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martes, 15 de septiembre de 2009

••Capitulo 93••

— ¿Dónde está ella? —interpelé con un exiguo aire en los pulmones, la respiración intermitente tal como un atleta al final del decatlón.
Las pupilas brillantes de la familia me apuntaban en la diana de mi mirada espolada.
Denise se puso de pie y caminó como siempre con esa finura solo digna de ella, me tomó por los hombros y me observó con los rasgos faciales contraídos.
—Nos llamaron de un convento situado a las afueras de la cuidad, ahí esta ella —explicó, pero no logró aclarar del todo mis dudas.
—Pero… ¿Por qué está ahí? ¿Cómo está? ¿Cómo se encuentra? ¿En qué estado? —lancé miles de preguntas balanceando la mente de Denise, que llegó a bloquearse por segundos.
—No lo sabemos, lamento no poder contestar tus preguntas, pero la información que nos dieron fue muy breve, solo sabemos la dirección, así que…
—Vamos ahora mismo —repliqué con una daga clavada al pecho […] Y así fue todo el camino, mi oprimir engrandecía, solo que las razones eran ignotas, podrían ser demasiadas, por ejemplo, felicidad, desasosiego, tristeza, dolor, presentimientos… pero la certeza de cual era la verdadera no existía.

Bajé del auto una vez que se estacionó frente al convento primoroso, podía percatarme de eso a pesar de mi estado, el edificio tenía varios años en función a juzgar por su estructura. Los andadores eran infinitos, y después de recorrerlos, al fondo se encontraba la oficina principal.
— ¿Qué pasa con mi madre? —exigí de manera maleducada por la razón de haber ingresado a la habitación azotando la puerta y alzando la voz a una persona desconocida que me miró con recato y regañina.
—Primeramente, debió haber tocado a la puerta —recriminó una mujer de antigüedad con pliegues en toda su piel y principalmente distinguidos en las sienes, vestida en un hábito, todo indicaba que esta era «la madre superior».
Me encogí de hombros apenada, pero ella debía de comprender mis acciones, estaba preocupada y ahora había pasado lo que tanto esperé con avidez, lo que por un tiempo me robó una porción máxima de beatitud, lo que tanto imploré a Dios y a una estrella, ¿Cómo es que debía comportarme después de eso?
—Perdón, pero no la he visto desde hace tiempo y…
—Entiendo, su madre se encuentra en la habitación treinta y seis, en el cuarto corredor a la derecha, pero debo que…
Ignoré las palabras de la casta mujer, podrían haber sido importantes, pero salí en popa encauzándome a dicha habitación, mi torpor me rezagó, y las millones de suposiciones, preocupaciones, impresiones, y presentimientos —los más destacados— mosconeaban mi mente.
Chequeaba cada corredor esperanzada a encontrar a mi madre, con una sonrisa, con los brazos abiertos para con ellos refugiarme en su amor maternal del que me compungía el haberle dilapidado en versátiles coyunturas. Pero… así solemos ser los adolescentes, sabemos que en el fondo amamos a nuestros padres, pero nos avergüenza el demostrarles nuestro afecto ya sea solos o acompañados y mucho peor si es frente a nuestros amigos.
Cerca de quince minutos me tomó el visualizar la puerta con el letrero no. Treinta y seis.
Pero las casualidades siempre van de la mano en la vida, y antes de que pudiera versar la manija, el clamor de Joseph vocalizó mi nombre, provocándome un saltito de susto.
—No hagas eso, me espantaste —le reclamé examinando su lindo rostro, que hasta con las expresiones abrumadas se embellecía… ¿Abrumado? ¿De qué? —. ¿Porqué tienes esa cara? Parece como si hubieras visto a un fantasma, bueno… entiendo que el edificio es “algo” anticuado, y que en toda tu existencia vas a escuchar que en los conventos se aparecen, monjes y…
— (Tn) —interfirió—. No es eso, sino que…
—Sino ¿Qué? —me crucé de brazos enarcando una ceja.
Titubeó, y eso era el síntoma más obvio de que algo me ocultaba.
—Que… tú no puedes entrar ahí.
— ¿Por qué? —inquirí ambiciosa, ¿Podría tener yo razón? ¿Algo malo estaba por venir?

miércoles, 9 de septiembre de 2009

••Capitulo 92••

Su tecleo en la numeración de su celular fue instantáneo, colocó la zona del auricular en su oreja, la agudización de oído captó el timbre largo.
— ¿Hola?... Sí, lo tenía apagado, no quería que nadie me molestara… ¡Espera! Tengo que contarte algo más importante… Sí, sí lo dejé ahí, y todo por tu culpa… No me voy a callar, no creo que lo que tú me tengas que decir, tenga más interés que esto que te estoy diciendo, no entiendes… todo se arrui… ¿Qué? No estés jugando con eso, sabes lo delicado que es ¿Verdad? Claro, enseguida vamos para allá —concluyó una conversación de la que no comprendí absolutamente nada, había sido idéntico al escuchar el idioma chino, un enigma.
El misterio se presenciaba…
Guardó el teléfono móvil en su bolsillo, y con unos rasgos escépticos tiró de mi mano.
—Tenemos que irnos —ordenó frío sin posar sus ojos almendrados en los míos.
Entre todas mis preguntas pusilánimes tenía que toparme con una respuesta.
— ¿Por qué? ¿Pasó algo? —inquirí, en realidad eran dos preguntas pero era conformista con solo una de ellas en su rebatimiento. Acaricié su antebrazo y le compelé a que me oteara a los ojos.
Se le achicaron las pupilas y de manera súbita circunvaló de mi cintura apoyando la barbilla en mi clavícula.
—Pasó lo mejor, lo que hemos esperado.
Con las manos temblorosas atrapé su cráneo para llevarlo a mi dirección, mi entendimiento era incógnito, pero mis cataclismos por todo el cuerpo predecían la posible y más cercana verdad.
— ¿Qué quieres decir con eso? —modulé con la mandíbula vehemente.
Una sonrisa casi inanimada estiró las comisuras de sus primorosos labios, me apegó con mayor magnitud a su cuerpo y sus parpados se entornaron.
—Tu madre… la encontraron.
Entré en un estado de patidifusión, mis músculos se crisparon tanto que perdí el sentido de la presión de los brazos de Joseph en mi cuerpo. La siguiente fase de estupefacción se presentó cuando mi ritmo cardiovascular se aceleró, y mi respiración se entrecortó acompasada a sonidos ahogados ululares. Los últimos síntomas fueron: la voz quebradiza y la capa acuosa de los ojos. No conté que la noticia llegara a ser un golpe emocional peligroso para mi “situación” Un dolor en el estómago me obligó a embrazarme a mi misma.
— ¿Te encuentras bien? —preguntó en tono de desasosiego poniendo su mano en mi envés.
Cavilé entre lo correcto e incorrecto, quedándome en un punto medio, por una parte debía —Obligatorio— decirle de mi embarazo, pero por otra, si lo confesaba sería muy espontánea y podría causarle un golpe bajo, o una muerte cerebral. En fin estaba —por milésima vez— «entre la espada y la pared».
Un recuento de opciones sobrevoló en mi cabeza, seleccioné la errónea, por correcta al mismo tiempo: con seguridad y coraje se lo diría… en otra ocasión.
—Es solo la emoción —mentí irguiéndome, soportando el dolor que me desgarraba el interior estomacal.
Caminé hacia el auto a trompicones y una fingida sonrisa camuflaba mi intenso escozor. Me abrió la puerta —como el caballero que era— y la temperatura acogedora del auto me hizo estremecer debido que por mis venas corría la frialdad nerviosa.
La mañana había regresado a la faz de la tierra, pero no mi capacidad del habla padeciendo de dislalia con «el Jesús en la boca» pues rebosaba de plúmbeas corazonadas que me atestaban el corazón: sabía que mi madre había sido encontrada, pero… no en qué condiciones.
La casa de mi novio me enfrentaba, y también el temor por descubrir lo que me destinaba el futuro.
Tomé de la mano de Joseph para atiborrarme de confianza, y con pasos firmes nos aproximamos a la puerta, estiré la mano para girar la perilla de la puerta con los dedos hechos gelatina, tragué saliva y tras un acto de desidia empujé la puerta…

sábado, 5 de septiembre de 2009

••Capitulo 91••

— ¿Ah sí?... bueno, te escucho —le estimulé a continuar, ¿Qué era lo que tenía la curiosidad que me llevaba muy continuamente a una impaciencia esquizofrénica? Fácil, la misma naturaleza actuaba, cosa que todo ser humano experimentaba y capaz de hacer lo que sea para descubrir su revelación.
Vaciló minutos perpetuos, mi mirada acuciante y hostigante no tenía una máxima intensidad para presionarle a su respuesta. Rodaba los ojos de un lado a otro simulando hacerse el occiso.
— ¿Y? —reiteré con más insistencia arqueando una ceja y tomando un sorbo de mi copa de coñac.
— ¿Y… qué?
—No te hagas, sabes muy bien a que me refiero, parece que a ti se te tiene que refrescar la memoria a diario —golpeé la mesa con la palma de mi mano, inclinando mi torso al frente.
—Bueno —se puso de pie ladeándose a mi curso mimando el dorso de mi mano. Su cálida, endulzada, y perfumada respiración se restregaba en mis pómulos—. Remuérdame entonces el por qué te amo demasiado —me tomó por los hombros mientras yo recaí todo mi peso en mis extremidades contra la madera. Una fricción agradable llegó a mis labios. El compás del movimiento se fusionaba a la melodía de la madrugada: los pájaros cantando y la caída risoteada del agua de un ruido cercano a la zona.
La alborada se alzaba junto con ella la emanación de amor que desprendíamos mi novio y yo mezclados a los leves rayos de sol.
—Adoro los colores de la mañana —dije maravillada en un suspiro, envuelta entre sus corpulentos brazos con el olisquear en mi cuello.
—Cierto. Pero también las mañanas son magníficas a tu lado —la cursilería abundaba en el aire y éramos masoquistas al soportarla, cualquier persona amargada y sin amor pensaría que ya teníamos una dotación excesiva de frases empalagosas, pero ¿Qué mas daba si provenían de la persona que más amaba?
—Creo que ha llegado la hora —articuló sospechosamente desvinculando mi anatomía de sus brazos y hurgando entre los bolsillos de su saco—. ¿Dónde está?
— ¿Qué? —inquirí perpleja, todo me daba vueltas ¿La hora? ¿Qué buscaba?
Hizo caso omiso a mi pregunta.
—Pero si aquí la dejé —se quejó, ahora catando el suelo como un detective acorralado.
— ¿Qué buscas? Te puedo ayudar —sugerí.
— ¡No! No, no, mejor siéntate ahí y yo lo busco ¿Entendido?
—Pero…
—Nada… lo arruinarías —proclamó, su pedido fue de mala manera y al mismo tiempo una ofensa ¿Creía que era una inútil o una torpe?
Sentí como los aires de orgullo retornaban apoderándose de mí como las primeras veces en que lo había conocido.
— ¡Escúchame! Yo no se que te traes entre manos, pero eso no te da derecho a tratarme de esa manera.
—Te equivocas —contradijo, esa fue la gota que derramó al vaso.
Antes de que pudiera reclamarle y descargar toda mi furia por un maltrato, «Se le había prendido el foco» todo lo indicaba, su dedo alzado y la expresión de un idiota embobado—. ¡Siempre! Todo es por culpa de Kevin.
— ¿Kevin? —torcí el gesto confundida—. ¿Qué tiene que ver Kevin en esto?
—Le dije que el otro saco se veía mejor, y ahí dejé…
Calló, como si algo estuviera en la punta de su lengua y evitara que esta fuera pronunciada por una razón: una ocultación.
— ¿Qué dejaste ahí, en el saco? —no cabía duda que a horas de la madrugada había sobrepasado el límite de preguntas, ninguna de ellas sin respuesta.
—Una… una sorpresa, sí, eso, una sorpresa, para ti, por eso te dije que si me ayudabas a buscar... la sorpresa, lo arruinarías —explicó, no se si yo era una persona indulgente o él era muy persuasivo. En fin, la poca furia que experimenté minutos atrás se había filtrado y ahora solo miraba a Joseph con ojos de dulzura.
—Te mencioné que no me gustaban los regalos ¿A que sí?
—Lo sé, pensé que te gustaría, ahora sí, todo está arruinado, era lo más importante.
—Está bien, podrás dármelo en otra ocasión —propuse, con mis brazos circunvalé su cuello y besé la punta de su nariz.
—Me temo que tendrá que ser así —enunció rendido—. Solo llamaré a Kevin para asegurarme que esté ahí.
—Como quieras —le solté, llegué a notar como presionaba el botón de encendido de su teléfono móvil ¿Lo tenía apagado? Con seguridad aseveraba que hizo relación al «para evitar que nos molesten».

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