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martes, 17 de marzo de 2009

••Capitulo 3••

El tiempo pasa en un santiamén tres años en los que ahora daba un giro a mi vida…

El recuerdo de Jonathan perduró por todo este tiempo, como también esa necesidad de buscar a esa persona salvadora, la que evitó mi error. El único recurso o testigo de su presencia era mi madre, pero me empeñé a no volver a entablar la conversación para esquivar los malos entendidos que solían flanquearnos a mi madre y a mí.

Fue el día mas ajetreado, teníamos que empacar debido a que a mi madre le habían ofrecido un trabajo como docente en una de las mejores Universidades de California gracias a su desarrollada y empeñada labor profesional.
El tenerla a mi lado con su profesión me ofrecía la oportunidad de tener un maestro particular o una computadora programada a dar la información adecuada, completa y clara, y por esta razón el término «Colegio» no se encontraba en mi diccionario, ya que no asistía a este, con la enseñanza de mi madre era mas que suficiente. Ahora ella se regía por un frase: «Creo que necesitas socializar con personas de tu edad» ¿Por qué la decía? Había decidido inscribirme en ese Colegio aprovechando que mis conocimientos merecían una beca, la cual consiguió, dejando atrás los pagos excesivos solamente de la mitad del curso.

Texas era mi hogar, pero sería abandonado y reemplazado por una nueva Ciudad, en la que tal vez dejaría los malos recuerdos atrás para dar paso a un destino con una vida diferente.

-¡(tn)!- gritó mamá desde el vestíbulo.
-¿Que paso?- contesté desde mi recamara.
-¿Ya esta todo listo?-
-No creo que no... Solo me falta...- examiné a mi alrededor, para cerciorarme de que mis pertenencias estuvieran completas y ordenadas dentro de las cajas. Efectivamente, algo sobraba, la caja que estaba al fondo de mi armario; la bajé con mucho cuidado, no sabia su contenido pero aún así no quería que se maltratara.
Estornudé, estaba llena de polvo, la sacudí y la abrí lentamente, sin esperar lo que tenia dentro, « ¿Qué tendrá? » me pregunté, la curiosidad me mataba, sentí una emoción parecida a la que tenía una niña pequeña cuando recibía el regalo más grande el día de su cumpleaños.
-¡Wow!- exclamé con sorpresa, eran recuerdos de mi noviazgo con Jonathan, fotos, cartas, peluches, pulseras y detalles llamativos, todos regalados de él para mí.
Decidí guardar todo esto en un baúl, mientras juntaba todo esto acomodando de uno por uno, tomé un libro, el que con una memoria excelente recordé, un regalo de un día posterior a su muerte, este lo leería durante el viaje, así que lo metí en mi bolso y continué llenándome de nostalgia al mirar con detención los artilugios.
Ya estaba todo listo, guardado en cajas de variados tamaños […] Esa noche mi madre y yo tuvimos que dormir el piso —Todo un sacrificio— de la sala con una manta, ya que toda la casa estaba hecha un desastre…

La luz de la mañana me llegaba más intensa que encandilaba mis ojos, miré el reloj de mi celular aún adormilada, pero lo que logró despertarme por completo fue el notar la hora, ¡Las 7: OO a.m.! Era tardísimo, todavía tenía que desayunar, bañarme, vestirme, peinarme, en fin una extensa lista de cotidianas actividades apretaba mi horario en ¡3 horas! era poco tiempo del que disponía para realizarlas.
Mi madre ya estaba en lo que había sido la cocina, preparaba unos sándwiches, me zampé la comida lo mas rápido que pude y subí a bañarme, me puse un vestido un poco corto y unas zapatillas altas, después de un rato ya estaba preparada con quince minutos libres para un suspiro de cansancio.
El camión de la mudanza había llegado a recoger todas nuestras pertenencias para trasladarlas a nuestro nuevo hogar, pero las horas parecían durar solo sesenta segundos…

-¡Por Dios! ¡Ya es tardísimo!- exclamó mamá, inmediatamente llamó a un taxi que nos llevaría al aeropuerto.
La bocina sonó cuando menos lo pensé, tomamos nuestro equipaje, y salimos de la casa, subimos al auto, este arrancó, observaba por el retrovisor el como poco a poco nos alejábamos; el día era tan nublado que parecía que una tormenta se avecinaba con el resoplar de los vientos…

-¡Anda (tn) que nos va a dejar el avión!- bajó mi madre apresurada.
Íbamos con el paso a todo lo que daba sin parar en un solo momento arrastrando maletas, yo me arrepentía de haber usado zapatillas, estaba exhausta.-¡Corre!- gritó, mis zancos se agotaban a medida que avanzaba más, hasta llegar a entorpecerse, e incluso dando ligeros empujones a las personas que espetaban mi ruta, pero no logré ser tan astuta y un cuerpo chocó con el mío…

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