Su rostro fulguraba frente a mis pupilas, y su sonrisa abundante de gozo me hacía querer gritar esquizofrénica, había escuchado su voz en lo más recóndito de mis pensamientos, y ahora estaba frente a mí con su expresión más tonta, estrujándome las extremidades. Razón para decir que era el espectro más alegre y más bruto que había visto. Bien, era el primero, pero era espeluznante y no en el sentido en verdad aterrador, si no que emanaba su exagerada animación cuando clavaba como estacas sus ojos marrones en los míos, henchidos de excitación, y me quedé petrificada escrutándolos con las facciones de mi rostro entorpecidas. Acumulé el aliento posible y necesario para que mi campanilla retumbara con el estruendoso grito que estaba por lanzar.
— ¿Qué?... ¡Silencio! Me reventarás los tímpanos ¿Por qué gritas como si vieras un fantasma? —preguntó tapándose los oídos, y yo, sin razón aparente guarde silencio cavilando el por qué es que hacía esa pregunta, ¿No se daba cuenta de la magnitud del asunto?
—Ehhh… —proferí dudosa—. Será por que… ¿Eres uno? ¡Dah! —me burlé con obviedad, rezando porque no estuviera loca por hablar con seres del más allá. Adquirí con los músculos entumecidos, una posición que me permitió contemplar la cuantiosa indumentaria que me rodeaba, infinidades de cables que iban desde una bolsa de suero, hasta mi muñeca con un pinchazo de aguja traspasándome la piel. Las paredes de alabastro. Las enormes ventanas rectangulares que advertían cautelosas a los poseyentes de fobia a una altura aterrorizante. El sordo sonido tras la puerta del choque de zapatos contra el piso, de aquí y allá sin parar; y lo más relevante: la presencia de dos personas.
Risoteó y se acercó a mí.
—Cariño ¿Estás loca?
—Espero que no —dije para mi misma.
—Parece que ese sueño prolongado te afectó la cabeza.
Parpadeé incrédula, repleta de ignorancia.
— ¿Sueño? ¿Qué sueño? Se suponía que tú habías muerto.
— ¡No! —gritó y se llevó una mano a la frente, indignada, caminando como borracha hacia el hombre de bata blanca—. Doctor, a mi me parece que no la atendieron bien, mire, ahora desea que su madre esté muerta, así nos agradecen los hijos, no vale la pena todo lo que les damos, todo lo que…
—Mamá —le llamé antes de que lanzara sobre el doctor sus lágrimas de cocodrilo acerca de “¿Por qué tenemos las madres hijos tan malagradecidos?”
Hice un recuento de mis últimas palabras e imágenes que capté y me vi obligada a preguntar.
— ¿Qué hace un doctor aquí, por qué estoy en un hospital? —quise saber, pero al momento en que mi madre y él viraron la cabeza a mi dirección, caí en la cuenta de que posiblemente… —. ¡Estoy muerta!
—Eh… ¿Qué? —chistó confusa mi madre dando pasibles pasos, hasta acercarse —. Hija, creo que tantos años con esa dura e incomoda almohada, afectaron tus neuronas.
—Mmm… señora, señorita, las dejo para que platiquen… con permiso —dijo el doctor en tono cordial y abandonó la habitación. Vaya que no era ese tipo de personas que incumbía en los asuntos familiares. Lo entendía, ¿Quién quería escuchar una conversación entre madre e hija, donde una de ellas estaba completamente desinformada y tal vez loca?
—Necesito explicaciones.
—Y las tendrás, solo cierra esa boquita y deja de decir tales incoherencias… ¿Te lo explico todo o quieres saber algo en especial? —corrió las sábanas y se sentó a un costado de mi.
—Las dos. Dime ¿Por qué estoy aquí? ¿Qué me paso?
Tragó saliva y me miró dubitativa.
—Verás —pausó por segundos y se preparó para contar lo que le había invadido de melancolía—. ¿Recuerdas el… accidente? —dijo y me rebosó de duda la mente. No lograba pensar de qué accidente se refería; excepto uno en especial.
Moví la cabeza de un lado a otro intentando ordenar mis ideas.
—El único que recuerdo es el de la carretera donde… —en instantes descubrí lo quebrada que se tornaba mi voz—. Íbamos él y yo…
—Exacto —intervino antes de que estallara en llanto desconsolado—. Él… ya no está.
—Lo sé… murió.
Solo asintió levemente con la cabeza y tomó de mis manos como si eso lograra calmar mi pena. Esto era un déjà vu, esto ya había pasado una vez. Solo era una pesadilla de mi subconsciente que se aferraba a esta dolorosa escena.
—Quiero despertar —chillé cabizbaja.
—Cielo, estás despierta, y no sabes cuanto rogué a Dios porque lo estuvieras —tomó mis hombros y atrajo mi cuerpo hacía ella, su calor era tan… real. Podía sentir su cariño de nuevo, y se esfumó la idea de que se tratara de una ilusión—. Estamos juntas de nuevo y todo estará bien… te lo aseguro.
La empujé con suavidad y la miré a los ojos intentando hallar mi respuesta esperada.
— ¿Qué esta pasando?
— ¿Acaso no lo sabes? Hija, pasaste dos años enteros después de ese día, dormida, y con los latidos de tu corazón era suficiente para que esta madre se esperanzara con que volvieras a abrir los ojos.
Mis párpados detuvieron su labor, y dieron paso a la cristalización de mis oculares. La realidad estaba a mí alrededor, y la corta explicación terminó por darle un vuelco a mis emociones. Estaban de todas, esa invencible alegría de saber que mi progenitora estaba con vida, esa agonía de descubrir que en realidad el que llego a ser el amor de mi vida había dejado este mundo, y la desilusión cuando reflexioné que… jamás existió esa vida sacada de cuentos de hadas donde el amor se volvía hacer presente. Al parecer la suerte no estaba en un 100% de mi parte. Mi imaginación llegó demasiado lejos, tanto para subirme a las nubes y para dejarme caer de espaldas a un planeta donde reinaban esas inmensas ganas de querer hacer verdadero un sueño. Un fantástico e irreal sueño.
— ¡Oh! No llores, ya todo esta en orden; ya estás conmigo y…
—Mamá, es que tu no comprendes… estoy feliz de que estés conmigo, pero… no entiendes lo complicado que es para mí asimilar que nada fue como lo pensé. Todo dio un giro, porque Jonathan no está, lo extraño, no sabes cuanto, pero también tuve casi una vida en ese sueño, en todo ese tiempo que permanecí dormida. A eso me refería cuando dije que estabas muerta, así sucedió, todo… todo parecía tan real. Él tampoco está, y me duele saber que estuvo —puse mi mano en mi pecho izquierdo, justo donde bombeaba sangre mi corazón—. Aquí, y… —indiqué con el dedo índice mi cabeza—. Aquí.
Tomó delicadamente de mis muñecas y las descendió hasta tocar el colchón.
—Cuando dices que “el tampoco está” Te refieres a Jonathan ¿Cierto?
Fruncí los labios y me encogí de hombros.
—No —pronuncié con un hilo de voz. Las lágrimas salían apresuradas de mis ojos, y era imposible detener la corriente.
—Entonces… ¿De quién hablas?
—De… —dudé por unos segundos si decirle o no, no sabía exactamente que pasaría por su mente cuando le dijera, «estuve enamorada de un sueño» tal vez me tacharía de loca, o de una tonta niña atrapada en su fábula. Pero… ¡Era mi madre! Tendría que saber que ella siempre trataría por concebir a su hija, por más disparatadas que fueran sus anécdotas—. No me escuches, como mencionaste, tantos años durmiendo me afectaron la cabeza.
Alzó sus manos de improviso y las dejó desplomarse para chocar en sus piernas.
—Cariño, detesto que hagas eso, ¿Por qué no me cuentas? ¿No confías en mí? —«no» pensé desde mis adentros, pero reflexioné que esa no era una respuesta muy apropiada para una madre, y más cuando esta exageraba en su política de “tú y yo somos amigas, sabes que puedes contar conmigo para todo.” Pero… no era desconfianza, si no inseguridad, conociendo su personalidad burlona, ya no sabía que esperar.
Mordí mi labio inferior y la miré inocente.
—Después ¿si? Tengo hambre, y sabes que son ciertos esos rumores de que las comidas de hospital son un asco.
Carcajeó y se puso de pie con las manos sobre las caderas.
—Es cierto —dijo seria, con la mirada perdida en un punto inexacto de la pared— ¿Qué es esto? ¿La cárcel? No, creo que en la cárcel hay comida mucho más apetitosa que esta. Veré si puedo ir a uno de esos centros de comida rápida, tú sabes, una grande y grasosa hamburguesa con una coca-cola tamaño jumbo.
—Perfecto —respondí con una sonrisa, dando un saltito sobre el colchón.
—Espérame aquí, no tardo —envolvió mi rostro con sus manos y besó mi frente—. ¿Estarás bien?
—Claro —suspiré, viendo como tomaba su bolso y abría la puerta—. Mamá —articulé con un tipo de miedo sobre las ondas que emitían mis cuerdas vocales, enseguida volteó y plasmo en mí su tierna mirada compasiva—. Cuídate, y conduce con cuidado.
La habitación pronto quedó aislada de todo ser que no fuera yo, o mi soledad. El silencio era perturbador, tan complicado para que existiera la calma en mis sentidos aún confusos e incrédulos.
Roté mi cuerpo hasta dejar que mis piernas pendieran del colchón, lo suficiente para que los pulgares de mis pies notaran lo glacial del piso. Parpadeé miles de veces, y caí en un hechizo que me hizo levantarme por completo y caminar hacia el cristal que daba al exterior del edificio. El sol terminaba su turno y era hora de que los tonos violetas envolvieran el céfiro, para así abrazarlo plenamente con su manto negro.
Era sorprendente como los reflejos daban una mejor descripción de la más pura realidad. Mi apariencia no figuraba a la de una chica de 19, si no que aún perduraba esa delicadeza en mi rostro, digno de aún, una adolescente. Puse mi mano en el cristal admirando la proyección. Eso sirvió para percatarme de que las lágrimas dejaban un rastro acuoso sobre mis mejillas; al desear interrumpir su caudal con mis dedos, miré hacia abajo, justo en el punto donde me era posible apreciar mi cuerpo, desde mis hombros, hasta las plantas de mis pies apoyadas al suelo, todo estaba en orden, descifraba con complejidad que solo era una chica ilusa, con esa misma esperanza de que su príncipe azul llegara para salvarla de su triste desencanto, estaba vacía en cuerpo y alma.
No tenía un cálculo exacto de cuantos minutos forcé a mis piernas por sostener mi peso, estuve ahí, parada, con la pena apoderándose lentamente de mis fuerzas. ¡Que difícil era estar embelesada de una persona que no había existido! ¡De una persona que fue creada para volverme a la vida después de la muerte, después de la tormenta! Tal como toda una ciencia y filosofía había una explicación a este fenómeno: solamente, después de una perdida, inventé un consuelo, uno del que me obsesioné y por el que ahora estaba agonizando.
— ¡(tn)! ¡Amor! ¿Qué haces levantada? Aún no tienes las suficientes vitaminas para que estés de pie —gritó preocupada, rompiendo mi burbuja. Que bien que había aparecido, su presencia me protegía de mi verdugo, cada vez que me encontraba sola, este llegaba con el fin de someterme a los más escalofriantes suplicios, pero había cruzado el umbral de la puerta en un momento inexacto, en el que no deseaba que me viera lloriquear, porque tenía previsto lo que acontecería después de eso —. ¿Estás llorando? —preguntó curiosa al cerciorarse de que mis ojos estaban de un color escarlata, hinchados, empapados de un líquido salado, y las mejillas sonrosadas, tal vez por el frote tan tosco que les di para evitar que me descubriera, pero… ¡Oh mala suerte! Ya era demasiado tarde, y en menos de lo que cantara un gallo, me encerraría en un espacio reducido donde mi mente explotaría con las miles de preguntas que elaboraba solo por su instinto de madre consternada—. Sí, si lo haces, no se a ciencia cierta porque, pero verte sufrir, me hace sufrir.
—No estaba llorando, el olor a… los medicamentos me producen alergia.
Arqueó una ceja y se humedeció los labios con la lengua.
—Te advierto que sé con seguridad que esto es algo sentimental, a mi no me engañas.
Estaba rendida, ya no existían mentiras piadosas que encubrieran el dolor inmenso en mi pecho, quedé hundida entre miles de agonías, ansiosas por salir a flote.
—Mamá, no me hagas caso, son cosas de adolescentes, cosas mías, cosas que pueden ser estúpidas para cualquiera que las escuche, menos para mi —supliqué a la defensiva, mostrando un mal carácter y limpiando disimuladamente mis lágrimas con mi antebrazo, caminando en dirección a la cama, y volviendo a retomar mi postura encorvada sobre el borde de esta.
—Es que no es normal… —pausó y se quedó pensativa, su perfil era tan fino, y los rastros del envejecimiento parecieron no tocar su piel, estaba tan joven, ni una operación del rostro hubiera podido igualar sus delicadas facciones—. Creo que todo esto es por lo poco que me platicaste sobre esa “vida”, ese sueño que tuviste. ¿No es así? —me miró retadora y de nuevo deslumbraba su expresión embrujada que obtenía mi verdadera respuesta, exiliaba victoriosa las mentiras.
Giré la cabeza sobre mi cuello, blanqueando los ojos.
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Al fin pude escribir un capítulo largo de 4 páginas, es lo más que he escrito, me tomó varios días, y lo siento, pero al fin terminé. Espero que comenten porfavor, necesito su opinión. Escribiré lo más pronto posible. :D
— ¿Qué?... ¡Silencio! Me reventarás los tímpanos ¿Por qué gritas como si vieras un fantasma? —preguntó tapándose los oídos, y yo, sin razón aparente guarde silencio cavilando el por qué es que hacía esa pregunta, ¿No se daba cuenta de la magnitud del asunto?
—Ehhh… —proferí dudosa—. Será por que… ¿Eres uno? ¡Dah! —me burlé con obviedad, rezando porque no estuviera loca por hablar con seres del más allá. Adquirí con los músculos entumecidos, una posición que me permitió contemplar la cuantiosa indumentaria que me rodeaba, infinidades de cables que iban desde una bolsa de suero, hasta mi muñeca con un pinchazo de aguja traspasándome la piel. Las paredes de alabastro. Las enormes ventanas rectangulares que advertían cautelosas a los poseyentes de fobia a una altura aterrorizante. El sordo sonido tras la puerta del choque de zapatos contra el piso, de aquí y allá sin parar; y lo más relevante: la presencia de dos personas.
Risoteó y se acercó a mí.
—Cariño ¿Estás loca?
—Espero que no —dije para mi misma.
—Parece que ese sueño prolongado te afectó la cabeza.
Parpadeé incrédula, repleta de ignorancia.
— ¿Sueño? ¿Qué sueño? Se suponía que tú habías muerto.
— ¡No! —gritó y se llevó una mano a la frente, indignada, caminando como borracha hacia el hombre de bata blanca—. Doctor, a mi me parece que no la atendieron bien, mire, ahora desea que su madre esté muerta, así nos agradecen los hijos, no vale la pena todo lo que les damos, todo lo que…
—Mamá —le llamé antes de que lanzara sobre el doctor sus lágrimas de cocodrilo acerca de “¿Por qué tenemos las madres hijos tan malagradecidos?”
Hice un recuento de mis últimas palabras e imágenes que capté y me vi obligada a preguntar.
— ¿Qué hace un doctor aquí, por qué estoy en un hospital? —quise saber, pero al momento en que mi madre y él viraron la cabeza a mi dirección, caí en la cuenta de que posiblemente… —. ¡Estoy muerta!
—Eh… ¿Qué? —chistó confusa mi madre dando pasibles pasos, hasta acercarse —. Hija, creo que tantos años con esa dura e incomoda almohada, afectaron tus neuronas.
—Mmm… señora, señorita, las dejo para que platiquen… con permiso —dijo el doctor en tono cordial y abandonó la habitación. Vaya que no era ese tipo de personas que incumbía en los asuntos familiares. Lo entendía, ¿Quién quería escuchar una conversación entre madre e hija, donde una de ellas estaba completamente desinformada y tal vez loca?
—Necesito explicaciones.
—Y las tendrás, solo cierra esa boquita y deja de decir tales incoherencias… ¿Te lo explico todo o quieres saber algo en especial? —corrió las sábanas y se sentó a un costado de mi.
—Las dos. Dime ¿Por qué estoy aquí? ¿Qué me paso?
Tragó saliva y me miró dubitativa.
—Verás —pausó por segundos y se preparó para contar lo que le había invadido de melancolía—. ¿Recuerdas el… accidente? —dijo y me rebosó de duda la mente. No lograba pensar de qué accidente se refería; excepto uno en especial.
Moví la cabeza de un lado a otro intentando ordenar mis ideas.
—El único que recuerdo es el de la carretera donde… —en instantes descubrí lo quebrada que se tornaba mi voz—. Íbamos él y yo…
—Exacto —intervino antes de que estallara en llanto desconsolado—. Él… ya no está.
—Lo sé… murió.
Solo asintió levemente con la cabeza y tomó de mis manos como si eso lograra calmar mi pena. Esto era un déjà vu, esto ya había pasado una vez. Solo era una pesadilla de mi subconsciente que se aferraba a esta dolorosa escena.
—Quiero despertar —chillé cabizbaja.
—Cielo, estás despierta, y no sabes cuanto rogué a Dios porque lo estuvieras —tomó mis hombros y atrajo mi cuerpo hacía ella, su calor era tan… real. Podía sentir su cariño de nuevo, y se esfumó la idea de que se tratara de una ilusión—. Estamos juntas de nuevo y todo estará bien… te lo aseguro.
La empujé con suavidad y la miré a los ojos intentando hallar mi respuesta esperada.
— ¿Qué esta pasando?
— ¿Acaso no lo sabes? Hija, pasaste dos años enteros después de ese día, dormida, y con los latidos de tu corazón era suficiente para que esta madre se esperanzara con que volvieras a abrir los ojos.
Mis párpados detuvieron su labor, y dieron paso a la cristalización de mis oculares. La realidad estaba a mí alrededor, y la corta explicación terminó por darle un vuelco a mis emociones. Estaban de todas, esa invencible alegría de saber que mi progenitora estaba con vida, esa agonía de descubrir que en realidad el que llego a ser el amor de mi vida había dejado este mundo, y la desilusión cuando reflexioné que… jamás existió esa vida sacada de cuentos de hadas donde el amor se volvía hacer presente. Al parecer la suerte no estaba en un 100% de mi parte. Mi imaginación llegó demasiado lejos, tanto para subirme a las nubes y para dejarme caer de espaldas a un planeta donde reinaban esas inmensas ganas de querer hacer verdadero un sueño. Un fantástico e irreal sueño.
— ¡Oh! No llores, ya todo esta en orden; ya estás conmigo y…
—Mamá, es que tu no comprendes… estoy feliz de que estés conmigo, pero… no entiendes lo complicado que es para mí asimilar que nada fue como lo pensé. Todo dio un giro, porque Jonathan no está, lo extraño, no sabes cuanto, pero también tuve casi una vida en ese sueño, en todo ese tiempo que permanecí dormida. A eso me refería cuando dije que estabas muerta, así sucedió, todo… todo parecía tan real. Él tampoco está, y me duele saber que estuvo —puse mi mano en mi pecho izquierdo, justo donde bombeaba sangre mi corazón—. Aquí, y… —indiqué con el dedo índice mi cabeza—. Aquí.
Tomó delicadamente de mis muñecas y las descendió hasta tocar el colchón.
—Cuando dices que “el tampoco está” Te refieres a Jonathan ¿Cierto?
Fruncí los labios y me encogí de hombros.
—No —pronuncié con un hilo de voz. Las lágrimas salían apresuradas de mis ojos, y era imposible detener la corriente.
—Entonces… ¿De quién hablas?
—De… —dudé por unos segundos si decirle o no, no sabía exactamente que pasaría por su mente cuando le dijera, «estuve enamorada de un sueño» tal vez me tacharía de loca, o de una tonta niña atrapada en su fábula. Pero… ¡Era mi madre! Tendría que saber que ella siempre trataría por concebir a su hija, por más disparatadas que fueran sus anécdotas—. No me escuches, como mencionaste, tantos años durmiendo me afectaron la cabeza.
Alzó sus manos de improviso y las dejó desplomarse para chocar en sus piernas.
—Cariño, detesto que hagas eso, ¿Por qué no me cuentas? ¿No confías en mí? —«no» pensé desde mis adentros, pero reflexioné que esa no era una respuesta muy apropiada para una madre, y más cuando esta exageraba en su política de “tú y yo somos amigas, sabes que puedes contar conmigo para todo.” Pero… no era desconfianza, si no inseguridad, conociendo su personalidad burlona, ya no sabía que esperar.
Mordí mi labio inferior y la miré inocente.
—Después ¿si? Tengo hambre, y sabes que son ciertos esos rumores de que las comidas de hospital son un asco.
Carcajeó y se puso de pie con las manos sobre las caderas.
—Es cierto —dijo seria, con la mirada perdida en un punto inexacto de la pared— ¿Qué es esto? ¿La cárcel? No, creo que en la cárcel hay comida mucho más apetitosa que esta. Veré si puedo ir a uno de esos centros de comida rápida, tú sabes, una grande y grasosa hamburguesa con una coca-cola tamaño jumbo.
—Perfecto —respondí con una sonrisa, dando un saltito sobre el colchón.
—Espérame aquí, no tardo —envolvió mi rostro con sus manos y besó mi frente—. ¿Estarás bien?
—Claro —suspiré, viendo como tomaba su bolso y abría la puerta—. Mamá —articulé con un tipo de miedo sobre las ondas que emitían mis cuerdas vocales, enseguida volteó y plasmo en mí su tierna mirada compasiva—. Cuídate, y conduce con cuidado.
La habitación pronto quedó aislada de todo ser que no fuera yo, o mi soledad. El silencio era perturbador, tan complicado para que existiera la calma en mis sentidos aún confusos e incrédulos.
Roté mi cuerpo hasta dejar que mis piernas pendieran del colchón, lo suficiente para que los pulgares de mis pies notaran lo glacial del piso. Parpadeé miles de veces, y caí en un hechizo que me hizo levantarme por completo y caminar hacia el cristal que daba al exterior del edificio. El sol terminaba su turno y era hora de que los tonos violetas envolvieran el céfiro, para así abrazarlo plenamente con su manto negro.
Era sorprendente como los reflejos daban una mejor descripción de la más pura realidad. Mi apariencia no figuraba a la de una chica de 19, si no que aún perduraba esa delicadeza en mi rostro, digno de aún, una adolescente. Puse mi mano en el cristal admirando la proyección. Eso sirvió para percatarme de que las lágrimas dejaban un rastro acuoso sobre mis mejillas; al desear interrumpir su caudal con mis dedos, miré hacia abajo, justo en el punto donde me era posible apreciar mi cuerpo, desde mis hombros, hasta las plantas de mis pies apoyadas al suelo, todo estaba en orden, descifraba con complejidad que solo era una chica ilusa, con esa misma esperanza de que su príncipe azul llegara para salvarla de su triste desencanto, estaba vacía en cuerpo y alma.
No tenía un cálculo exacto de cuantos minutos forcé a mis piernas por sostener mi peso, estuve ahí, parada, con la pena apoderándose lentamente de mis fuerzas. ¡Que difícil era estar embelesada de una persona que no había existido! ¡De una persona que fue creada para volverme a la vida después de la muerte, después de la tormenta! Tal como toda una ciencia y filosofía había una explicación a este fenómeno: solamente, después de una perdida, inventé un consuelo, uno del que me obsesioné y por el que ahora estaba agonizando.
— ¡(tn)! ¡Amor! ¿Qué haces levantada? Aún no tienes las suficientes vitaminas para que estés de pie —gritó preocupada, rompiendo mi burbuja. Que bien que había aparecido, su presencia me protegía de mi verdugo, cada vez que me encontraba sola, este llegaba con el fin de someterme a los más escalofriantes suplicios, pero había cruzado el umbral de la puerta en un momento inexacto, en el que no deseaba que me viera lloriquear, porque tenía previsto lo que acontecería después de eso —. ¿Estás llorando? —preguntó curiosa al cerciorarse de que mis ojos estaban de un color escarlata, hinchados, empapados de un líquido salado, y las mejillas sonrosadas, tal vez por el frote tan tosco que les di para evitar que me descubriera, pero… ¡Oh mala suerte! Ya era demasiado tarde, y en menos de lo que cantara un gallo, me encerraría en un espacio reducido donde mi mente explotaría con las miles de preguntas que elaboraba solo por su instinto de madre consternada—. Sí, si lo haces, no se a ciencia cierta porque, pero verte sufrir, me hace sufrir.
—No estaba llorando, el olor a… los medicamentos me producen alergia.
Arqueó una ceja y se humedeció los labios con la lengua.
—Te advierto que sé con seguridad que esto es algo sentimental, a mi no me engañas.
Estaba rendida, ya no existían mentiras piadosas que encubrieran el dolor inmenso en mi pecho, quedé hundida entre miles de agonías, ansiosas por salir a flote.
—Mamá, no me hagas caso, son cosas de adolescentes, cosas mías, cosas que pueden ser estúpidas para cualquiera que las escuche, menos para mi —supliqué a la defensiva, mostrando un mal carácter y limpiando disimuladamente mis lágrimas con mi antebrazo, caminando en dirección a la cama, y volviendo a retomar mi postura encorvada sobre el borde de esta.
—Es que no es normal… —pausó y se quedó pensativa, su perfil era tan fino, y los rastros del envejecimiento parecieron no tocar su piel, estaba tan joven, ni una operación del rostro hubiera podido igualar sus delicadas facciones—. Creo que todo esto es por lo poco que me platicaste sobre esa “vida”, ese sueño que tuviste. ¿No es así? —me miró retadora y de nuevo deslumbraba su expresión embrujada que obtenía mi verdadera respuesta, exiliaba victoriosa las mentiras.
Giré la cabeza sobre mi cuello, blanqueando los ojos.
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Al fin pude escribir un capítulo largo de 4 páginas, es lo más que he escrito, me tomó varios días, y lo siento, pero al fin terminé. Espero que comenten porfavor, necesito su opinión. Escribiré lo más pronto posible. :D