—Joseph, no tengo tu tiempo ¿Sí? ¿Sabes cuanto estuve esperando este momento? ¿Sabes cuanto he sufrido con su ausencia?... Creo que no lo entiendes, tengo que verla ya, quiero… estrecharla entre mis brazos y pedirle perdón por mis errores, así que, no me entretengas, lo que tengas que decir dilo en este instante, fuerte y claro —proliferé en orden, mi tono de voz alcanzó un límite acusativo.
—Mi amor —se adelantó un paso y tomó mi rostro intrincado apegando su frente a la mía—. Esto… es algo…
—Impreciso, delicado —inmiscuyó la monja a nuestras espaldas, su voz impregnaba amargura—. Usted debería escuchar antes de actuar, no sabe las indicaciones y está restringiendo las reglas —me sermoneó, pero aún así mi mente se concentraba en enmarañas que era imposible desenredar sin explicaciones, ni teorías.
— ¿Qué es lo que ocurre? No veo razones que me impidan entrar ahí y ver a mi madre —me amparé con mis propias deducciones.
—Yo le diré lo que pasa ahí dentro, y…
—Sor Magdalena… no creo que sea lo correcto —terció Joseph.
— ¿Delicado? ¿No es lo correcto? No comprendo, ¿Alguien sabe algo que yo no? Explíqueme por favor —quise saber, mi pregunta había sido más relacionada a una afirmación, ellos rebosaban del conocimiento que era ignoto en mi mente y yo pedía a ruegos oírlos.
La mirada de Joseph reflejaba temor, y sus pupilas saldrían disparadas en cualquier momento por una estela de nerviosismo, en cambio, la monja me miraba fijo, y de su boca era seguro escuchar lo que me llenaba de dudas.
—El estado de su madre es crítico, y antes de salir despavorida, usted, señorita, tenía que esperar a que le contara como fue que ella llegó aquí…
—Espere ¿A qué quiere hacer referencia cuando dice crítico?
—Que su madre puede mo…
— ¡No lo diga! —extinguí su frase, completarla era el pulverizar mis únicas esperanzas, el cascar mi sueño, fundir la parvedad de llama que abrasaba el mechón de mi vela…
— ¡Déjame pasar! ¡Tengo todo el derecho de entrar ahí! ¡No me interesa lo que piensen los demás! ¡Estoy harta de que apenas recupero lo más preciado y ahora me lo arrebatan! —grité con las lágrimas rodando mis mejillas, resonando cada muro; él era la persona excepcional que soportaba mis alaridos, que se obstinaba en impedirme el paso a una dramaturgia apesadumbrada.
—Sabes que podrías causarle daño ¿No?
— ¿Y tú sabes que tan dañada estoy yo? —le acucié con la mirada tomando de su brazo y retirándolo de mi cintura, mi frase fue el arma que desvaneció el encadenamiento, giré de la perilla de la puerta no sin antes mirarlo de soslayo.
Volteé la cabeza, me encogí de hombros, cerré los párpados y me introduje en la habitación, podía aprehender con el sentido del olfato el aroma a medicamentos, y enganchar en mi mente miles de recuerdos junto a ella, que rápidamente fueron tomados por mi subconsciente como una realidad, revivían dentro de mí, y una vez al ser presa de estos detestaba el tener que abrir los ojos, erguir la mirada y ser una infeliz de nuevo, una víctima a las ilusiones que se van como los segundos…
—Mi amor —se adelantó un paso y tomó mi rostro intrincado apegando su frente a la mía—. Esto… es algo…
—Impreciso, delicado —inmiscuyó la monja a nuestras espaldas, su voz impregnaba amargura—. Usted debería escuchar antes de actuar, no sabe las indicaciones y está restringiendo las reglas —me sermoneó, pero aún así mi mente se concentraba en enmarañas que era imposible desenredar sin explicaciones, ni teorías.
— ¿Qué es lo que ocurre? No veo razones que me impidan entrar ahí y ver a mi madre —me amparé con mis propias deducciones.
—Yo le diré lo que pasa ahí dentro, y…
—Sor Magdalena… no creo que sea lo correcto —terció Joseph.
— ¿Delicado? ¿No es lo correcto? No comprendo, ¿Alguien sabe algo que yo no? Explíqueme por favor —quise saber, mi pregunta había sido más relacionada a una afirmación, ellos rebosaban del conocimiento que era ignoto en mi mente y yo pedía a ruegos oírlos.
La mirada de Joseph reflejaba temor, y sus pupilas saldrían disparadas en cualquier momento por una estela de nerviosismo, en cambio, la monja me miraba fijo, y de su boca era seguro escuchar lo que me llenaba de dudas.
—El estado de su madre es crítico, y antes de salir despavorida, usted, señorita, tenía que esperar a que le contara como fue que ella llegó aquí…
—Espere ¿A qué quiere hacer referencia cuando dice crítico?
—Que su madre puede mo…
— ¡No lo diga! —extinguí su frase, completarla era el pulverizar mis únicas esperanzas, el cascar mi sueño, fundir la parvedad de llama que abrasaba el mechón de mi vela…
— ¡Déjame pasar! ¡Tengo todo el derecho de entrar ahí! ¡No me interesa lo que piensen los demás! ¡Estoy harta de que apenas recupero lo más preciado y ahora me lo arrebatan! —grité con las lágrimas rodando mis mejillas, resonando cada muro; él era la persona excepcional que soportaba mis alaridos, que se obstinaba en impedirme el paso a una dramaturgia apesadumbrada.
—Sabes que podrías causarle daño ¿No?
— ¿Y tú sabes que tan dañada estoy yo? —le acucié con la mirada tomando de su brazo y retirándolo de mi cintura, mi frase fue el arma que desvaneció el encadenamiento, giré de la perilla de la puerta no sin antes mirarlo de soslayo.
Volteé la cabeza, me encogí de hombros, cerré los párpados y me introduje en la habitación, podía aprehender con el sentido del olfato el aroma a medicamentos, y enganchar en mi mente miles de recuerdos junto a ella, que rápidamente fueron tomados por mi subconsciente como una realidad, revivían dentro de mí, y una vez al ser presa de estos detestaba el tener que abrir los ojos, erguir la mirada y ser una infeliz de nuevo, una víctima a las ilusiones que se van como los segundos…
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