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miércoles, 12 de enero de 2011

Capítulo 1O4

Bueno, pues al fin y lo sé después de tanto tiempo me puse a escribir, algo realmente largo en lo que tardé semanas para idear como es que quedaría este capítulo, siento que al fin pude recompensar las suplicas pidiendo capítulos más largos. Asimismo cumplir mi promesa de continuar.
Sucedieron demasiados percances que me obligaron a dejar esto a un lado, y lo siento en realidad.
Amé el trabajo, siento que la historia fue algo muy nuevo, pude experimentar demasiados sentimientos, opiniones, total, quedé muy satisfecha, pero... no del todo, pienso mejorar esta historia no se... tal vez agregando algo, poniendo un nombre fijo a la protagonista, (que lo estoy pensando por cierto y no me caerían mal unas sugerencias de su parte), o mejor aún, corregir diálogos anteriores, que gracias a mi inexperiencia no me convencieron mucho, me dejé llevar por lo que antes todos hacían, escribir una historia, sin darme cuenta que en verdad quería escribir algo más llegador, diferente, y mi perfeccionismo me hizo querer tomar un papel de una escritora profesional, (que no lo soy) pero quería intentarlo.
Ok, ya dejo a un lado mis palabras despidiéndome, disculpándome, y agradeciendo que hayan estado conmigo en esto, porque al final, sin lectores, ¿qué valdría mi trabajo? no creo que mucho.

PD. Me gustaría (toménlo como una obligación, bueno no tanto) que escribieran en los comentarios su opinión, no sé, si les gusto, si falto algo, como les dije anteriormente, una sugerencia para el nombre de la protagonista, también si no les gustó, qué falta... ustedes tienen la última palagra. GRACIAS. :D

_______________________________________________



El sol se alzaba esplendecente sobre el este y mermaba su luz sobre el occidente, abandonando la tierra y saludando a la luna que asistía a su turno nocturno. Así pasaron los días, permanecimos yo y mi madre sentadas contemplando con hastío las blanquecinas paredes que parecían reducir el espacio en cada minuto. La situación desmejoró para mí, estaba prácticamente atada a una cama, en observación aún por semanas que fueron eternas, mas porque no tenía escapatoria a mi madre preguntando ávida de mis ilusiones rotas, que ya sabía de principio a fin.
— ¡¿Un hijo?! Todavía eras joven, pero tomaste torpemente una decisión importante en la vida de una mujer ¿Lo sabías?
— ¡Mamá! —chillé, interrumpiendo su riña por algo… sin sentido.
— No —gritó—. Claro que no lo sabías, los adolescentes de ahora son tan testarudos y no piensan en las consecuencias.
Toqué mis molares con la punta de la lengua y cerré los ojos, pude escuchar mi pecho subía y bajaba con respiraciones profundas que trataban de calmarme, y así mismo indagar en mi mente ¿Por qué le conté algo así? ¿Qué era lo que no entendía de la palabra «irreal»?
—Tuve la impresión de que esto pasaría —pensé en mi fuero interno.

Sonreí con satisfacción el día en que me dieron de alta, ahora era testigo de las emociones que experimentaban los presos al cumplir sus años de sentencia. ¡Libertad!
—Espera fuera, yo recogeré las cosas que quedaron en la habitación —dijo, y esa era una orden que cumplía gustosa, ¿Para qué desobedecerla? Era aburrido acomodar, y era ella la que se había ofrecido. Y antes de que pudiera poner un pie fuera del umbral, la escuché pronunciar mi nombre en un inaudible tono, por un momento pensé que solo había sido una jugarreta de mi subconsciente, o del aire que bisbiseaba suavemente sobre el lóbulo de mis orejas, pero esta idea cayó desaprobada cuando mi madre volvió a llamar.
Giré el cuello, y me incorporé de nuevo frente a ella, extrañada por su expresión dubitativa, y abatida al mismo tiempo.
—Hay algo que olvidé entregarte —flechó la mirada al suelo, mordió su labio inferior, suspiró y rebuscó algo entre su bolso, escuché claramente como algunos de los objetos interiores colisionaban haciendo notar claramente que el contenido era en su mayor parte maquillajes.
—El libró que jamás leí por completo —dije para sí cuando se dejó ver una parte de el entre el cuchitril de mi madre.
—Lo encontré hace unos días entre tus cosas, y pensé en traerlo —se puso cabizbaja, como si estuviera arrepentida de haberlo cargado. Tal vez por su mente merodeaba la idea de que aún se presentaría la nostalgia en mí después de enfrentarme con pertenencias pasadas.
Estiré los brazos para tomarlo en manos, cuando una extraña sensación merodeó por cada rincón de mi cuerpo, después al sentir su textura irregular sobre la yema de mis dedos abocete inconscientemente una ligera sonrisa y cada energía negativa que penaba en mi interior huyó, para invadirme de calma.
—Tenía razón, yo… yo no debí entregártelo, no en este momento, lo siento, si quieres podría…
—No es necesario, te lo agradezco, estoy bien y creo que leer un rato allá fuera no me caería mal —la interrumpí, la culpa la estaba repudriendo, y yo no le reprochaba el haber puesto ese recuerdo de nuevo frente a mis ojos, era uno de los más lindos que tenía.
—Esta bien, yo seguiré acomodando todo —tomo de mi rostro y condujo sus labios a mi frente, acarició mi cabello, rebuscando sus dedos entre cada mechón, después se retiró un poco y me regaló una sonrisa serena, que me dejó en claro que mis palabras le llevaron a recobrar la calma.

Me quedé observando a detalle mí alrededor, sentada con la espalda holgada en la pared, hojeando el prólogo, el frío se hacía presente, tal como si la muerte estuviera rondando en busca de almas destinadas a acompañarla a otro mundo. Me froté los brazos y quedé estática al escuchar un sonido vociferante que provenía del fondo del pasillo, mis pupilas se aferraron en ese punto, y mis oídos se convirtieron en esclavos dedicados a la completa atención del llamado. Sentí una punzada en el pecho, la cual me hizo decidir incorporarme y dar mi primer paso, para comenzar mi recorrido. Sin prestar importancia a nada, excepto a la voz que aclaraba su mensaje; Caminé con los sentidos hechizados. A medida que me acercaba mi respiración se agitaba, llegué a percatarme de que ya no era consciente de mis pensamientos.
Tomé de la manija de la puerta que contraponía mi camino, y la giré, enseguida un viento torrencial me golpeó el rostro, pero eso no dificultó para que la voz se posesionara de mi mente, y me invitó a adentrarme a la cámara frígida. Estaba en la azotea… de nuevo.
Mi vitalidad disminuía, sentía recaer un gran peso en las platas de mis pies, incluso, el sostener el libro era un esfuerzo que no duraría por mucho; y así fue, la pasta de éste resbaló con más facilidad cuando el calor de mi anatomía comenzó a producir un sudor que se desprendía de la mayor parte de mi piel. Solo escuché el golpe en el suelo, alcancé a mirar de reojo como se abrió por la mitad. El aire aumentó su intensidad y revoloteó cada hoja del libro, mi mirada se mantenía atenta a la luna, pero cambió su blanco a una hoja de papel doblada, encajada entre las páginas y la pasta.
Me puse en cuclillas, la cogí y desdoblé con la intención de averiguar el enigmático contenido.

Noviembre, 27

“Para mi adorada (tn)”

Mi amor, tu sabes que yo no soy muy bueno escribiendo cartas, pero cuando el corazón le dicta todo es más fácil.
Ayer me preguntaba cuanto tiempo era el que habíamos pasado juntos, no supe exactamente, (no creo que sea de tu desconocimiento que carezco de una memoria acertada) lo que si sabía era que cada minuto que pasaba contigo era mágico, era abrir una puerta en la que detrás de ella existía oscuridad, penetrándose en ella todo era luz, la luz de tus ojos, de tu sonrisa […]
Sentir el sabor de tus labios era hundirse por completo en un mar lleno de miel, tocar tus manos era sentir las yemas de mis dedos acariciar las nubes, olisquear tu aroma me emanaba paz, amor, alegría, felicidad, pureza, demasiadas cosas más que si las escribo no me alcanzaba ni un cuaderno, ni el número de páginas de una biblia, al igual que expresarte cuando es que te amo.
Se que si no te tengo cerca, me asfixio, mi espacio se colapsa (he por eso cada llamada en quince minutos constantes, de hecho ahora tengo que pagar el recibo telefónico a reclamo de mi madre).
Tuve una inquietud esta noche, pasé horas sin conciliar el sueño y esto era lo único que lograba contener a mi mente mal agüeros, sobre todo cuando me planteé en la mente el significado del tiempo, por esa razón, te prometo que siempre estaremos juntos, y si algún día rompo mi promesa, no te detengas, deseo sinceramente que seas feliz con la persona que tu consideres la correcta, porque aunque sepa que tú no serás para mí, si tu eres feliz, yo lo seré igual. Si no es así, si nuestro destino permite nuestra unión, tú y yo formaremos una familia, como siempre lo anhelamos, nos casaremos, tendremos miles de hijos (no te quejes), y al primero de ellos le llamaremos Adam, y todo por la madre caprichuda que tendrá.

Recuerda que siempre te amare.

Eternamente a tu lado. Jonathan.


Después de leer la carta posé la mirada al frente, la vista se perdía y desvanecía sin complicación alguna, las luces de los edificios centelleaban entre mis pupilas, sentía como ese brillo aumentaba su intensidad tras una capa húmeda que terminaría por romperse y dejar correr sobre mis mejillas, que si una vez fueron sonrosadas, ahora extraviaban su color, se volvía lívidas.
Unos pasos apresurados venían hacia mi, su respiración estaba acelerada, pareciera que pareciera que me hubiera buscado por todos los rincones del hospital, sin pensar en dar conmigo hasta cruzar esa puerta e introducirse a un ambiente totalmente desconocido por su temperatura corporal, en donde el aire le refutaba a los tímpano su importuna presencia.
— ¿Qué te ocurre? ¿Por qué estás aquí? —la angustia le invadía las cuerdas vocales.
En cambio yo sentía el alma desprenderse de mis entrañas, encrespar mis músculos y desaparecer el aliento, provocando mediante un movimiento nasal, acaparar todo el aire posible, para no perder la razón.
De repente sus brazos me envolvieron, compartí su calor, y mi cuerpo recuperó la flexibilidad de las articulaciones.
—Madre, quiero ir a casa —vocalicé con una voz gutural, con un aspecto tétrico asemejando emerger de las tinieblas.
Sus pulgares dieron dispersaron movimientos circulares sobre mi rostros, y articuló sin canguelo alguno en una voz desorbitadamente aterciopelada, con partículas distinguidas de zozobra —Lo que tu digas, cariño.

Habían pasado varios días desde que descifré el englobado de la misiva, adicionando así una nueva duda en mi lista. ¿Qué era lo que había ocurrido con mi vida? Todo daba giros desenfrenados en mis pensamientos, no lograba descifrar el sentido de lo que acontecía, y por lo visto las señales no llegaban a mí por sí solas «el que busca encuentra» recordé en mi fuero interno. Salté de la cama a trompicones, bajé las escaleras y encontré a mi madre sentada en el comedor, dando vueltas incesantes con la yema de su dedo índice en el reborde de su taza de café cargado, como a ella le gustaba.
Una vez cerca, arrastré la silla, a pesar del chirrido arañando el suelo no se percató de mi presencia. Me situé frente a ella y puse mi mano sobre el dorso de la suya, ahí fue cuando esa interacción la llevó a recobrar la atención.
— ¿En qué piensas? —inquirí con un dejo de interés.
—No es nada, solo hoy no amanecí con ánimos —se excusó, y permitió también entrever que todo se trataba de una mentirilla para camuflar el alarido de su elucubración.
— ¿Por qué no me relatas la razón de tu silencio? —insté esperando su aprobación para confiar en mí como antes lo hacía.
—Es que no hay nada que decir, solo eso.
Arqueé una ceja y decidí cambiar la conversación, solo un poco, sabía a la perfección que ella no tenía la respuesta a todas las incertidumbres que me acechaban, excepto una, que llegó a fulgurar mi mente, rememoré la escena del hospital, cuando le dilucidaba mis experiencias fantasiosas con el personaje de ensueño que consiguió plasmar de nueva cuenta una sonrisa en mi rostro, y el eslogan en mi frente con la palabra “amar”, y me detuve justo donde mi madre interrumpió la conversación por uno de los discursos: “los errores de los adolescentes”, donde yo era la responsable por traer un hijo en vida.
—Mama, ¿recuerdas mi historia? ¿Aquella que tuve mientras estuve en coma?
—Claro que la recuerdo.
—Pues… no terminé, me falta aún mucho que contar, y entre esos sucesos hay uno que llamó mi atención, pero antes de hacértelo saber, me gustaría rebuscar entre las cosas viejas —una vez que completé la frase, me miró turbada, en el brillo de sus pupilas se vislumbraba un temor, ella no sabía que era lo que yo quería hallar, pero en su mente llegó a convergir de que objeto en especial apuntaba mi plan.
—No creo que sea conveniente, ahí no hay nada, como tu lo dijiste, solo son cosas viejas.
—Cosas viejas que me sacarán de dudas —estrellé las palmas sobre la mesa y con un ligero impulso me puse de pie nuevamente, con la mirada le di a entender que deseaba me siguiera, me contempló suplicante a que cediera con mi objetivo, pero hice caso omiso y subí los escalones casi trotando.
Entré al desván, lleno de polvo que provocó ventilar mis orificios nasales y estornudar, pero no permití que eso fuera un impedimento, y evoqué las palabras indicadas: “En… en un sobre amarillo, en cuanto encontraste la foto lo volví a guardar ahí y tú los guardaste en… el segundo cajón de ese buró”. Y ahí estaba, el buró viejo tras unas cajas empolvadas, las arrastré para introducirme en un espacio donde me fuera posible hincarme, una vez terminada la acción lo abrí y comencé a registrar, y entre el papeleo blanco se asomó el tan ansiado sobre, distinto en color.
— ¿Qué haces? Esos archivos no son de tu incumbencia, no tienen nada interesante — resonó al fondo la voz angustiada de mi madre.
—Tal vez, pero nunca está mal curiosear —reté, metí la mano, y con la ayuda de mi ojo entrecerrado leí la primera línea de cada hoja hasta verse cumplida mi misión. Saqué la hoja solo hasta la mitad—. Lakewood, Colorado —musité, todo era cierto.
—Hija, ¿Cómo supiste eso? —tartamudeó—. Yo… yo puedo explicarte.
—Claro que tienes que hacerlo, viví engañada pensando que yo pertenecía a este lugar, ¿Sabes acaso como es que lo supe? —Clavé mi mirada acuciante en la suya, a lo que ella cabeceó una negación—. Ahora puedo ver con claridad que todo ese mundo de ficción si ocurrió.
—Perdóname, yo no quise mentirte.
—No busco tus disculpas, si no explicaciones, pistas… —dije esto último en un suspiro, mis pulmones no estaban fabricando el suficiente oxígeno para incardinar que el sueño tomaba realidad.
—Está bien, sabía que esto tendría que confesarlo algún día, y ya es el momento —corrió capa de tierra de una caja, y me invitó a sentarme en ella a su lado—. Verás —hizo una pausa, suspiró profundamente y reanudó su historia—. »Cuando era una joven apenas de 21 años, me enamoré de un hombre, el peor error de mi vida, estaba cegada pensando que en realidad me amaba, incluso tapé mis oídos varias veces cuando personas cercanas a mí amonestaban que no era la persona que yo creía, que me haría daño, finalmente traté por evitarlos a todos, hacer mi voluntad, y viví con él un tiempo […] Los primeros días era amoroso, atento, alegre, pero después sus ojos se volvieron fríos, llegaba ebrio todas las noches, exasperado, y yo era la única con la que podía desatar su furia, después del infierno que me hacía pasar me negué a mi misma confesarle que estaba esperando un hijo.
Un día, posterior a su llegada de vividor a la casa, mientras él dormía, sin hacer ningún ruido y con la ayuda de las atronadoras gotas que desviaban todo movimiento en falso que recelara mi huida, tomé mi chaqueta con el objetivo de protección al sibilante soplar violento, recordando cuando me desgañitaba que si huía de su lado, me buscaría hasta por debajo de las piedras.
Vientos torrenciales golpeaban Lakewood esa noche encapotada, las disonancia vehemente de rayos estruendosos azotaban las ventanas con una fuerza paranormal, la tormenta arrasaba poderosa inundando los verdes campos, destocando las hojas de los frondosos árboles, que seguidamente del diluvio pasarían siendo ramas marrones sin gracia.
Giré la manija de la puerta, abriendo solo un hueco en el que me fuera posible salir sin necesidad de una completa abertura al sésamo, enseguida las gotas hicieron contacto en mi piel danzando principalmente en mi cara, turbando mi vista, pero no era eso un impedimento a escapar de forma definitiva del lugar que guardaba dolorosas reminiscencias, el que me tomaba presa en cadenas de hierro inmune a cualquier golpe de hacha aferrada a la libertad; con mi antebrazo cubrí mis ojos y cerré la puerta a mi envés en un complot en el que el resoplar me declaraba una contienda de la que sí o sí tenía que ser vencedora.
Me puse la capucha de la chaqueta y continué mi difícil camino, acompañada a mi adverso… el clima.
Busqué refugio en la casa de una amiga llamada Angela, y habité por un tiempo allí ayudándole con los deberes como gratitud, los meses pasaron, y yo seguía escondida, sin estar un día fuera dejando que los rayos del sol tañeran mi piel, o que la lluvia resbalara por mis mejillas tal como las lágrimas […]
De hecho un doctor vino al departamento porque estaba por dar a luz. Mi amiga era generosa, pero empezaba a ver gestos de inconformidad cuando por las noches llorabas para ya no volver a dormir, o cuando tomabas sus cosas, las tirabas al suelo o llenabas de baba cuando las llevabas a tu boca, y algunas de ellas terminaban hechas trozos en el piso, después de todo un bebe en casa era una responsabilidad que cambiaba la vida radicalmente, y ella no estaba acostumbrada, menos yo, pero lo intentaba.
No lo pensé dos veces, le devolvería su espacio de tranquilidad, por esa y otras razones, entre ellas: no ser un estorbo, ni mucho menos una mantenida, además no podía ocultarme toda la vida, crecerías y tarde o temprano tendrías que salir de ese encierro, respirar el aire fresco, conocer a personas, tal vez, enamorarte y he ahí lo malo, que salir detrás de ti para protegerte, para que conocieras el exterior me era prácticamente prohibido por seguridad.
Le di a conocer mi idea a Angela, y su rostro se iluminó con paz con el solo pensar que el sosiego volvería a su hogar, sacó de un cajón algunos billetes, eran sus ahorros, y me los ofreció, yo me rehusé a tomarlos, pero aseguró que serían necesarios mientras buscaba un lugar donde quedarme, y un empleo fijo que me diera la oportunidad de cubrir los gastos para sustentarnos, concluí por tomarlos como un préstamo.
Con cautela caminamos por las calles para eludir que nos pillaran, hasta llegar a la terminal de camiones hacia Houston, me despidió agitando los brazos al aire mientras miraba por la ventana contigo en brazos.
Era un nuevo destino, y no sabía por donde dirigirme, no conocía a nadie, pero gracias al dinero pude rentar un cuartito, la dueña del lugar se ofreció a cuidarte mientras yo vagabundeaba por las calles en busca de empleo, las puertas se cerraban cuando revelaba que era una madre soltera. Ya exhausta de buscar, me senté en los escalones de una escuela humilde, pensando en que sería de nosotras. Una mujer —la conserje del lugar— me sacó de mi meditación, comenzó por reñirme al impedir que barriera la zona donde reposaba y terminó por contarme su vida, —no más miserable que la mía— y al último escuchó ávida mi relato. Una vez perdido mi aliento por tanto hablar, dedujo en apoyarme para ser contratada como secretaría en Dirección, ya que la anterior había muerto hace días por una enfermedad.
Al día siguiente, la dueña cuidó de ti otra vez y me dirigí a la escuela, la señora de la limpieza me presentó a la directora como su sobrina, y gracias a la confianza mutua, ella accedió para contratarme.
Llegué feliz a nuestra morada, platiqué con la dueña de la vecindad sobre mi triunfo y ella sin mostrar pesar propuso cuidarte todas las mañanas. El salario era suficiente, el trabajo exánime, pero no me rendí porque era una oportunidad única, asimismo estando ahí aprendí demasiadas cosas sobre las clases, —antes de cometer ese error era una persona estudiosa, luchadora, podía captar fácilmente mi aprendizaje— y eso me abrió puertas para auto superarme. En una ocasión la directora me puso a cargo de un grupo como maestra suplente, y fue en ese preciso momento cuando me di cuenta que eso era lo que adoraba ser, maestra. La directora fue intercesora para que realizara estudios con el fin de graduarme de una forma fácil, del mismo modo me dio un empujón para entrar al sistema de el gobierno, donde los pagos se triplicaban, o quintuplicaban mejor dicho, en unos meses ya tenía el dinero suficiente para cambiar de casa, tener una propia; indagué opciones, exploré diferentes inmuebles hasta dar con el indicado, justo donde estamos ahora.
Agradecí a cada uno de los miembros que hicieran posible mi posición y partimos las dos a un nuevo sitio acogedor.
Durante el trabajo te dejaba en una guardería especial para madres solteras y te recogía en la tarde, casi escondiéndose el sol al oeste. Fuiste creciendo rápidamente, y me parecía que el tiempo me separaba de tu lado cada vez más, solamente te veía por las noches y en ellas te enseñaba conocimientos básicos, posteriormente me adentré a lo más complicado, con el paso de los años descubrí que no te estaba tratando como a la hija que eras necesitabas salir, socializar, recordé que esa era una de las razones por las que luché, y ahora que las tenía no podía dejar a un lado mi promesa.
Pedí una temporada en el trabajo para dedicarme a ti, salir constantemente, escuchar tus charlas prolongadas, jugar contigo, contar un cuento antes de ir a dormir, arroparte una vez que cerrabas tus párpados, velar tus sueños, impedir que las pesadillas terminaran por debilitarte […]
No te mentiré que cuando Jonathan y tú se conocieron y salían como una pareja formal experimenté celos, te estaban despojando de mi lado después del empeño que posesioné en ti, pero cavilando persistentemente cada noche me acordé que miré en un pasado con mis propios ojos elevar tu estatura, cambiar tus rasgos infantiles y sustituirlos por los de una joven próxima a convertirse en una mujer. Por esa razón me convertí en una amiga para ti, tu confidente, siempre enterada de lo que tu mente predisponía.
El terror se apropió una vez más de mí, cuando recibí una llamada que me rompió el corazón en añicos, te imaginarás que es lo que ocurrió ¿A que si? —por primera vez, después de su larga anécdota fijó sus ojos en los míos, podía leer en los de ella un colosal titubeo, afanosa a tantear como había tomado sus palabras.
—Claro, el accidente ¿no? —concordé cabizbaja eliminando el contacto visual.
—Exacto.
Imitó mi postura, y un silencio tortuoso se desgajó en la habitación. Mi sentido común estaba bloqueado para permitir buscar una explicación que solo yo pudiera procesar sin la necesidad de buscarle ciencia al asunto.
—Supongo que fue… —pausé procurando encontrar la palabra idónea—. Complejo —logré musitar.
—Como no te imaginas —coincidió en un profundo suspiro que ahogó sus palabras—. Yo quería decirte pero...
—No te preocupes, esta bien, yo no lo esperé y apresuré demasiado tu confianza —me puse de rodillas levantando su barbilla para recuperar la visión recíproca—. Ni mucho menos tienes de que avergonzarte, créeme que te veré con otros ojos a partir de hoy, como a la persona que más admiré, admiro y admiraré, me siento feliz al saber que estás a mi lado y que tu compañía no me ha defraudado —un chillido estridente retumbó, imágenes y frases iban y venían de mi mente, su mirada castaña abismal horadando mis pupilas; su sonrisa nacarada capaz de contagiar la alegría de cualquier amargo sabor de una vida desventurada; su mórbido tono de hablar, tan pasivo, cautivante; su sutil piel bronceada con la alternativa de transformarse en el delirio de quien la tocara; sus labios carnosos, rosados, cualificados para brindar el paraíso al estar en contacto con ellos. Enésimas cualidades resurgían para describir su persona, la nueva persona que mintió al respecto con mantenerse a mi lado, aunque no sabía si culparlo o no por transigir entre lo ficticio y lo arcano.

Todo un año pasé discurriendo sobre el misterio, buscando pistas, indicios que me dieran la esperanza de que la persona de mis sueños existiera, ¿y si así lo era? ¿Si lo buscaba? ¿Me reconocería cuando lo tuviera enfrente? ¿Me amaría como yo a él? Una pena honda apuñaló mi pecho al dar un giro extremo de negatividad a mis ideas, ¿Qué pasaría si efectivamente había sido un sueño? ¿No existiría entonces?
No me era posible llegar a pensar que podría rehacer mi vida nuevamente después de los acaecimientos que tenían mi autoestima subiendo y bajando a la misma velocidad a la que un colibrí agita las alas. Jonathan muerto, y Joseph solo en mi mente... ¿Acaso seguía alguien mas? La frase de una estrofa de alguna de mis canciones favoritas brotó en mi imaginación dando a entender con más claridad a qué me refería: “Él tratará de alejar mi dolor, y tal vez me haga sonreír, pero todo el tiempo estoy deseando que fueras tú en vez de él”.
Todos esos meses me fueron suficientes para dar por terminada la narración a mi madre, y en vez de tacharme de psicópata «como pensé que lo haría» se unió a mi pesadumbre, limpiaba las lágrimas, velaba sueños, se prestaba a dialogar palabras de aliento, coincidía no muy segura a mis veredictos, seguía mis emociones… en fin. Los minutos me dictaminaban que estaba siendo egoísta, endosante, poco diplomática y comprensiva al hacer rebosar nuevos problemas en ella, como si no fuera bastante el martirio que cargó en años pasados.
Hice a un lado ese tema en alguna otra conversación, no lo volví a tocar jamás, solamente en mis propios pesares. Intenté parecer contenta frente a sus ojos, como si nada hubiera ocurrido, al principio solo parecían intentos pusilánimes, pero me adiestré a mi misma un papel de actora, y con eso cesaron las preguntas de mi madre sobre mi estado de ánimo.

Ni una estrella cubría la bóveda celeste caliginosa esa noche, todo era paz, pero una paz torturante, no la típica que te producía sosiego, si no la que vaticinaba malas energías, lacerantes memorias, el día en que yo recordaba «según mi fantasía» el término de mi existencia por voluntad propia, cuando caminé poseída por el dolor entre los pasillos, dispuesta a extasiarme en otra dimensión de su compañía, cuando por fin me decidí a dar el paso que definiría mi muerte, cuando impidieron mi propósito…
Con un desmedido biruji, beneficiando la ausencia de mi madre, caminé a zancadas hacia la zona, no entendí perfectamente por qué lo hacía, pero autoricé a mi voz interior dejar guiarme abriendo paso a otra acción instintiva.
Contemplé el edificio hasta el piso más alto, los metros de altura parecían ilimitados, y desorientada en mis cálculos por sondear su medida, me capturó la noción de mi cuerpo cayendo para desplomarse sobre el pavimento. Cerré los ojos y apunté la mirada a la puerta de cristal, se deslizó una vez que notó mi presencia y me dejé llevar por el aroma a medicamento que expedía el lugar.
Iba a deambular por los pasillos cuando la recepcionista ahuyentó mis cogitaciones.
— ¿Viene a visitar a algún paciente? —escudriño.
—Yo… —No pensé en que contestar, no tenía razones, específicamente eso era a lo que venía, a buscarlas.
—Madre, el abuelo ya está en un mejor lugar te lo aseguró —pude escuchar una voz consolando a una mujer que lloraba desconsoladamente, e hubiera jurado que me era algo conocida cuando la recepcionista interrumpió.
—Si es así, le informo que no es horario de visita —reprendió con tono autoritario, mentalicé que no concebiría mi excusa, así que solo le respondí con una sonrisa simulada y consideré entrecortadas mis intenciones. Miré a todos lados, pero no fue factible localizar a los poseyentes de dichas voces.
Circulé por las calles mirando al piso, con las manos escondidas entre los bolsillos de mi chaqueta aspiré profundamente acompañado de un gemido que denotó derrota. No puse atención al cruzar la acera, y encomendé a mi suerte seguir con vida ante mi descuido.
Una luz ingente aisló mi visión, con la palma de mi mano bloqueé la incandescencia cuando un chillido fragoroso también me hizo perder la audición.
Un fuerte portazo se escuchó a lo lejos, supuse que era a causa de la pérdida de mi sentido. Pero me percaté de que fue demasiado cerca cuando la visualización se volvió más tenue posterior al encandilamiento.
Ya no reaccioné, enmudecí, ahora ya todos mis sentidos se habían esfumado, excepto el del olfato, que creí insignificante, inútil para asimilar la ocasión.
— ¡¿Que te pasa?! ¿Estás loca? —sentí desfallecer cuando gritó furioso—. ¿Estás ahí?—. Instó pasando la mano frente a mis ojos, incapaces de parpadear por el estupor—. ¡No puede ser! ahora se quedo muda —mencionó para sí.
— Tú... —articulé tartamudeando, tal como un bebe al tratar de vocalizar sus primeras palabras.
— ¿Yo qué?... ¡¿Qué no te fijaste que venía el auto hacia ti?! —refunfuñó sin ajustar el tono de su voz, pero gracias a esa insistencia pude recobrar el conocimiento, otorgando a mis impulsos la libertad de actuar.
Me abalancé a su cuerpo y lo estrujé en mis brazos, amoldé mi cabeza en su pecho, donde experimente como sus bufidos aminoraban la violencia de sus aireaciones y se convertían en una señal de bonanza, que terminó por hacerlo atreverse a corresponder el abrazo.
Quise envainarme nuevamente del destello de sus pupilas, después del prolongado periodo que pasé alejada de su aura, pero antes y sin ansiedad toqué su mejilla con la mía, susurrando a su oído.
—Joseph.
Deslizó la piel de su mejilla hasta encontrar mi nariz y tocarla con la punta de la suya, y con los párpados cerrados esbozó una sonrisa notando su aliento mentolado contra mis labios abiertos.
— (tn).
FIN.

martes, 22 de junio de 2010

Sorry

Perdón por la tardanza, hyoestuve escribiendo un poco y ya estoy pensando en mas ideas, ya espero que lleguen bien, transcribirlas y terminar con esta historia :D
Gracias por la paciencia.
En esta semana espero terminarla, y ahora subirla.

jueves, 28 de enero de 2010

••Capitulo 1O3••

Su rostro fulguraba frente a mis pupilas, y su sonrisa abundante de gozo me hacía querer gritar esquizofrénica, había escuchado su voz en lo más recóndito de mis pensamientos, y ahora estaba frente a mí con su expresión más tonta, estrujándome las extremidades. Razón para decir que era el espectro más alegre y más bruto que había visto. Bien, era el primero, pero era espeluznante y no en el sentido en verdad aterrador, si no que emanaba su exagerada animación cuando clavaba como estacas sus ojos marrones en los míos, henchidos de excitación, y me quedé petrificada escrutándolos con las facciones de mi rostro entorpecidas. Acumulé el aliento posible y necesario para que mi campanilla retumbara con el estruendoso grito que estaba por lanzar.
— ¿Qué?... ¡Silencio! Me reventarás los tímpanos ¿Por qué gritas como si vieras un fantasma? —preguntó tapándose los oídos, y yo, sin razón aparente guarde silencio cavilando el por qué es que hacía esa pregunta, ¿No se daba cuenta de la magnitud del asunto?
—Ehhh… —proferí dudosa—. Será por que… ¿Eres uno? ¡Dah! —me burlé con obviedad, rezando porque no estuviera loca por hablar con seres del más allá. Adquirí con los músculos entumecidos, una posición que me permitió contemplar la cuantiosa indumentaria que me rodeaba, infinidades de cables que iban desde una bolsa de suero, hasta mi muñeca con un pinchazo de aguja traspasándome la piel. Las paredes de alabastro. Las enormes ventanas rectangulares que advertían cautelosas a los poseyentes de fobia a una altura aterrorizante. El sordo sonido tras la puerta del choque de zapatos contra el piso, de aquí y allá sin parar; y lo más relevante: la presencia de dos personas.
Risoteó y se acercó a mí.
—Cariño ¿Estás loca?
—Espero que no —dije para mi misma.
—Parece que ese sueño prolongado te afectó la cabeza.
Parpadeé incrédula, repleta de ignorancia.
— ¿Sueño? ¿Qué sueño? Se suponía que tú habías muerto.
— ¡No! —gritó y se llevó una mano a la frente, indignada, caminando como borracha hacia el hombre de bata blanca—. Doctor, a mi me parece que no la atendieron bien, mire, ahora desea que su madre esté muerta, así nos agradecen los hijos, no vale la pena todo lo que les damos, todo lo que…
—Mamá —le llamé antes de que lanzara sobre el doctor sus lágrimas de cocodrilo acerca de “¿Por qué tenemos las madres hijos tan malagradecidos?”
Hice un recuento de mis últimas palabras e imágenes que capté y me vi obligada a preguntar.
— ¿Qué hace un doctor aquí, por qué estoy en un hospital? —quise saber, pero al momento en que mi madre y él viraron la cabeza a mi dirección, caí en la cuenta de que posiblemente… —. ¡Estoy muerta!
—Eh… ¿Qué? —chistó confusa mi madre dando pasibles pasos, hasta acercarse —. Hija, creo que tantos años con esa dura e incomoda almohada, afectaron tus neuronas.
—Mmm… señora, señorita, las dejo para que platiquen… con permiso —dijo el doctor en tono cordial y abandonó la habitación. Vaya que no era ese tipo de personas que incumbía en los asuntos familiares. Lo entendía, ¿Quién quería escuchar una conversación entre madre e hija, donde una de ellas estaba completamente desinformada y tal vez loca?
—Necesito explicaciones.
—Y las tendrás, solo cierra esa boquita y deja de decir tales incoherencias… ¿Te lo explico todo o quieres saber algo en especial? —corrió las sábanas y se sentó a un costado de mi.
—Las dos. Dime ¿Por qué estoy aquí? ¿Qué me paso?
Tragó saliva y me miró dubitativa.
—Verás —pausó por segundos y se preparó para contar lo que le había invadido de melancolía—. ¿Recuerdas el… accidente? —dijo y me rebosó de duda la mente. No lograba pensar de qué accidente se refería; excepto uno en especial.
Moví la cabeza de un lado a otro intentando ordenar mis ideas.
—El único que recuerdo es el de la carretera donde… —en instantes descubrí lo quebrada que se tornaba mi voz—. Íbamos él y yo…
—Exacto —intervino antes de que estallara en llanto desconsolado—. Él… ya no está.
—Lo sé… murió.
Solo asintió levemente con la cabeza y tomó de mis manos como si eso lograra calmar mi pena. Esto era un déjà vu, esto ya había pasado una vez. Solo era una pesadilla de mi subconsciente que se aferraba a esta dolorosa escena.
—Quiero despertar —chillé cabizbaja.
—Cielo, estás despierta, y no sabes cuanto rogué a Dios porque lo estuvieras —tomó mis hombros y atrajo mi cuerpo hacía ella, su calor era tan… real. Podía sentir su cariño de nuevo, y se esfumó la idea de que se tratara de una ilusión—. Estamos juntas de nuevo y todo estará bien… te lo aseguro.
La empujé con suavidad y la miré a los ojos intentando hallar mi respuesta esperada.
— ¿Qué esta pasando?
— ¿Acaso no lo sabes? Hija, pasaste dos años enteros después de ese día, dormida, y con los latidos de tu corazón era suficiente para que esta madre se esperanzara con que volvieras a abrir los ojos.
Mis párpados detuvieron su labor, y dieron paso a la cristalización de mis oculares. La realidad estaba a mí alrededor, y la corta explicación terminó por darle un vuelco a mis emociones. Estaban de todas, esa invencible alegría de saber que mi progenitora estaba con vida, esa agonía de descubrir que en realidad el que llego a ser el amor de mi vida había dejado este mundo, y la desilusión cuando reflexioné que… jamás existió esa vida sacada de cuentos de hadas donde el amor se volvía hacer presente. Al parecer la suerte no estaba en un 100% de mi parte. Mi imaginación llegó demasiado lejos, tanto para subirme a las nubes y para dejarme caer de espaldas a un planeta donde reinaban esas inmensas ganas de querer hacer verdadero un sueño. Un fantástico e irreal sueño.
— ¡Oh! No llores, ya todo esta en orden; ya estás conmigo y…
—Mamá, es que tu no comprendes… estoy feliz de que estés conmigo, pero… no entiendes lo complicado que es para mí asimilar que nada fue como lo pensé. Todo dio un giro, porque Jonathan no está, lo extraño, no sabes cuanto, pero también tuve casi una vida en ese sueño, en todo ese tiempo que permanecí dormida. A eso me refería cuando dije que estabas muerta, así sucedió, todo… todo parecía tan real. Él tampoco está, y me duele saber que estuvo —puse mi mano en mi pecho izquierdo, justo donde bombeaba sangre mi corazón—. Aquí, y… —indiqué con el dedo índice mi cabeza—. Aquí.
Tomó delicadamente de mis muñecas y las descendió hasta tocar el colchón.
—Cuando dices que “el tampoco está” Te refieres a Jonathan ¿Cierto?
Fruncí los labios y me encogí de hombros.
—No —pronuncié con un hilo de voz. Las lágrimas salían apresuradas de mis ojos, y era imposible detener la corriente.
—Entonces… ¿De quién hablas?
—De… —dudé por unos segundos si decirle o no, no sabía exactamente que pasaría por su mente cuando le dijera, «estuve enamorada de un sueño» tal vez me tacharía de loca, o de una tonta niña atrapada en su fábula. Pero… ¡Era mi madre! Tendría que saber que ella siempre trataría por concebir a su hija, por más disparatadas que fueran sus anécdotas—. No me escuches, como mencionaste, tantos años durmiendo me afectaron la cabeza.
Alzó sus manos de improviso y las dejó desplomarse para chocar en sus piernas.
—Cariño, detesto que hagas eso, ¿Por qué no me cuentas? ¿No confías en mí? —«no» pensé desde mis adentros, pero reflexioné que esa no era una respuesta muy apropiada para una madre, y más cuando esta exageraba en su política de “tú y yo somos amigas, sabes que puedes contar conmigo para todo.” Pero… no era desconfianza, si no inseguridad, conociendo su personalidad burlona, ya no sabía que esperar.
Mordí mi labio inferior y la miré inocente.
—Después ¿si? Tengo hambre, y sabes que son ciertos esos rumores de que las comidas de hospital son un asco.
Carcajeó y se puso de pie con las manos sobre las caderas.
—Es cierto —dijo seria, con la mirada perdida en un punto inexacto de la pared— ¿Qué es esto? ¿La cárcel? No, creo que en la cárcel hay comida mucho más apetitosa que esta. Veré si puedo ir a uno de esos centros de comida rápida, tú sabes, una grande y grasosa hamburguesa con una coca-cola tamaño jumbo.
—Perfecto —respondí con una sonrisa, dando un saltito sobre el colchón.
—Espérame aquí, no tardo —envolvió mi rostro con sus manos y besó mi frente—. ¿Estarás bien?
—Claro —suspiré, viendo como tomaba su bolso y abría la puerta—. Mamá —articulé con un tipo de miedo sobre las ondas que emitían mis cuerdas vocales, enseguida volteó y plasmo en mí su tierna mirada compasiva—. Cuídate, y conduce con cuidado.
La habitación pronto quedó aislada de todo ser que no fuera yo, o mi soledad. El silencio era perturbador, tan complicado para que existiera la calma en mis sentidos aún confusos e incrédulos.
Roté mi cuerpo hasta dejar que mis piernas pendieran del colchón, lo suficiente para que los pulgares de mis pies notaran lo glacial del piso. Parpadeé miles de veces, y caí en un hechizo que me hizo levantarme por completo y caminar hacia el cristal que daba al exterior del edificio. El sol terminaba su turno y era hora de que los tonos violetas envolvieran el céfiro, para así abrazarlo plenamente con su manto negro.
Era sorprendente como los reflejos daban una mejor descripción de la más pura realidad. Mi apariencia no figuraba a la de una chica de 19, si no que aún perduraba esa delicadeza en mi rostro, digno de aún, una adolescente. Puse mi mano en el cristal admirando la proyección. Eso sirvió para percatarme de que las lágrimas dejaban un rastro acuoso sobre mis mejillas; al desear interrumpir su caudal con mis dedos, miré hacia abajo, justo en el punto donde me era posible apreciar mi cuerpo, desde mis hombros, hasta las plantas de mis pies apoyadas al suelo, todo estaba en orden, descifraba con complejidad que solo era una chica ilusa, con esa misma esperanza de que su príncipe azul llegara para salvarla de su triste desencanto, estaba vacía en cuerpo y alma.
No tenía un cálculo exacto de cuantos minutos forcé a mis piernas por sostener mi peso, estuve ahí, parada, con la pena apoderándose lentamente de mis fuerzas. ¡Que difícil era estar embelesada de una persona que no había existido! ¡De una persona que fue creada para volverme a la vida después de la muerte, después de la tormenta! Tal como toda una ciencia y filosofía había una explicación a este fenómeno: solamente, después de una perdida, inventé un consuelo, uno del que me obsesioné y por el que ahora estaba agonizando.
— ¡(tn)! ¡Amor! ¿Qué haces levantada? Aún no tienes las suficientes vitaminas para que estés de pie —gritó preocupada, rompiendo mi burbuja. Que bien que había aparecido, su presencia me protegía de mi verdugo, cada vez que me encontraba sola, este llegaba con el fin de someterme a los más escalofriantes suplicios, pero había cruzado el umbral de la puerta en un momento inexacto, en el que no deseaba que me viera lloriquear, porque tenía previsto lo que acontecería después de eso —. ¿Estás llorando? —preguntó curiosa al cerciorarse de que mis ojos estaban de un color escarlata, hinchados, empapados de un líquido salado, y las mejillas sonrosadas, tal vez por el frote tan tosco que les di para evitar que me descubriera, pero… ¡Oh mala suerte! Ya era demasiado tarde, y en menos de lo que cantara un gallo, me encerraría en un espacio reducido donde mi mente explotaría con las miles de preguntas que elaboraba solo por su instinto de madre consternada—. Sí, si lo haces, no se a ciencia cierta porque, pero verte sufrir, me hace sufrir.
—No estaba llorando, el olor a… los medicamentos me producen alergia.
Arqueó una ceja y se humedeció los labios con la lengua.
—Te advierto que sé con seguridad que esto es algo sentimental, a mi no me engañas.
Estaba rendida, ya no existían mentiras piadosas que encubrieran el dolor inmenso en mi pecho, quedé hundida entre miles de agonías, ansiosas por salir a flote.
—Mamá, no me hagas caso, son cosas de adolescentes, cosas mías, cosas que pueden ser estúpidas para cualquiera que las escuche, menos para mi —supliqué a la defensiva, mostrando un mal carácter y limpiando disimuladamente mis lágrimas con mi antebrazo, caminando en dirección a la cama, y volviendo a retomar mi postura encorvada sobre el borde de esta.
—Es que no es normal… —pausó y se quedó pensativa, su perfil era tan fino, y los rastros del envejecimiento parecieron no tocar su piel, estaba tan joven, ni una operación del rostro hubiera podido igualar sus delicadas facciones—. Creo que todo esto es por lo poco que me platicaste sobre esa “vida”, ese sueño que tuviste. ¿No es así? —me miró retadora y de nuevo deslumbraba su expresión embrujada que obtenía mi verdadera respuesta, exiliaba victoriosa las mentiras.
Giré la cabeza sobre mi cuello, blanqueando los ojos.
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Al fin pude escribir un capítulo largo de 4 páginas, es lo más que he escrito, me tomó varios días, y lo siento, pero al fin terminé. Espero que comenten porfavor, necesito su opinión. Escribiré lo más pronto posible. :D

lunes, 11 de enero de 2010

••Capitulo 1O2••

— ¡Doctor! ¡Por favor! ¡Venga pronto! — gritó una voz de emoción recabada, notoria por el tono de sus alaridos. La alegría se reflejaba hasta en miles de kilómetros. Esa eufórica e impaciente voz de adolescente al declamar a todo el mundo que el chico más apuesto de toda la High School la había elegido a ella al tan ansiado baile, con el que había soñado y velado noches enteras alucinando su elegante caminata entre el cúmulo de estudiantes envidiando la manera en que danzaba al lado del perfecto muchacho de facciones recién esculpidas con suma delicadeza.
— ¿Qué es lo que pasa? — preguntó una voz áspera y gélida, pero con el dejo de agitación por la velocidad a la que trataba responder a los gritos que retumbaban las blancas paredes del edificio.
—Es que… no puedo… — La éxtasis que le provocaba “La gran noticia” iba más allá de la pérdida de aliento al articular palabras, a tal grado de que su corazón latía al 1OOO por hora, este capaz de recorrer el planeta reduciendo el tiempo en que Phileas Fogg y su acompañante Jean Passpartout lo harían en 8O días.
—Señora, cálmese y respire hondo —indicó la voz áspera, al parecer, con correspondencia, porque sus suspiros llenaban una y otra vez las bolsas de aire de su aparato respiratorio—. Ahora dígame qué sucede.
—Es que… está reaccionando, hace un momento movió su dedo pulgar.
—Los pasos de unos zapatos de charol nuevos rechinaban sobre el vitropiso hasta recopilar la bastante intensidad con que se acercaba, y frenar en el punto exacto.
—Hum… no lo creo, señora, llevamos dos años esperando, y casi todos los días usted dice lo mismo… le diré algo, tal vez sea que se aferra tanto a algún milagro, eso puede ser que la haga pensar eso —espetó con seguridad de que su instinto y experiencia estaban de su lado.
— ¡Escúcheme! Yo sé perfectamente lo que mis ojos ven, no hay equivocaciones. Tal vez usted sea un profesional que se cierra en un solo tema “la ciencia” y confía en ella como en ningún otra cosa. Pero yo confío en mis creencias y en los milagros, y aquí soy la profesional en el campo de la maternidad… y permítame decirle que…
— ¡Señora! Tranquilícese, esta bien, tiene razón, veré que hay de nuevo con su hija —el hombre sabía que debía hacerse en caso de enfrentarse a una histérica mujer, y la solución era: darle la razón, por lo menos con la esperanza de que esa mujer no hubiera enloquecido.
— ¡No puede ser! —exclamó con un mínimo toque de asombro.
— ¡¿Qué?!
—Su hija esta… despertando.
No sé porque tengo esa sensación de haber estado “conservada” por un largo tiempo… es como si no hubiera dejado que un rayo de sol traspasara mis pupilas, que una brisa de viento acariciara mi piel, o que un agradable aroma me extasiara los sentidos al recorrer mis conductos respiratorios.
El ambiente era distinto al que había pertenecido la última vez. Ese típico aroma a brebaje, ese sonido aturdidor de un “pi, pi, pi” uno seguido del otro en un tiempo determinado y sincronizado, y los pasos correteando en un vaivén apresurado.
— ¡Oh Dios mío! No puedo… creerlo —expresó esa voz inolvidable en mi cabeza, cuando me arrepentía al mismo tiempo de pedir un rayo de sol sobre mis ojos—. ¡Estás volviendo en sí!
Reí entre dientes, con los parpados a medio abrir.
—Podría jurar que escuché su voz entre sueños —carcajeé en mi fuero interno, solo que en voz alta y con algo de sarcasmo, es que… enserio ya estaba loca, escuchaba voces y todo por la estúpida aprehensión de mis deseos.
— ¡Está hablando! —dijo, y otra vez me alienando—. Pero… no comprendo porqué dice esas cosas.
—Tal vez está delirando —opinó el hombre.
—Mi niña, reacciona —atrapó mi cabeza entre sus manos, con esa calidez característica de ella—. No sabes cuanto esperé este momento, no perdí las esperanzas… estamos juntas de nuevo —el sonido de un Gong tembló dentro de mi, todo en mi interior se estremeció con esa frase, un agudo sonido, parecido al de una guitarra eléctrica perduró casi 1 minuto y ese sonido estremecedor de Gong me llevó a abrir los parpados de golpe.
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Perdonen mi irresponsabilidad, me alejé demasiado de este pasatiempo, y lo admitiré, perdí el interés, pensé que esto podría durar años, pero me equivoqué, y mas bien duré años en escribir de nuevo.
Como dije, mi interés por escribir se desvaneció... pero no me gusta dejar las cosas a medias, por eso terminaré con lo que empecé, y tarde tanto para escribir esto poco, la inspiración y mi tiempo se reducieron, y ahora hice un intento... ya no podía mas, así que subiré lo poco que hice, esperando que les guste, que me comenten que tal, y que disculpen mi tardanza.
Intentaré escribir mañana y tal vez dejar por completo la escritura hasta que sienta que volvió esa inspiración de antes.

domingo, 22 de noviembre de 2009

••Capitulo 1O1••

El tiempo pasó tan rápido, tal como el crepúsculo de cada día, todo siguió su rumbo constante sin ser digno un descanso en el correr de las horas; los meses volaron sin cesar. Las noches sombrías adornaron el cielo, y en su explanada se estampaban las gallardas estrellas desfilando en línea con una organización epatante, cada conexión creaba la simbolización de varias formas dispersas y este percato era posible cuando mi acompañante tendía un manto blanco sobre el césped, nos recostábamos sobre este con la mirada fija al negro firmamento y me permitía apoyar la cabeza sobre su corpulento pecho mientras él palpaba mi vientre y susurraba en mi oído miles de espléndidas palabras en su posesivo tono de voz aterciopelado. Las lluvias bañaron la ciudad y como un presente, gotas de rocío danzaban por las superficies externas, ramas, verdosas hojas, y los charcos del pavimento humedecido en los que los alegres niños chapoteaban con placer y excitación; al divisar dichas escenas, mi corazón se hinchaba de gozo, imaginando que el tiempo se reducía para en un pestañear lograr el sueño de toda mujer.

Las amistades retornaron, así es, Jason y Joseph recuperaron y fortalecieron su lazo fraternal. El perdón mutuo congració la unión sin regalar un pase al rencor. Jason era la misma agregación de otro miembro más en la familia Jonas, y aseguraba con cierto fervor e impaciencia que él sería el padrino del bebé. En cuanto a Allison, no volví a saber de ella; Jason con su alto poder en la “comunicación” nos informó que flotaban rumores de que ella había viajado a Europa y al parecer no volvería. «Se fue para quedarse» consolidó.

En cuanto a mi; no hay mucho que decir, solo quedaba un corazón roto, y la típica mordida, parecida a una hemorragia interna que me desgarraba los órganos a causa de una pérdida más. Meses atrás describí no de manera concreta el encuentro de mi madre, el cómo las monjas la encontraron. Todo ocurrió así, según la versión de la Madre Superiora:
» —El sol de cada día iluminaba la tierra, ese día la el sol iluminaba de forma exagerada el bosque, tanto que sus ardientes rayos traspasaban las ramas de los árboles proyectando en el pedregoso suelo las sombras más destacadas y la humedad del aguacero del día anterior se había evaporado. Caminábamos con la intención de recorrer, después de un día bastante tenso el espeso bosque, el sol nos quemaba la piel y era posible adivinar que después del paseo nuestra piel se teñiría de un color más oscuro. Con los pies llenos de cayos nos detuvimos a tomar un descanso en una piedra lisa, la única que había. Todo era un silencio escalofriante, solo el canto de los hiperactivos pajarillos nos calmaba el ligero miedo. Pero se acrecentó cuando escuchamos quejidos de al parecer una mujer. Lamentos entrecortados, como si su voz se cohibiera con el correr de los segundos. Todas estábamos a punto de salir corriendo, pero nuestro deber nos impidió salir huyendo, y al contrario agudizamos el oído para escuchar de donde provenía tal lamento. Su rostro era tan pálido como la nieve o como un muerto viviente, y su piel tenía demasiadas heridas, la mujer apenas y se mantenía en pie.
« ¿Se encuentra bien? » le pregunté. Pero su voz se extinguía, no sé con qué fuerza se sostenía y lograba que sus cuerdas vocales transmitieran lo que parecían sus últimas palabras. «No» respondió y enseguida cayó desvanecida. Entre todas la llevamos al convento, llamamos a un doctor; nos dijo que no le quedaba mucho tiempo. Así permaneció por varias semanas, inconsciente. Un día sus ojos se abrieron, en ellos se veía la gran pena que la invadía, y con sus últimas frases expresó que la muerte estaba próxima, aún así nombró tu nombre «Ella estará bien, yo la protegeré de todo mal» informó, su mano se volvió rígida, y la vitalidad escapó de dócil cuerpo.
La resignación es difícil de alcanzar, pero… a final de cuentas es el único recurso. Asimilé su partida, y aún me duele proyectar su vivaz rostro en mis recuerdos, porque ahí es donde sigue ella, en mis memorias, en mi corazón y mis sueños. Varias ocasiones su figura se aparece en cada noche mascullando «siempre estaré a tu lado, no lo olvides», y esa sensación de «lo oculto» sigue en pie, más fuerte que nunca. El misterio ya se ha alojado, pero se rehúsa a hablar, si tan siquiera existiera una pista. Solo el amor de Joseph, el cariño de su familia y la posterior nueva llegada incrustaban en mis venas la bastante carga de energía.

Y claro, como olvidar al miembro más importante, al fruto de un amor invulnerable. Como dije, los meses pasaron, y como la naturaleza lo manda, mi vientre tomaba curvas que indican efectivamente la pronta llegada de un varón. Era de sobra decir que Joseph y yo éramos unos impacientes; contábamos los días restantes con tanta perturbación que cada minuto que pasaba era una eternidad. Todo iba a la perfección…

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