dirigía, un inocente excluido de toda culpa, desquitándome injustamente.
—Te atañes a…
—Sí, Joe, a mi madre… encontrarla sería mi mejor regalo… pero es imposible que puedas dármelo tú, así que olvida que lo mencioné.
—Emm… no se que decirte, si estuviera en mis manos te hubiera dado ese regalo hace mucho tiempo —se excusó en un tono asustadizo y oprimido.
—Perdón, sé que no es tu culpa, que estoy descargando todo mi dolor en ti, cuando no lo mereces, cuando tú y tu familia me han abierto las puertas y brindado su ayuda incondicional —me disculpé, lo más correcto, estaba dolida pero no era motivo para ofender a cualquiera que se me pusiera en frente. Ni mucho menos con la persona que amaba actualmente.
Se acercó a mí besando mi frente amonando mis venas.
—Estoy preparada para una sorpresa tras otra —sonreí galvanizando mi ímpetu.
Saqué mis piernas colgándolas en el borde del colchón buscando con los dedos de mis pies mis pantuflas.
— ¡Feliz cumpleaños (tn)! —congratuló la familia, cada uno de los integrantes me estrechó en un abrazo caluroso, pero ninguno ganó el título que Joseph había conseguido al sostenerme en un lapso de tiempo duradero robando todo el aire de mis pulmones en un vacío agotador que él mismo llamó «The great hug for the bride of the birthday» nombre largo para su record, entendible y significativo para él.
Claro, no faltó el pastel, los regalitos de parte de sus padres y hermanos, como Kevin que de nuevo demostraba su obsesión por los calcetines al darme unos con diseños de gatos en la parte del tobillo.
— ¡Oh!... Gracias Kevin… los gatitos le dan un toque… tierno a estos lindos calcetines… serán los de la suerte —le guiñé el ojo.
— (Tn)… esto es para ti —dijo Frankie con una bolsa decorada entre sus deditos.
—Frankie, gracias, gracias, gracias, pero… ¿Qué es? —pregunté abriendo la bolsa, su contenido llegó a sorprenderme. —Una… ¿pista de carros?
—Sí, ¿Y sabes cuales carritos andarían perfecto en ella?
— ¿Cuales?
— ¡Pues los míos! —exclamó entusiasmado.
— ¿Y que te parece si inspeccionas que tus carritos conduzcan sin fallas en mi regalo? —sugerí, pensé que el juguete tenía más coherencia en el niño que en mi, aunque un juguete me recordaba…
— ¡Genial!
—Oye Joe, pero creo que tú eres el único que no le ha dado algo a (tn)… y eso que eres su novio —estimó Nick sentándose en el brazo del sillón con la boca llena de pastel.
— ¡Nick! Eso no es necesario, no porque sea mi novio está obligado a darme algo, su compañía es el mejor regalo que él puede darme —intervine, me sentía demasiado elogiada por la familia.
—Bueno por que mi regalo será uno muy especial.

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