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miércoles, 12 de enero de 2011

Capítulo 1O4

Bueno, pues al fin y lo sé después de tanto tiempo me puse a escribir, algo realmente largo en lo que tardé semanas para idear como es que quedaría este capítulo, siento que al fin pude recompensar las suplicas pidiendo capítulos más largos. Asimismo cumplir mi promesa de continuar.
Sucedieron demasiados percances que me obligaron a dejar esto a un lado, y lo siento en realidad.
Amé el trabajo, siento que la historia fue algo muy nuevo, pude experimentar demasiados sentimientos, opiniones, total, quedé muy satisfecha, pero... no del todo, pienso mejorar esta historia no se... tal vez agregando algo, poniendo un nombre fijo a la protagonista, (que lo estoy pensando por cierto y no me caerían mal unas sugerencias de su parte), o mejor aún, corregir diálogos anteriores, que gracias a mi inexperiencia no me convencieron mucho, me dejé llevar por lo que antes todos hacían, escribir una historia, sin darme cuenta que en verdad quería escribir algo más llegador, diferente, y mi perfeccionismo me hizo querer tomar un papel de una escritora profesional, (que no lo soy) pero quería intentarlo.
Ok, ya dejo a un lado mis palabras despidiéndome, disculpándome, y agradeciendo que hayan estado conmigo en esto, porque al final, sin lectores, ¿qué valdría mi trabajo? no creo que mucho.

PD. Me gustaría (toménlo como una obligación, bueno no tanto) que escribieran en los comentarios su opinión, no sé, si les gusto, si falto algo, como les dije anteriormente, una sugerencia para el nombre de la protagonista, también si no les gustó, qué falta... ustedes tienen la última palagra. GRACIAS. :D

_______________________________________________



El sol se alzaba esplendecente sobre el este y mermaba su luz sobre el occidente, abandonando la tierra y saludando a la luna que asistía a su turno nocturno. Así pasaron los días, permanecimos yo y mi madre sentadas contemplando con hastío las blanquecinas paredes que parecían reducir el espacio en cada minuto. La situación desmejoró para mí, estaba prácticamente atada a una cama, en observación aún por semanas que fueron eternas, mas porque no tenía escapatoria a mi madre preguntando ávida de mis ilusiones rotas, que ya sabía de principio a fin.
— ¡¿Un hijo?! Todavía eras joven, pero tomaste torpemente una decisión importante en la vida de una mujer ¿Lo sabías?
— ¡Mamá! —chillé, interrumpiendo su riña por algo… sin sentido.
— No —gritó—. Claro que no lo sabías, los adolescentes de ahora son tan testarudos y no piensan en las consecuencias.
Toqué mis molares con la punta de la lengua y cerré los ojos, pude escuchar mi pecho subía y bajaba con respiraciones profundas que trataban de calmarme, y así mismo indagar en mi mente ¿Por qué le conté algo así? ¿Qué era lo que no entendía de la palabra «irreal»?
—Tuve la impresión de que esto pasaría —pensé en mi fuero interno.

Sonreí con satisfacción el día en que me dieron de alta, ahora era testigo de las emociones que experimentaban los presos al cumplir sus años de sentencia. ¡Libertad!
—Espera fuera, yo recogeré las cosas que quedaron en la habitación —dijo, y esa era una orden que cumplía gustosa, ¿Para qué desobedecerla? Era aburrido acomodar, y era ella la que se había ofrecido. Y antes de que pudiera poner un pie fuera del umbral, la escuché pronunciar mi nombre en un inaudible tono, por un momento pensé que solo había sido una jugarreta de mi subconsciente, o del aire que bisbiseaba suavemente sobre el lóbulo de mis orejas, pero esta idea cayó desaprobada cuando mi madre volvió a llamar.
Giré el cuello, y me incorporé de nuevo frente a ella, extrañada por su expresión dubitativa, y abatida al mismo tiempo.
—Hay algo que olvidé entregarte —flechó la mirada al suelo, mordió su labio inferior, suspiró y rebuscó algo entre su bolso, escuché claramente como algunos de los objetos interiores colisionaban haciendo notar claramente que el contenido era en su mayor parte maquillajes.
—El libró que jamás leí por completo —dije para sí cuando se dejó ver una parte de el entre el cuchitril de mi madre.
—Lo encontré hace unos días entre tus cosas, y pensé en traerlo —se puso cabizbaja, como si estuviera arrepentida de haberlo cargado. Tal vez por su mente merodeaba la idea de que aún se presentaría la nostalgia en mí después de enfrentarme con pertenencias pasadas.
Estiré los brazos para tomarlo en manos, cuando una extraña sensación merodeó por cada rincón de mi cuerpo, después al sentir su textura irregular sobre la yema de mis dedos abocete inconscientemente una ligera sonrisa y cada energía negativa que penaba en mi interior huyó, para invadirme de calma.
—Tenía razón, yo… yo no debí entregártelo, no en este momento, lo siento, si quieres podría…
—No es necesario, te lo agradezco, estoy bien y creo que leer un rato allá fuera no me caería mal —la interrumpí, la culpa la estaba repudriendo, y yo no le reprochaba el haber puesto ese recuerdo de nuevo frente a mis ojos, era uno de los más lindos que tenía.
—Esta bien, yo seguiré acomodando todo —tomo de mi rostro y condujo sus labios a mi frente, acarició mi cabello, rebuscando sus dedos entre cada mechón, después se retiró un poco y me regaló una sonrisa serena, que me dejó en claro que mis palabras le llevaron a recobrar la calma.

Me quedé observando a detalle mí alrededor, sentada con la espalda holgada en la pared, hojeando el prólogo, el frío se hacía presente, tal como si la muerte estuviera rondando en busca de almas destinadas a acompañarla a otro mundo. Me froté los brazos y quedé estática al escuchar un sonido vociferante que provenía del fondo del pasillo, mis pupilas se aferraron en ese punto, y mis oídos se convirtieron en esclavos dedicados a la completa atención del llamado. Sentí una punzada en el pecho, la cual me hizo decidir incorporarme y dar mi primer paso, para comenzar mi recorrido. Sin prestar importancia a nada, excepto a la voz que aclaraba su mensaje; Caminé con los sentidos hechizados. A medida que me acercaba mi respiración se agitaba, llegué a percatarme de que ya no era consciente de mis pensamientos.
Tomé de la manija de la puerta que contraponía mi camino, y la giré, enseguida un viento torrencial me golpeó el rostro, pero eso no dificultó para que la voz se posesionara de mi mente, y me invitó a adentrarme a la cámara frígida. Estaba en la azotea… de nuevo.
Mi vitalidad disminuía, sentía recaer un gran peso en las platas de mis pies, incluso, el sostener el libro era un esfuerzo que no duraría por mucho; y así fue, la pasta de éste resbaló con más facilidad cuando el calor de mi anatomía comenzó a producir un sudor que se desprendía de la mayor parte de mi piel. Solo escuché el golpe en el suelo, alcancé a mirar de reojo como se abrió por la mitad. El aire aumentó su intensidad y revoloteó cada hoja del libro, mi mirada se mantenía atenta a la luna, pero cambió su blanco a una hoja de papel doblada, encajada entre las páginas y la pasta.
Me puse en cuclillas, la cogí y desdoblé con la intención de averiguar el enigmático contenido.

Noviembre, 27

“Para mi adorada (tn)”

Mi amor, tu sabes que yo no soy muy bueno escribiendo cartas, pero cuando el corazón le dicta todo es más fácil.
Ayer me preguntaba cuanto tiempo era el que habíamos pasado juntos, no supe exactamente, (no creo que sea de tu desconocimiento que carezco de una memoria acertada) lo que si sabía era que cada minuto que pasaba contigo era mágico, era abrir una puerta en la que detrás de ella existía oscuridad, penetrándose en ella todo era luz, la luz de tus ojos, de tu sonrisa […]
Sentir el sabor de tus labios era hundirse por completo en un mar lleno de miel, tocar tus manos era sentir las yemas de mis dedos acariciar las nubes, olisquear tu aroma me emanaba paz, amor, alegría, felicidad, pureza, demasiadas cosas más que si las escribo no me alcanzaba ni un cuaderno, ni el número de páginas de una biblia, al igual que expresarte cuando es que te amo.
Se que si no te tengo cerca, me asfixio, mi espacio se colapsa (he por eso cada llamada en quince minutos constantes, de hecho ahora tengo que pagar el recibo telefónico a reclamo de mi madre).
Tuve una inquietud esta noche, pasé horas sin conciliar el sueño y esto era lo único que lograba contener a mi mente mal agüeros, sobre todo cuando me planteé en la mente el significado del tiempo, por esa razón, te prometo que siempre estaremos juntos, y si algún día rompo mi promesa, no te detengas, deseo sinceramente que seas feliz con la persona que tu consideres la correcta, porque aunque sepa que tú no serás para mí, si tu eres feliz, yo lo seré igual. Si no es así, si nuestro destino permite nuestra unión, tú y yo formaremos una familia, como siempre lo anhelamos, nos casaremos, tendremos miles de hijos (no te quejes), y al primero de ellos le llamaremos Adam, y todo por la madre caprichuda que tendrá.

Recuerda que siempre te amare.

Eternamente a tu lado. Jonathan.


Después de leer la carta posé la mirada al frente, la vista se perdía y desvanecía sin complicación alguna, las luces de los edificios centelleaban entre mis pupilas, sentía como ese brillo aumentaba su intensidad tras una capa húmeda que terminaría por romperse y dejar correr sobre mis mejillas, que si una vez fueron sonrosadas, ahora extraviaban su color, se volvía lívidas.
Unos pasos apresurados venían hacia mi, su respiración estaba acelerada, pareciera que pareciera que me hubiera buscado por todos los rincones del hospital, sin pensar en dar conmigo hasta cruzar esa puerta e introducirse a un ambiente totalmente desconocido por su temperatura corporal, en donde el aire le refutaba a los tímpano su importuna presencia.
— ¿Qué te ocurre? ¿Por qué estás aquí? —la angustia le invadía las cuerdas vocales.
En cambio yo sentía el alma desprenderse de mis entrañas, encrespar mis músculos y desaparecer el aliento, provocando mediante un movimiento nasal, acaparar todo el aire posible, para no perder la razón.
De repente sus brazos me envolvieron, compartí su calor, y mi cuerpo recuperó la flexibilidad de las articulaciones.
—Madre, quiero ir a casa —vocalicé con una voz gutural, con un aspecto tétrico asemejando emerger de las tinieblas.
Sus pulgares dieron dispersaron movimientos circulares sobre mi rostros, y articuló sin canguelo alguno en una voz desorbitadamente aterciopelada, con partículas distinguidas de zozobra —Lo que tu digas, cariño.

Habían pasado varios días desde que descifré el englobado de la misiva, adicionando así una nueva duda en mi lista. ¿Qué era lo que había ocurrido con mi vida? Todo daba giros desenfrenados en mis pensamientos, no lograba descifrar el sentido de lo que acontecía, y por lo visto las señales no llegaban a mí por sí solas «el que busca encuentra» recordé en mi fuero interno. Salté de la cama a trompicones, bajé las escaleras y encontré a mi madre sentada en el comedor, dando vueltas incesantes con la yema de su dedo índice en el reborde de su taza de café cargado, como a ella le gustaba.
Una vez cerca, arrastré la silla, a pesar del chirrido arañando el suelo no se percató de mi presencia. Me situé frente a ella y puse mi mano sobre el dorso de la suya, ahí fue cuando esa interacción la llevó a recobrar la atención.
— ¿En qué piensas? —inquirí con un dejo de interés.
—No es nada, solo hoy no amanecí con ánimos —se excusó, y permitió también entrever que todo se trataba de una mentirilla para camuflar el alarido de su elucubración.
— ¿Por qué no me relatas la razón de tu silencio? —insté esperando su aprobación para confiar en mí como antes lo hacía.
—Es que no hay nada que decir, solo eso.
Arqueé una ceja y decidí cambiar la conversación, solo un poco, sabía a la perfección que ella no tenía la respuesta a todas las incertidumbres que me acechaban, excepto una, que llegó a fulgurar mi mente, rememoré la escena del hospital, cuando le dilucidaba mis experiencias fantasiosas con el personaje de ensueño que consiguió plasmar de nueva cuenta una sonrisa en mi rostro, y el eslogan en mi frente con la palabra “amar”, y me detuve justo donde mi madre interrumpió la conversación por uno de los discursos: “los errores de los adolescentes”, donde yo era la responsable por traer un hijo en vida.
—Mama, ¿recuerdas mi historia? ¿Aquella que tuve mientras estuve en coma?
—Claro que la recuerdo.
—Pues… no terminé, me falta aún mucho que contar, y entre esos sucesos hay uno que llamó mi atención, pero antes de hacértelo saber, me gustaría rebuscar entre las cosas viejas —una vez que completé la frase, me miró turbada, en el brillo de sus pupilas se vislumbraba un temor, ella no sabía que era lo que yo quería hallar, pero en su mente llegó a convergir de que objeto en especial apuntaba mi plan.
—No creo que sea conveniente, ahí no hay nada, como tu lo dijiste, solo son cosas viejas.
—Cosas viejas que me sacarán de dudas —estrellé las palmas sobre la mesa y con un ligero impulso me puse de pie nuevamente, con la mirada le di a entender que deseaba me siguiera, me contempló suplicante a que cediera con mi objetivo, pero hice caso omiso y subí los escalones casi trotando.
Entré al desván, lleno de polvo que provocó ventilar mis orificios nasales y estornudar, pero no permití que eso fuera un impedimento, y evoqué las palabras indicadas: “En… en un sobre amarillo, en cuanto encontraste la foto lo volví a guardar ahí y tú los guardaste en… el segundo cajón de ese buró”. Y ahí estaba, el buró viejo tras unas cajas empolvadas, las arrastré para introducirme en un espacio donde me fuera posible hincarme, una vez terminada la acción lo abrí y comencé a registrar, y entre el papeleo blanco se asomó el tan ansiado sobre, distinto en color.
— ¿Qué haces? Esos archivos no son de tu incumbencia, no tienen nada interesante — resonó al fondo la voz angustiada de mi madre.
—Tal vez, pero nunca está mal curiosear —reté, metí la mano, y con la ayuda de mi ojo entrecerrado leí la primera línea de cada hoja hasta verse cumplida mi misión. Saqué la hoja solo hasta la mitad—. Lakewood, Colorado —musité, todo era cierto.
—Hija, ¿Cómo supiste eso? —tartamudeó—. Yo… yo puedo explicarte.
—Claro que tienes que hacerlo, viví engañada pensando que yo pertenecía a este lugar, ¿Sabes acaso como es que lo supe? —Clavé mi mirada acuciante en la suya, a lo que ella cabeceó una negación—. Ahora puedo ver con claridad que todo ese mundo de ficción si ocurrió.
—Perdóname, yo no quise mentirte.
—No busco tus disculpas, si no explicaciones, pistas… —dije esto último en un suspiro, mis pulmones no estaban fabricando el suficiente oxígeno para incardinar que el sueño tomaba realidad.
—Está bien, sabía que esto tendría que confesarlo algún día, y ya es el momento —corrió capa de tierra de una caja, y me invitó a sentarme en ella a su lado—. Verás —hizo una pausa, suspiró profundamente y reanudó su historia—. »Cuando era una joven apenas de 21 años, me enamoré de un hombre, el peor error de mi vida, estaba cegada pensando que en realidad me amaba, incluso tapé mis oídos varias veces cuando personas cercanas a mí amonestaban que no era la persona que yo creía, que me haría daño, finalmente traté por evitarlos a todos, hacer mi voluntad, y viví con él un tiempo […] Los primeros días era amoroso, atento, alegre, pero después sus ojos se volvieron fríos, llegaba ebrio todas las noches, exasperado, y yo era la única con la que podía desatar su furia, después del infierno que me hacía pasar me negué a mi misma confesarle que estaba esperando un hijo.
Un día, posterior a su llegada de vividor a la casa, mientras él dormía, sin hacer ningún ruido y con la ayuda de las atronadoras gotas que desviaban todo movimiento en falso que recelara mi huida, tomé mi chaqueta con el objetivo de protección al sibilante soplar violento, recordando cuando me desgañitaba que si huía de su lado, me buscaría hasta por debajo de las piedras.
Vientos torrenciales golpeaban Lakewood esa noche encapotada, las disonancia vehemente de rayos estruendosos azotaban las ventanas con una fuerza paranormal, la tormenta arrasaba poderosa inundando los verdes campos, destocando las hojas de los frondosos árboles, que seguidamente del diluvio pasarían siendo ramas marrones sin gracia.
Giré la manija de la puerta, abriendo solo un hueco en el que me fuera posible salir sin necesidad de una completa abertura al sésamo, enseguida las gotas hicieron contacto en mi piel danzando principalmente en mi cara, turbando mi vista, pero no era eso un impedimento a escapar de forma definitiva del lugar que guardaba dolorosas reminiscencias, el que me tomaba presa en cadenas de hierro inmune a cualquier golpe de hacha aferrada a la libertad; con mi antebrazo cubrí mis ojos y cerré la puerta a mi envés en un complot en el que el resoplar me declaraba una contienda de la que sí o sí tenía que ser vencedora.
Me puse la capucha de la chaqueta y continué mi difícil camino, acompañada a mi adverso… el clima.
Busqué refugio en la casa de una amiga llamada Angela, y habité por un tiempo allí ayudándole con los deberes como gratitud, los meses pasaron, y yo seguía escondida, sin estar un día fuera dejando que los rayos del sol tañeran mi piel, o que la lluvia resbalara por mis mejillas tal como las lágrimas […]
De hecho un doctor vino al departamento porque estaba por dar a luz. Mi amiga era generosa, pero empezaba a ver gestos de inconformidad cuando por las noches llorabas para ya no volver a dormir, o cuando tomabas sus cosas, las tirabas al suelo o llenabas de baba cuando las llevabas a tu boca, y algunas de ellas terminaban hechas trozos en el piso, después de todo un bebe en casa era una responsabilidad que cambiaba la vida radicalmente, y ella no estaba acostumbrada, menos yo, pero lo intentaba.
No lo pensé dos veces, le devolvería su espacio de tranquilidad, por esa y otras razones, entre ellas: no ser un estorbo, ni mucho menos una mantenida, además no podía ocultarme toda la vida, crecerías y tarde o temprano tendrías que salir de ese encierro, respirar el aire fresco, conocer a personas, tal vez, enamorarte y he ahí lo malo, que salir detrás de ti para protegerte, para que conocieras el exterior me era prácticamente prohibido por seguridad.
Le di a conocer mi idea a Angela, y su rostro se iluminó con paz con el solo pensar que el sosiego volvería a su hogar, sacó de un cajón algunos billetes, eran sus ahorros, y me los ofreció, yo me rehusé a tomarlos, pero aseguró que serían necesarios mientras buscaba un lugar donde quedarme, y un empleo fijo que me diera la oportunidad de cubrir los gastos para sustentarnos, concluí por tomarlos como un préstamo.
Con cautela caminamos por las calles para eludir que nos pillaran, hasta llegar a la terminal de camiones hacia Houston, me despidió agitando los brazos al aire mientras miraba por la ventana contigo en brazos.
Era un nuevo destino, y no sabía por donde dirigirme, no conocía a nadie, pero gracias al dinero pude rentar un cuartito, la dueña del lugar se ofreció a cuidarte mientras yo vagabundeaba por las calles en busca de empleo, las puertas se cerraban cuando revelaba que era una madre soltera. Ya exhausta de buscar, me senté en los escalones de una escuela humilde, pensando en que sería de nosotras. Una mujer —la conserje del lugar— me sacó de mi meditación, comenzó por reñirme al impedir que barriera la zona donde reposaba y terminó por contarme su vida, —no más miserable que la mía— y al último escuchó ávida mi relato. Una vez perdido mi aliento por tanto hablar, dedujo en apoyarme para ser contratada como secretaría en Dirección, ya que la anterior había muerto hace días por una enfermedad.
Al día siguiente, la dueña cuidó de ti otra vez y me dirigí a la escuela, la señora de la limpieza me presentó a la directora como su sobrina, y gracias a la confianza mutua, ella accedió para contratarme.
Llegué feliz a nuestra morada, platiqué con la dueña de la vecindad sobre mi triunfo y ella sin mostrar pesar propuso cuidarte todas las mañanas. El salario era suficiente, el trabajo exánime, pero no me rendí porque era una oportunidad única, asimismo estando ahí aprendí demasiadas cosas sobre las clases, —antes de cometer ese error era una persona estudiosa, luchadora, podía captar fácilmente mi aprendizaje— y eso me abrió puertas para auto superarme. En una ocasión la directora me puso a cargo de un grupo como maestra suplente, y fue en ese preciso momento cuando me di cuenta que eso era lo que adoraba ser, maestra. La directora fue intercesora para que realizara estudios con el fin de graduarme de una forma fácil, del mismo modo me dio un empujón para entrar al sistema de el gobierno, donde los pagos se triplicaban, o quintuplicaban mejor dicho, en unos meses ya tenía el dinero suficiente para cambiar de casa, tener una propia; indagué opciones, exploré diferentes inmuebles hasta dar con el indicado, justo donde estamos ahora.
Agradecí a cada uno de los miembros que hicieran posible mi posición y partimos las dos a un nuevo sitio acogedor.
Durante el trabajo te dejaba en una guardería especial para madres solteras y te recogía en la tarde, casi escondiéndose el sol al oeste. Fuiste creciendo rápidamente, y me parecía que el tiempo me separaba de tu lado cada vez más, solamente te veía por las noches y en ellas te enseñaba conocimientos básicos, posteriormente me adentré a lo más complicado, con el paso de los años descubrí que no te estaba tratando como a la hija que eras necesitabas salir, socializar, recordé que esa era una de las razones por las que luché, y ahora que las tenía no podía dejar a un lado mi promesa.
Pedí una temporada en el trabajo para dedicarme a ti, salir constantemente, escuchar tus charlas prolongadas, jugar contigo, contar un cuento antes de ir a dormir, arroparte una vez que cerrabas tus párpados, velar tus sueños, impedir que las pesadillas terminaran por debilitarte […]
No te mentiré que cuando Jonathan y tú se conocieron y salían como una pareja formal experimenté celos, te estaban despojando de mi lado después del empeño que posesioné en ti, pero cavilando persistentemente cada noche me acordé que miré en un pasado con mis propios ojos elevar tu estatura, cambiar tus rasgos infantiles y sustituirlos por los de una joven próxima a convertirse en una mujer. Por esa razón me convertí en una amiga para ti, tu confidente, siempre enterada de lo que tu mente predisponía.
El terror se apropió una vez más de mí, cuando recibí una llamada que me rompió el corazón en añicos, te imaginarás que es lo que ocurrió ¿A que si? —por primera vez, después de su larga anécdota fijó sus ojos en los míos, podía leer en los de ella un colosal titubeo, afanosa a tantear como había tomado sus palabras.
—Claro, el accidente ¿no? —concordé cabizbaja eliminando el contacto visual.
—Exacto.
Imitó mi postura, y un silencio tortuoso se desgajó en la habitación. Mi sentido común estaba bloqueado para permitir buscar una explicación que solo yo pudiera procesar sin la necesidad de buscarle ciencia al asunto.
—Supongo que fue… —pausé procurando encontrar la palabra idónea—. Complejo —logré musitar.
—Como no te imaginas —coincidió en un profundo suspiro que ahogó sus palabras—. Yo quería decirte pero...
—No te preocupes, esta bien, yo no lo esperé y apresuré demasiado tu confianza —me puse de rodillas levantando su barbilla para recuperar la visión recíproca—. Ni mucho menos tienes de que avergonzarte, créeme que te veré con otros ojos a partir de hoy, como a la persona que más admiré, admiro y admiraré, me siento feliz al saber que estás a mi lado y que tu compañía no me ha defraudado —un chillido estridente retumbó, imágenes y frases iban y venían de mi mente, su mirada castaña abismal horadando mis pupilas; su sonrisa nacarada capaz de contagiar la alegría de cualquier amargo sabor de una vida desventurada; su mórbido tono de hablar, tan pasivo, cautivante; su sutil piel bronceada con la alternativa de transformarse en el delirio de quien la tocara; sus labios carnosos, rosados, cualificados para brindar el paraíso al estar en contacto con ellos. Enésimas cualidades resurgían para describir su persona, la nueva persona que mintió al respecto con mantenerse a mi lado, aunque no sabía si culparlo o no por transigir entre lo ficticio y lo arcano.

Todo un año pasé discurriendo sobre el misterio, buscando pistas, indicios que me dieran la esperanza de que la persona de mis sueños existiera, ¿y si así lo era? ¿Si lo buscaba? ¿Me reconocería cuando lo tuviera enfrente? ¿Me amaría como yo a él? Una pena honda apuñaló mi pecho al dar un giro extremo de negatividad a mis ideas, ¿Qué pasaría si efectivamente había sido un sueño? ¿No existiría entonces?
No me era posible llegar a pensar que podría rehacer mi vida nuevamente después de los acaecimientos que tenían mi autoestima subiendo y bajando a la misma velocidad a la que un colibrí agita las alas. Jonathan muerto, y Joseph solo en mi mente... ¿Acaso seguía alguien mas? La frase de una estrofa de alguna de mis canciones favoritas brotó en mi imaginación dando a entender con más claridad a qué me refería: “Él tratará de alejar mi dolor, y tal vez me haga sonreír, pero todo el tiempo estoy deseando que fueras tú en vez de él”.
Todos esos meses me fueron suficientes para dar por terminada la narración a mi madre, y en vez de tacharme de psicópata «como pensé que lo haría» se unió a mi pesadumbre, limpiaba las lágrimas, velaba sueños, se prestaba a dialogar palabras de aliento, coincidía no muy segura a mis veredictos, seguía mis emociones… en fin. Los minutos me dictaminaban que estaba siendo egoísta, endosante, poco diplomática y comprensiva al hacer rebosar nuevos problemas en ella, como si no fuera bastante el martirio que cargó en años pasados.
Hice a un lado ese tema en alguna otra conversación, no lo volví a tocar jamás, solamente en mis propios pesares. Intenté parecer contenta frente a sus ojos, como si nada hubiera ocurrido, al principio solo parecían intentos pusilánimes, pero me adiestré a mi misma un papel de actora, y con eso cesaron las preguntas de mi madre sobre mi estado de ánimo.

Ni una estrella cubría la bóveda celeste caliginosa esa noche, todo era paz, pero una paz torturante, no la típica que te producía sosiego, si no la que vaticinaba malas energías, lacerantes memorias, el día en que yo recordaba «según mi fantasía» el término de mi existencia por voluntad propia, cuando caminé poseída por el dolor entre los pasillos, dispuesta a extasiarme en otra dimensión de su compañía, cuando por fin me decidí a dar el paso que definiría mi muerte, cuando impidieron mi propósito…
Con un desmedido biruji, beneficiando la ausencia de mi madre, caminé a zancadas hacia la zona, no entendí perfectamente por qué lo hacía, pero autoricé a mi voz interior dejar guiarme abriendo paso a otra acción instintiva.
Contemplé el edificio hasta el piso más alto, los metros de altura parecían ilimitados, y desorientada en mis cálculos por sondear su medida, me capturó la noción de mi cuerpo cayendo para desplomarse sobre el pavimento. Cerré los ojos y apunté la mirada a la puerta de cristal, se deslizó una vez que notó mi presencia y me dejé llevar por el aroma a medicamento que expedía el lugar.
Iba a deambular por los pasillos cuando la recepcionista ahuyentó mis cogitaciones.
— ¿Viene a visitar a algún paciente? —escudriño.
—Yo… —No pensé en que contestar, no tenía razones, específicamente eso era a lo que venía, a buscarlas.
—Madre, el abuelo ya está en un mejor lugar te lo aseguró —pude escuchar una voz consolando a una mujer que lloraba desconsoladamente, e hubiera jurado que me era algo conocida cuando la recepcionista interrumpió.
—Si es así, le informo que no es horario de visita —reprendió con tono autoritario, mentalicé que no concebiría mi excusa, así que solo le respondí con una sonrisa simulada y consideré entrecortadas mis intenciones. Miré a todos lados, pero no fue factible localizar a los poseyentes de dichas voces.
Circulé por las calles mirando al piso, con las manos escondidas entre los bolsillos de mi chaqueta aspiré profundamente acompañado de un gemido que denotó derrota. No puse atención al cruzar la acera, y encomendé a mi suerte seguir con vida ante mi descuido.
Una luz ingente aisló mi visión, con la palma de mi mano bloqueé la incandescencia cuando un chillido fragoroso también me hizo perder la audición.
Un fuerte portazo se escuchó a lo lejos, supuse que era a causa de la pérdida de mi sentido. Pero me percaté de que fue demasiado cerca cuando la visualización se volvió más tenue posterior al encandilamiento.
Ya no reaccioné, enmudecí, ahora ya todos mis sentidos se habían esfumado, excepto el del olfato, que creí insignificante, inútil para asimilar la ocasión.
— ¡¿Que te pasa?! ¿Estás loca? —sentí desfallecer cuando gritó furioso—. ¿Estás ahí?—. Instó pasando la mano frente a mis ojos, incapaces de parpadear por el estupor—. ¡No puede ser! ahora se quedo muda —mencionó para sí.
— Tú... —articulé tartamudeando, tal como un bebe al tratar de vocalizar sus primeras palabras.
— ¿Yo qué?... ¡¿Qué no te fijaste que venía el auto hacia ti?! —refunfuñó sin ajustar el tono de su voz, pero gracias a esa insistencia pude recobrar el conocimiento, otorgando a mis impulsos la libertad de actuar.
Me abalancé a su cuerpo y lo estrujé en mis brazos, amoldé mi cabeza en su pecho, donde experimente como sus bufidos aminoraban la violencia de sus aireaciones y se convertían en una señal de bonanza, que terminó por hacerlo atreverse a corresponder el abrazo.
Quise envainarme nuevamente del destello de sus pupilas, después del prolongado periodo que pasé alejada de su aura, pero antes y sin ansiedad toqué su mejilla con la mía, susurrando a su oído.
—Joseph.
Deslizó la piel de su mejilla hasta encontrar mi nariz y tocarla con la punta de la suya, y con los párpados cerrados esbozó una sonrisa notando su aliento mentolado contra mis labios abiertos.
— (tn).
FIN.

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