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domingo, 22 de noviembre de 2009

••Capitulo 1O1••

El tiempo pasó tan rápido, tal como el crepúsculo de cada día, todo siguió su rumbo constante sin ser digno un descanso en el correr de las horas; los meses volaron sin cesar. Las noches sombrías adornaron el cielo, y en su explanada se estampaban las gallardas estrellas desfilando en línea con una organización epatante, cada conexión creaba la simbolización de varias formas dispersas y este percato era posible cuando mi acompañante tendía un manto blanco sobre el césped, nos recostábamos sobre este con la mirada fija al negro firmamento y me permitía apoyar la cabeza sobre su corpulento pecho mientras él palpaba mi vientre y susurraba en mi oído miles de espléndidas palabras en su posesivo tono de voz aterciopelado. Las lluvias bañaron la ciudad y como un presente, gotas de rocío danzaban por las superficies externas, ramas, verdosas hojas, y los charcos del pavimento humedecido en los que los alegres niños chapoteaban con placer y excitación; al divisar dichas escenas, mi corazón se hinchaba de gozo, imaginando que el tiempo se reducía para en un pestañear lograr el sueño de toda mujer.

Las amistades retornaron, así es, Jason y Joseph recuperaron y fortalecieron su lazo fraternal. El perdón mutuo congració la unión sin regalar un pase al rencor. Jason era la misma agregación de otro miembro más en la familia Jonas, y aseguraba con cierto fervor e impaciencia que él sería el padrino del bebé. En cuanto a Allison, no volví a saber de ella; Jason con su alto poder en la “comunicación” nos informó que flotaban rumores de que ella había viajado a Europa y al parecer no volvería. «Se fue para quedarse» consolidó.

En cuanto a mi; no hay mucho que decir, solo quedaba un corazón roto, y la típica mordida, parecida a una hemorragia interna que me desgarraba los órganos a causa de una pérdida más. Meses atrás describí no de manera concreta el encuentro de mi madre, el cómo las monjas la encontraron. Todo ocurrió así, según la versión de la Madre Superiora:
» —El sol de cada día iluminaba la tierra, ese día la el sol iluminaba de forma exagerada el bosque, tanto que sus ardientes rayos traspasaban las ramas de los árboles proyectando en el pedregoso suelo las sombras más destacadas y la humedad del aguacero del día anterior se había evaporado. Caminábamos con la intención de recorrer, después de un día bastante tenso el espeso bosque, el sol nos quemaba la piel y era posible adivinar que después del paseo nuestra piel se teñiría de un color más oscuro. Con los pies llenos de cayos nos detuvimos a tomar un descanso en una piedra lisa, la única que había. Todo era un silencio escalofriante, solo el canto de los hiperactivos pajarillos nos calmaba el ligero miedo. Pero se acrecentó cuando escuchamos quejidos de al parecer una mujer. Lamentos entrecortados, como si su voz se cohibiera con el correr de los segundos. Todas estábamos a punto de salir corriendo, pero nuestro deber nos impidió salir huyendo, y al contrario agudizamos el oído para escuchar de donde provenía tal lamento. Su rostro era tan pálido como la nieve o como un muerto viviente, y su piel tenía demasiadas heridas, la mujer apenas y se mantenía en pie.
« ¿Se encuentra bien? » le pregunté. Pero su voz se extinguía, no sé con qué fuerza se sostenía y lograba que sus cuerdas vocales transmitieran lo que parecían sus últimas palabras. «No» respondió y enseguida cayó desvanecida. Entre todas la llevamos al convento, llamamos a un doctor; nos dijo que no le quedaba mucho tiempo. Así permaneció por varias semanas, inconsciente. Un día sus ojos se abrieron, en ellos se veía la gran pena que la invadía, y con sus últimas frases expresó que la muerte estaba próxima, aún así nombró tu nombre «Ella estará bien, yo la protegeré de todo mal» informó, su mano se volvió rígida, y la vitalidad escapó de dócil cuerpo.
La resignación es difícil de alcanzar, pero… a final de cuentas es el único recurso. Asimilé su partida, y aún me duele proyectar su vivaz rostro en mis recuerdos, porque ahí es donde sigue ella, en mis memorias, en mi corazón y mis sueños. Varias ocasiones su figura se aparece en cada noche mascullando «siempre estaré a tu lado, no lo olvides», y esa sensación de «lo oculto» sigue en pie, más fuerte que nunca. El misterio ya se ha alojado, pero se rehúsa a hablar, si tan siquiera existiera una pista. Solo el amor de Joseph, el cariño de su familia y la posterior nueva llegada incrustaban en mis venas la bastante carga de energía.

Y claro, como olvidar al miembro más importante, al fruto de un amor invulnerable. Como dije, los meses pasaron, y como la naturaleza lo manda, mi vientre tomaba curvas que indican efectivamente la pronta llegada de un varón. Era de sobra decir que Joseph y yo éramos unos impacientes; contábamos los días restantes con tanta perturbación que cada minuto que pasaba era una eternidad. Todo iba a la perfección…

sábado, 7 de noviembre de 2009

••Capitulo 1OO••

Los rosales irradiaban el verde pastizal, pero solo me hacía una pregunta ¿Qué festejaban con su hermosa belleza? ¿Por qué “alegraban” en un día gris y glacial? ¿Por qué su imagen colorida y dulce aroma conseguían embelesarme?
¡Qué flores tan testarudas! Exclamé en mis adentros con el pecho ardiendo en cólera, con el alma en mil pedazos y con el corazón pendiendo del talud de mi martirio.
Contemplé las flores un par de segundos, los pigmentos hipnotizaron mis pupilas, y las espinas las penetraron, reventando el manto cristalino, dando lugar a la acuosidad copiosa. Rompí en llanto. Era difícil conservar la fuerza de mis frágiles piernas a causa del afligimiento que tiraba de mi cuerpo posesionando su fuerza y convirtiendo mis extremidades inferiores en pajillas que de a poco se flexionaron, mis rodillas colisionaron con la pedregosa superficie y todo mi peso recayó en mis pantorrillas. El álgido goteo se topaba en mi espalda, y se resbalaba por mi cálida piel, escalofriándola con cada deslizar.
No era la primera vez que me exponía a la climatología frígida, tampoco era la primera vez que perdía a uno de los seres más significativos, pero si era la primera vez en la que la lluvia acompasaba mi presencia, cada gota que rodaba por mi piel era una caricia de consuelo, y ese sonar típico de la contracción del agua y cada objeto con el que chocaba eran palabras de aliento, esta vez el viento brindaba su lugar al sonido, este sabía que era un mal consejero, y por lo tanto dejaba su lugar y lo suplantaba.
Permití que mis oídos se deploraran con la canción natural, deseaba con ímpetu captar el mensaje que ahora donaban.
—Prepárate… —susurró. —La verdad está cerca… —agregó. El susurró continuaría su frase, alisté mi sentido y cerré los párpados para alcanzar la máxima concentración…
— ¡(Tn)! ¡¿Dónde diablos estás?! —gritó.
El susurró se difuminó, fusionándose con el goteo.
La lluvia creaba una cortina acuífera algo borrosa, paulatinamente su figura se abocetó hasta dibujarse con precisión cada detalle de su rostro empapado frente a mí.
— ¡¿Qué fue lo que te dije?! ¡Te resfriarás!
No respondí, solo me limité a mirarle con desdén.
— ¡¿Qué no entiendes cuando te ordeno algo?! ¡Es por tu bien! Me preocupo y tú solamente…
— ¡Joseph! ¡¿Quieres callarte?! —reclamé ofendida, odio que me griten y eso lo he demostrado constantemente. Crucé los brazos sobre mi pecho. El agua rezumaba por mis humedecidos ropajes—. ¡Tú no eres nadie para darme órdenes! —recriminé, pero en realidad si era un alguien, un alguien importante en mi desolada vida—. ¡Quiero-Estar-Aquí! —separé cada palabra con el fin de que estas se desplomasen en el punto exacto de su meollo.
Se mordió los labios, empuñó las manos y flechó su atención al suelo. Obtuve escuchar como resollaba, como es que le borboteaba la sangre por las venas.
—Está bien —suspiró, obvio la victoria era mía, podía volver a mi mensaje y sumergirme en la completa soledad y apaciguamiento—. Tú me obligaste hacerlo.

—No era necesario jalonearme del brazo por todo el camino —me quejé frotando mi piel arrebujada y enrojecida por la fuerza de una mano furiosa.
Noté con el rabillo del ojo su rostro serio, con la mirada ida y las facciones recias.
—Date un baño y múdate de ropa, en un rato iremos al…
—Lo sé —interrumpí—. No es necesario que me lo menciones—le indiqué con la voz insustancial. Si pronunciaba tal palabra solo ocasionaría mi caída de nuevo al vacío…

La tierra era fina y húmeda debido a la lluvia, desprendía un fresco aroma. El follaje de los árboles bailaba con el céfiro y el empíreo se maquillaba con las esponjosas nubes en tonos cenicientos. El escenario era devastador y fúnebre, la energía de los cuerpos enterrados era frívola, y atería la piel de cada persona presente…
La despedida física estaba conexa, el hoyo negro en mis entrañas se retroalimentaba al contemplar como el velador con su pala retiraba la tierra, y en pocos minutos un montón de arena se adjuntaba a su lado izquierdo.

miércoles, 28 de octubre de 2009

••Capitulo 99••

—Pensé que ya lo sabías —dijo en un suspiro.
— ¿Saber qué?
—Lo que ocurrió, esa misma razón por la que estamos aquí, y también por la que te conmocionaste.
Mis labios se comprimieron, ceñí las cejas y le miré acusativa, definitivamente no estoy comprendiendo, y creo que mi instinto me está clamando con vigor que en lo absoluto, algo estaba mal, que el giro de mi vida estaba loco.
— ¿Conmoción? O sea, ¡Yo no entiendo! ¿Cómo esta eso de la «conmoción»? Dime de una vez por todas ¿Qué es lo que pasa? Dime donde está mi madre —el sonido de un bongó resonó en mi cabeza con un cimbrar estrepitoso al pronunciar la última frase. La respuesta se encontraba ahí.
Mi labio superior comenzó a vibrar, y mis dientes castañetearon, las partículas de aire glacial envolvieron mi cuerpo cambiando bruscamente mi temperatura corporal.
— ¡¿Dónde está?! —rodé la cabeza a cada rincón con una gran bola de emociones fuertes, que a la velocidad de huracán poseían mis neuronas haciéndome reaccionar de forma súbita. — ¡Joe! ¡Dime en donde se encuentra!... Ella… ella… es… —tartamudeé —…está bien, ¿Verdad? —la garganta de Joseph transportó saliva, y tal pareciera que se ahogaba con esta porque sus palabras correteaban por todas partes, menos en su habla—. ¡Contesta! —insté ya con las lágrimas brotando de mis ojos.
Mi intuición, su mirada, su silencio respondían claramente… Ahora en mi lista se sumada otra partida de un ser querido…

No quiero dilucidar los sentimientos que lograron volcarme con gran desenvoltura, no es fácil pasar por un momento así, el enterarse y aún con más dificultad, asimilar que la vida no es para siempre, que el fuego se extingue, que la vela que nos mantenía con la barbilla alzada, con la mirada sobre el presente y el futuro, y con la memoria reviviendo el pasado, —el cual solo es una experiencia al recordarse— se esfuma, dando paso a la desolación…

— ¿Entrarás a ver a tu madre? —preguntó pasando su mano por mis hombros.
—No… no quiero verla así e ilusionarme con que solo está durmiendo, me dolerá, lo sé —respondí con la garganta ardiendo en llanto cohibido, posé las palmas de mis manos sobre mi vestido negro estrujándolo, desquitando con la fuerza mi tormento.
De nuevo el clima concordaba conmigo, en el firmamento, las nubes estaban henchidas de agua, regordetas por su exceso, y pecadoras por su gula al ingerir más de la cuenta. Pronto las gotas del sirimiri incitarían al diluvio.
—Lloverá, y no quiero que te resfríes aquí fuera, te hará daño, a ti y a nuestro pequeño —insistió, pero ¿Por qué no entendía que ese era un ambiente demasiado deprimente? Comprendía que su postura fuera diferente pues él no se encontraba en mi lugar, ¡Qué gran bendición! ¡Qué suerte tenía él! Poseía a una familia valiosa, unida, y con más suerte, la tenía a su lado, con el corazón latiendo, con los pulmones aspirando aire puro, con la mirada expectante al hermoso mundo.
—Estaremos bien, solo… quiero estar un rato aquí, sola, no me ayuda mucho permanecer ahí.
—(Tn) —regañó blanqueando los ojos.
—Enseguida entro ¿Está bien? —le sonreí, eso creo, o más bien fue un intento de sonrisa que solo produjo una mueca.
— ¡Ash! No sé por qué eres tan persuasiva, siempre logras lo que te propones —reclamó, en cambio en mí surgió una especie de arrepentimiento.
—Mmm… si lograra todo lo que me propongo, esto no estaría pasando, ella estuviera aquí, a mi lado, con alegría sabiendo que será abuela, o tal vez, aunque no me importaría, estaría riñéndome por ser una irresponsable en ese asunto, me reclamaría que soy aún una niña para tener un bebe, preferiría eso que esto un millón de veces —ignoré el raudal que rodaba por mi rostro.
¿Quién odia la frase “El hubiera no existe”? ¿A quién le gustaría cambiar el rumbo de sus vidas? ¿A quién le gustaría regresar el tiempo? ¿Quién desearía ser otra persona? Todos, absolutamente todos queremos cambiar el pasado, pero nos lanzan de lo más alto cuando nos desvendan los ojos y nos hacen ver que solo vivimos en sueños…
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El final se acerca, aún no lo he pensado, pero ya tengo una idea, ;D haha, perdonen mi tardanza, pero he estado ocupada...
Por favor dejen un comentario, me han tenido muy abandonada, así que pienso que ya nadie lee esto, solo quiero una señal de que siguen ahí, quiero un comentario, una opinión, o tan siquiera un "Aquí estoy" o "Hola" ya si no se puede un "Te odio" haha, pero quiero saber que siguen leyendo esto, que continuan visitando mi blog...

jueves, 22 de octubre de 2009

••Capitulo 98••

Solo un escáner prejuicioso recorría mi rostro y sus finas facciones robustecieron. El brillo de sus ojos lanzaba rayos de resplandeciente luz, afectando a mi ser como millones de balas que horadaban mi extenuada anatomía. Una chispa deambuló por mis venas hasta finalizar en un golpe al pecho. Ya había morado en mi interior la imputación a mis actos recónditos.
— ¿Porqué no me lo dijiste antes? —exigió prensando de mis manos.
El aire huyó de mis pulmones, temía que las consecuencias existieran y… ¿Por qué no pensar en consecuencias? Claro que las habría. No era un misterio, ni mucho menos un augurio de que llegarían.
Incliné la cabeza, me mordí los labios y exhalé recabando la mayoría de aliento robado, cerré los párpados, y moví sosegadamente mis manos estrujadas. Él pudo notar la molestia y relajó su fuerza.
—Lo iba a hacer, te juro que lo haría, pero… no pude, temía.
— ¿A qué le temías? —preguntó perplejo.
Al momento de forzar a mi garganta para dejar fluir mi más sincera disculpa, se interpuso y farfulló: — ¿Pensaste qué me comportaría como un cobarde? ¿Consideras que soy capaz de escapar de mis responsabilidades? —a medida que lanzaba una pregunta tras otra mi confusión perdía intensidad aclarando mi nube grisácea. — ¿Creíste que rechazaría algo que es mío… nuestro?
Él fue el vencedor y tal como un brujo leyó mi mente. Eso era exactamente a lo que temía un par de días, y los remordimientos eran comparsa a mi actual sentimiento. ¡Fui una estúpida al pensar eso de él! Joseph tenía una excusa favorable para enojarse conmigo.
— ¿Me equivoco?
Negué con la cabeza.
—Tienes razón en estar así, no sé como pude imaginarlo —destapé el nudo de mi garganta con el pase de saliva y proseguí—. Soy una tonta, y tal vez no merezca tu perdón, por eso es mejor…
—Shh… —puso su dedo índice a la mitad de mis labios. Levantó de mi barbilla y creó una conexión visual—. Lo mejor es que estemos juntos… Mmm… no te ocultaré que en verdad estoy disgustado, pero estoy alegre y eso es más grande, y eso ayuda a que sea indulgente contigo ¿Por qué no lo sería? Si te amo y ahora hay un producto de eso.
Las lágrimas se desbordaron de mis lagrimales y empezaron a galopar por la colina de mi rostro. El perdón es lo que puede rellenar el vacío de una persona, pero el amor tenía un mayor rango en esa tarea.
Pasó su brazo por mis hombros y me atrajo a él, besó suavemente mi mejilla y llevó la mirada a mi vientre.
— ¿Qué será? ¿Niño o niña? —dijo curioso y con un toque de éxtasis.
Risoteé y con una amplia sonrisa respondí: —Aún no lo sé.
Estaba plena a su lado, pero una sensación de tristeza y melancolía azotó mis emociones.
— ¿Joe? —le llamé, levantó su rostro y su sonrisa se desvaneció al ver que la mía era solo una línea recta. — ¿Por qué estoy aquí?
Inspiró y sus brazos presionaron mi cuerpo, acomodó mi cabeza bajo su cuello y recargó su barbilla en esta.
— ¿No lo recuerdas?
—Recordar ¿Qué?
—El motivo por el que estamos aquí —explicó, pero no de forma transparente.
—No sé que pasó, ni siquiera el cómo te enteraste del embarazo —estaba preocupada, no recordaba mi última vivencia, pero la intuición me indicaba que no había sido la más agradable. El viento soplaba filtrado por la ventana, y era normal escuchar en él susurros que indicaban la maleza que recogía en cada recorrido…

miércoles, 21 de octubre de 2009

••Capitulo 97••

Abrí los ojos entre gradientes de luz que los sonsacaban a una tortura. Los rayos del sol traspasaban la capa de piel que protegía a mis ojos de semejante luz, pero la fortaleza se desfallecía…

— ¡Está despertando! —exclamó con vivacidad la voz de Joseph. Pero… ¿Se refiere a mí? ¿Por qué le regocijaría mi despertar?
—Sí… como le dije presentó una conmoción cerebral, esperemos a que reaccione de forma correcta —recomendó una voz anónima de tono grave.
La cabeza me daba vueltas, y un dolor inmenso reinaba en su interior, mi difuminada vista enfocó la escena, miré a mí alrededor sin lograr comprender las miradas intranquilas de Joseph y…
— ¿Quién es usted? —quise saber, apoyé las palmas de mis manos en el acolchado y balanceé mi cuerpo hacia el frente para sentarme.
—Mucho gusto señorita, soy el doctor Smith —dilató su extremidad en dirección a la mía. Estreché su mano con algo de incertidumbre.
— ¿Cuál es su nombre? —preguntó, ¿Quería conocerme o yo era la que no sabía el por qué de su pregunta?
Sacudí la cabeza y mordí mi labio inferior.
—Emm… (tn), (tn) Johnson —respondí, de refilón capté como el pulgar de la mano de Joseph yacía de su barbilla y me observaba de una manera extraña, podría jurar que entre ella se encontraba un brillo de enojo.
—Bien… y ¿Sabe quién es él? —viró la cabeza y con un ligero movimiento me indicó a Joseph quien cambiaba su posición, ahora con los brazos cruzados marcando muy notablemente su arduo ejercicio.
Sonreí y ablandé los músculos de mi rostro con una dulzura indescriptible.
—Claro, como olvidarlo, es Joseph, Joe, mi novio.
—Perfecto —me dio la espalda y caminó hasta Joseph, masculló algunas palabras y con un ademán se despidió de él y de mi, abrió la puerta, cerrándola en su salida, dejando que el monstruo del mutismo se presenciara.
— ¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Qué me pasó? ¿Dónde estamos? —rompí el silencio.
—Contestaré tus preguntas hasta que tú me respondas con sinceridad la que estoy por hacerte —dijo frívolo tomando asiento en el borde del colchón.
Comprobé con un análisis que su mirada efectivamente tenía inyectada una dosis de acrimonia. Mi mente estaba vacía y en ella no abundó la más remota idea de las opciones que se correlacionaran con su interrogatorio.
Boqueé y respingué la nariz.
—Adelante —le animé.
Entalegó mi mano, y fijó su profunda mirada en la mía aún confundida.
— ¿Estás embarazada? —¡Pum! Primer disparo a mi mente. ¿Estoy soñando? Ruego por eso…
— ¿Quién te dijo eso?
—Solo responde ¿Sí o no?
Me encogí de hombros, fue difícil sostener su mirada, la culpabilidad emergía con rapidez y punzadas continuas embrollaban mi cerebro. Tenía una sobrecarga de emociones.
—Sí —articulé en un hilo de voz.
Ya no sé qué me depara el futuro… Pero algo apacible, no creo que sea…

jueves, 15 de octubre de 2009

••Capitulo 96••

Aprensó las palmas de sus depuradas y tersas manos sobre mis mejillas, apuntó su mirada turbada a la mía, sus ojos advertían la llegada del manto húmedo, pero él con gran denuedo coercía esta demostración.
—Entiéndelo, ella ya no está.
—No lo digas —dije fugazmente con las lágrimas corriendo apresuradas por mi piel—. Por favor, dime que es mentira.
No articuló ninguna palabra, solo se dedicó a estrechar mi vacilante anatomía, me acurrucaba en su aroma y a él parecía no importarle que su camisa se rociase por mi lacerante sentimiento. Cerré los ojos, temporalmente todo estuvo en calma, pero un dolor en la cabeza me golpeó tal como una piedra encima de ella…

— ¡No me toques! —exclamé al sujeto que me sostenía, puse mis manos sobre su pecho y con una fuerza sobrenatural lo empujé.
— ¿Qué te sucede? ¿Por qué estás actuando así?
— Ja, No te entrometas en mis asuntos, estaba con mi madre, no nos interrumpas ¿Quieres? —ordené y con un empollón lo extraje de la habitación.
—Mamá estarás bien, conseguiré un doctor —me hinqué al pie del colchón y peiné su cabello con mis dedos—. Te lo aseguro, no me gusta que estés así, tan callada.
— (tn) ¡Abre la puerta! ¡Te lo ordeno! —insistía el mismo sujeto molesto, golpeteaba la puerta con desesperación, pero no la abrí—. Voy a abrirla a la fuerza, no te encuentras bien… no me hagas hacer esto, ábrela por favor.
— ¡No! ¡Váyase! ¡No me moleste! ¡Lo único que necesito es un doctor! —exhorté desde el interior.
Tomé entre mis manos creando una cueva la gélida mano de mi madre, ella persistía en su sueño.
La puerta cayó a mis ojos, el sujeto crispó los músculos del rostro y con zancadas se dirigió a mí. Me puse de pie, encaré su expresión iracunda e intimidante.
— ¿Qué es lo que quiere de nuevo? ¿Por qué tiró la puerta?
— ¡Demonios! ¡Deja esa actitud! —ordenó enganchando sus manos en mis extremidades.
—Y usted lárguese de aquí, mi madre necesita calma y usted solo viene a robarla.
— ¡Por favor! —expresó irónico—. ¿Qué diablos te pasa? ¿No comprendes? ¿Y por qué me hablas de usted? (tn) deja de jugar y ve claramente tu realidad.
Atenacé los labios y le observé con displicencia, la valentía y osadía estaban de mi lado… Con un movimiento brutal me balanceé para que me soltase, pero no funcionó.
— ¿Qué? No sé de qué me habla, estoy bien, perfectamente, y lo que usted no logra comprender es que ella…. —apunté con el dedo índice el cuerpo en reposo de mi madre—. Está enferma, necesito un doctor, ¡Ah! Y por si no lo sabe, somos desconocidos, no se como sabe mi nombre y viene aquí, a gritarme de esa manera —sus manos dejaron de hacer presión sobre mis endebles brazos, las dejó caer a los costados para plasmarse en el azulejo y mirarme pusilánime…

Bufé, no era una mujer menopáusica, solo una adolescente de cambios hormonales constantes y repentinos, es por eso que explicaba con exactitud el permuto de emociones…
—No me mire así y salga, se lo pido con toda amabilidad —seguía mirándome con sus ojos almendrados en la misma posición, expectante de mis acciones con una faceta asustadiza.
Ignoré su presencia y me dediqué a mi madre de tez desvaída y labios áridos.
—Mamá, ¡No sabes cuantas cosas han sucedido desde tu partida!, hay algo que debo que confesarte, no sé como pasó, pero… —sonreí con las mejillas ruborizadas, dirigí las manos a mi vientre y las deslicé hasta el medio brazo para ceñirme a mí misma—. Estoy embarazada, vas a ser abuela.

miércoles, 7 de octubre de 2009

••Capitulo 95••


¿En qué mala pesadilla me encontraba? ¿Cuánto tiempo la pasé durmiendo?...

Se termina mi anécdota del pasado… ya no es una simple historia de mi vida, es mi presente, y mi futuro está marchando a la normalidad… no me adentro más al cruel, feliz, o difícil pasado, como lo mencioné este corrió por mi mente […] Dicen que antes de morir tu vida renace en tus recuerdos, y la traspasas en ¡Tan poco tiempo! Pero esta era una excepción, yo no estaba al borde de la muerte, por lo menos ya no, pero mi madre sí, y el cerrar los ojos, escuchar de fondo las notas suaves y pasivas de un piano y la posibilidad de abrir las puertas a la retentiva me dio la oportunidad de contar esta historia sin final… ni yo lo sé...

Es el momento de averiguar qué es lo que acaecerá, cómo concluirá mi vida, si con un final feliz o con un lúgubre desenlace…
Desplegué los párpados de par en par, pusilánime por lo que hallaría…

— ¡Mamá! ¡No sabes cuanto te he extrañado! ¡Perdóname por tratarte de tan mala forma! Me alegra tanto el que estemos juntas de nuevo […] No tengo nada que reprocharte, ¡Eres la mejor del mundo! —moldeé su pétreo rostro con la yema de mis dedos, sus facciones fueron perfectamente delineadas, y sus ojos se mantenían sellados por el pesado sueño, las noches en vela le afectaban, necesitaba de una recuperación—. ¡Estás fría! ¿Cuántas veces te he dicho que debes arroparte?... Lo sé, no eres una niña, pero debes saber cuidarte —la cubrí con la sábana hasta los hombros, no se porqué, pero me sonreía…

— ¿Sabes? Sigues igual de helada, pareciera que estás dentro de una nevera, ¡Y tu color! ¡Tu aspecto es horripilante! Tendrías que verte en el espejo para que me creas, ¡Vamos mamá! Demostremos que somos mujeres, ¡Vanidosas!

Me puse de pie de repente, me encontraba desesperada, choqué las palmas con mis muslos y blanqueé los ojos, logré captar unos golpes percutiendo la puerta, ¿Desde qué hora comenzaron a sonar? Hace un rato ese ruido se escuchaba al fondo, pero no le tomé importancia, ahora me atronaba la cabeza a tal punto de hacerla estallar.
— ¡Abre!... ¡Me preocupas!... ¡¿Qué pasa ahí dentro?!... ¡¿Estás bien?!
¿A quién le preocupo? Bueno… no escuché mi nombre, así que no me llaman a mí. Quizás se equivocaron de habitación.
Mi viré en dirección a mi madre, era linda cuando dormía, pero ahora dudaba que todas las personas roncaran, ¡Que raro! Ella no lo hacía.
Tomé de su frente para percatarme de su temperatura.
— ¡Wow mujer! Eres un cubito de hielo, ¡No puedo permitir que sigas así! —corrí hasta la puerta y la abrí, la persona que la golpeaba casi me dejaba muerta de un puñetazo—. ¡Oye! ¡Fíjate! ¡Casi me pegas! ¡Estás equivocado de habitación! Así que… vete a molestar a otra parte.
El joven me miró extrañado y las palabras se le hacían marañas dentro de la garganta.
—Haz algo productivo y ayúdame a conseguir un doctor —recomendé, si solo se quedaría observándome mejor que me auxiliara, no podía dejar sola a mi madre.
— (tn)… —tartamudeó, ¿Cómo sabía mi nombre? Yo no lo conocía— ¿Qué te pasa? ¿No te encuentras bien?
—Y ¿A ti que te importa? No nos conocemos, no seas tan confianzudo conmigo.

lunes, 5 de octubre de 2009

••Capitulo 94••

—Joseph, no tengo tu tiempo ¿Sí? ¿Sabes cuanto estuve esperando este momento? ¿Sabes cuanto he sufrido con su ausencia?... Creo que no lo entiendes, tengo que verla ya, quiero… estrecharla entre mis brazos y pedirle perdón por mis errores, así que, no me entretengas, lo que tengas que decir dilo en este instante, fuerte y claro —proliferé en orden, mi tono de voz alcanzó un límite acusativo.
—Mi amor —se adelantó un paso y tomó mi rostro intrincado apegando su frente a la mía—. Esto… es algo…
—Impreciso, delicado —inmiscuyó la monja a nuestras espaldas, su voz impregnaba amargura—. Usted debería escuchar antes de actuar, no sabe las indicaciones y está restringiendo las reglas —me sermoneó, pero aún así mi mente se concentraba en enmarañas que era imposible desenredar sin explicaciones, ni teorías.
— ¿Qué es lo que ocurre? No veo razones que me impidan entrar ahí y ver a mi madre —me amparé con mis propias deducciones.
—Yo le diré lo que pasa ahí dentro, y…
—Sor Magdalena… no creo que sea lo correcto —terció Joseph.
— ¿Delicado? ¿No es lo correcto? No comprendo, ¿Alguien sabe algo que yo no? Explíqueme por favor —quise saber, mi pregunta había sido más relacionada a una afirmación, ellos rebosaban del conocimiento que era ignoto en mi mente y yo pedía a ruegos oírlos.
La mirada de Joseph reflejaba temor, y sus pupilas saldrían disparadas en cualquier momento por una estela de nerviosismo, en cambio, la monja me miraba fijo, y de su boca era seguro escuchar lo que me llenaba de dudas.
—El estado de su madre es crítico, y antes de salir despavorida, usted, señorita, tenía que esperar a que le contara como fue que ella llegó aquí…
—Espere ¿A qué quiere hacer referencia cuando dice crítico?
—Que su madre puede mo…
— ¡No lo diga! —extinguí su frase, completarla era el pulverizar mis únicas esperanzas, el cascar mi sueño, fundir la parvedad de llama que abrasaba el mechón de mi vela…

— ¡Déjame pasar! ¡Tengo todo el derecho de entrar ahí! ¡No me interesa lo que piensen los demás! ¡Estoy harta de que apenas recupero lo más preciado y ahora me lo arrebatan! —grité con las lágrimas rodando mis mejillas, resonando cada muro; él era la persona excepcional que soportaba mis alaridos, que se obstinaba en impedirme el paso a una dramaturgia apesadumbrada.
—Sabes que podrías causarle daño ¿No?
— ¿Y tú sabes que tan dañada estoy yo? —le acucié con la mirada tomando de su brazo y retirándolo de mi cintura, mi frase fue el arma que desvaneció el encadenamiento, giré de la perilla de la puerta no sin antes mirarlo de soslayo.
Volteé la cabeza, me encogí de hombros, cerré los párpados y me introduje en la habitación, podía aprehender con el sentido del olfato el aroma a medicamentos, y enganchar en mi mente miles de recuerdos junto a ella, que rápidamente fueron tomados por mi subconsciente como una realidad, revivían dentro de mí, y una vez al ser presa de estos detestaba el tener que abrir los ojos, erguir la mirada y ser una infeliz de nuevo, una víctima a las ilusiones que se van como los segundos…

martes, 15 de septiembre de 2009

••Capitulo 93••

— ¿Dónde está ella? —interpelé con un exiguo aire en los pulmones, la respiración intermitente tal como un atleta al final del decatlón.
Las pupilas brillantes de la familia me apuntaban en la diana de mi mirada espolada.
Denise se puso de pie y caminó como siempre con esa finura solo digna de ella, me tomó por los hombros y me observó con los rasgos faciales contraídos.
—Nos llamaron de un convento situado a las afueras de la cuidad, ahí esta ella —explicó, pero no logró aclarar del todo mis dudas.
—Pero… ¿Por qué está ahí? ¿Cómo está? ¿Cómo se encuentra? ¿En qué estado? —lancé miles de preguntas balanceando la mente de Denise, que llegó a bloquearse por segundos.
—No lo sabemos, lamento no poder contestar tus preguntas, pero la información que nos dieron fue muy breve, solo sabemos la dirección, así que…
—Vamos ahora mismo —repliqué con una daga clavada al pecho […] Y así fue todo el camino, mi oprimir engrandecía, solo que las razones eran ignotas, podrían ser demasiadas, por ejemplo, felicidad, desasosiego, tristeza, dolor, presentimientos… pero la certeza de cual era la verdadera no existía.

Bajé del auto una vez que se estacionó frente al convento primoroso, podía percatarme de eso a pesar de mi estado, el edificio tenía varios años en función a juzgar por su estructura. Los andadores eran infinitos, y después de recorrerlos, al fondo se encontraba la oficina principal.
— ¿Qué pasa con mi madre? —exigí de manera maleducada por la razón de haber ingresado a la habitación azotando la puerta y alzando la voz a una persona desconocida que me miró con recato y regañina.
—Primeramente, debió haber tocado a la puerta —recriminó una mujer de antigüedad con pliegues en toda su piel y principalmente distinguidos en las sienes, vestida en un hábito, todo indicaba que esta era «la madre superior».
Me encogí de hombros apenada, pero ella debía de comprender mis acciones, estaba preocupada y ahora había pasado lo que tanto esperé con avidez, lo que por un tiempo me robó una porción máxima de beatitud, lo que tanto imploré a Dios y a una estrella, ¿Cómo es que debía comportarme después de eso?
—Perdón, pero no la he visto desde hace tiempo y…
—Entiendo, su madre se encuentra en la habitación treinta y seis, en el cuarto corredor a la derecha, pero debo que…
Ignoré las palabras de la casta mujer, podrían haber sido importantes, pero salí en popa encauzándome a dicha habitación, mi torpor me rezagó, y las millones de suposiciones, preocupaciones, impresiones, y presentimientos —los más destacados— mosconeaban mi mente.
Chequeaba cada corredor esperanzada a encontrar a mi madre, con una sonrisa, con los brazos abiertos para con ellos refugiarme en su amor maternal del que me compungía el haberle dilapidado en versátiles coyunturas. Pero… así solemos ser los adolescentes, sabemos que en el fondo amamos a nuestros padres, pero nos avergüenza el demostrarles nuestro afecto ya sea solos o acompañados y mucho peor si es frente a nuestros amigos.
Cerca de quince minutos me tomó el visualizar la puerta con el letrero no. Treinta y seis.
Pero las casualidades siempre van de la mano en la vida, y antes de que pudiera versar la manija, el clamor de Joseph vocalizó mi nombre, provocándome un saltito de susto.
—No hagas eso, me espantaste —le reclamé examinando su lindo rostro, que hasta con las expresiones abrumadas se embellecía… ¿Abrumado? ¿De qué? —. ¿Porqué tienes esa cara? Parece como si hubieras visto a un fantasma, bueno… entiendo que el edificio es “algo” anticuado, y que en toda tu existencia vas a escuchar que en los conventos se aparecen, monjes y…
— (Tn) —interfirió—. No es eso, sino que…
—Sino ¿Qué? —me crucé de brazos enarcando una ceja.
Titubeó, y eso era el síntoma más obvio de que algo me ocultaba.
—Que… tú no puedes entrar ahí.
— ¿Por qué? —inquirí ambiciosa, ¿Podría tener yo razón? ¿Algo malo estaba por venir?

miércoles, 9 de septiembre de 2009

••Capitulo 92••

Su tecleo en la numeración de su celular fue instantáneo, colocó la zona del auricular en su oreja, la agudización de oído captó el timbre largo.
— ¿Hola?... Sí, lo tenía apagado, no quería que nadie me molestara… ¡Espera! Tengo que contarte algo más importante… Sí, sí lo dejé ahí, y todo por tu culpa… No me voy a callar, no creo que lo que tú me tengas que decir, tenga más interés que esto que te estoy diciendo, no entiendes… todo se arrui… ¿Qué? No estés jugando con eso, sabes lo delicado que es ¿Verdad? Claro, enseguida vamos para allá —concluyó una conversación de la que no comprendí absolutamente nada, había sido idéntico al escuchar el idioma chino, un enigma.
El misterio se presenciaba…
Guardó el teléfono móvil en su bolsillo, y con unos rasgos escépticos tiró de mi mano.
—Tenemos que irnos —ordenó frío sin posar sus ojos almendrados en los míos.
Entre todas mis preguntas pusilánimes tenía que toparme con una respuesta.
— ¿Por qué? ¿Pasó algo? —inquirí, en realidad eran dos preguntas pero era conformista con solo una de ellas en su rebatimiento. Acaricié su antebrazo y le compelé a que me oteara a los ojos.
Se le achicaron las pupilas y de manera súbita circunvaló de mi cintura apoyando la barbilla en mi clavícula.
—Pasó lo mejor, lo que hemos esperado.
Con las manos temblorosas atrapé su cráneo para llevarlo a mi dirección, mi entendimiento era incógnito, pero mis cataclismos por todo el cuerpo predecían la posible y más cercana verdad.
— ¿Qué quieres decir con eso? —modulé con la mandíbula vehemente.
Una sonrisa casi inanimada estiró las comisuras de sus primorosos labios, me apegó con mayor magnitud a su cuerpo y sus parpados se entornaron.
—Tu madre… la encontraron.
Entré en un estado de patidifusión, mis músculos se crisparon tanto que perdí el sentido de la presión de los brazos de Joseph en mi cuerpo. La siguiente fase de estupefacción se presentó cuando mi ritmo cardiovascular se aceleró, y mi respiración se entrecortó acompasada a sonidos ahogados ululares. Los últimos síntomas fueron: la voz quebradiza y la capa acuosa de los ojos. No conté que la noticia llegara a ser un golpe emocional peligroso para mi “situación” Un dolor en el estómago me obligó a embrazarme a mi misma.
— ¿Te encuentras bien? —preguntó en tono de desasosiego poniendo su mano en mi envés.
Cavilé entre lo correcto e incorrecto, quedándome en un punto medio, por una parte debía —Obligatorio— decirle de mi embarazo, pero por otra, si lo confesaba sería muy espontánea y podría causarle un golpe bajo, o una muerte cerebral. En fin estaba —por milésima vez— «entre la espada y la pared».
Un recuento de opciones sobrevoló en mi cabeza, seleccioné la errónea, por correcta al mismo tiempo: con seguridad y coraje se lo diría… en otra ocasión.
—Es solo la emoción —mentí irguiéndome, soportando el dolor que me desgarraba el interior estomacal.
Caminé hacia el auto a trompicones y una fingida sonrisa camuflaba mi intenso escozor. Me abrió la puerta —como el caballero que era— y la temperatura acogedora del auto me hizo estremecer debido que por mis venas corría la frialdad nerviosa.
La mañana había regresado a la faz de la tierra, pero no mi capacidad del habla padeciendo de dislalia con «el Jesús en la boca» pues rebosaba de plúmbeas corazonadas que me atestaban el corazón: sabía que mi madre había sido encontrada, pero… no en qué condiciones.
La casa de mi novio me enfrentaba, y también el temor por descubrir lo que me destinaba el futuro.
Tomé de la mano de Joseph para atiborrarme de confianza, y con pasos firmes nos aproximamos a la puerta, estiré la mano para girar la perilla de la puerta con los dedos hechos gelatina, tragué saliva y tras un acto de desidia empujé la puerta…

sábado, 5 de septiembre de 2009

••Capitulo 91••

— ¿Ah sí?... bueno, te escucho —le estimulé a continuar, ¿Qué era lo que tenía la curiosidad que me llevaba muy continuamente a una impaciencia esquizofrénica? Fácil, la misma naturaleza actuaba, cosa que todo ser humano experimentaba y capaz de hacer lo que sea para descubrir su revelación.
Vaciló minutos perpetuos, mi mirada acuciante y hostigante no tenía una máxima intensidad para presionarle a su respuesta. Rodaba los ojos de un lado a otro simulando hacerse el occiso.
— ¿Y? —reiteré con más insistencia arqueando una ceja y tomando un sorbo de mi copa de coñac.
— ¿Y… qué?
—No te hagas, sabes muy bien a que me refiero, parece que a ti se te tiene que refrescar la memoria a diario —golpeé la mesa con la palma de mi mano, inclinando mi torso al frente.
—Bueno —se puso de pie ladeándose a mi curso mimando el dorso de mi mano. Su cálida, endulzada, y perfumada respiración se restregaba en mis pómulos—. Remuérdame entonces el por qué te amo demasiado —me tomó por los hombros mientras yo recaí todo mi peso en mis extremidades contra la madera. Una fricción agradable llegó a mis labios. El compás del movimiento se fusionaba a la melodía de la madrugada: los pájaros cantando y la caída risoteada del agua de un ruido cercano a la zona.
La alborada se alzaba junto con ella la emanación de amor que desprendíamos mi novio y yo mezclados a los leves rayos de sol.
—Adoro los colores de la mañana —dije maravillada en un suspiro, envuelta entre sus corpulentos brazos con el olisquear en mi cuello.
—Cierto. Pero también las mañanas son magníficas a tu lado —la cursilería abundaba en el aire y éramos masoquistas al soportarla, cualquier persona amargada y sin amor pensaría que ya teníamos una dotación excesiva de frases empalagosas, pero ¿Qué mas daba si provenían de la persona que más amaba?
—Creo que ha llegado la hora —articuló sospechosamente desvinculando mi anatomía de sus brazos y hurgando entre los bolsillos de su saco—. ¿Dónde está?
— ¿Qué? —inquirí perpleja, todo me daba vueltas ¿La hora? ¿Qué buscaba?
Hizo caso omiso a mi pregunta.
—Pero si aquí la dejé —se quejó, ahora catando el suelo como un detective acorralado.
— ¿Qué buscas? Te puedo ayudar —sugerí.
— ¡No! No, no, mejor siéntate ahí y yo lo busco ¿Entendido?
—Pero…
—Nada… lo arruinarías —proclamó, su pedido fue de mala manera y al mismo tiempo una ofensa ¿Creía que era una inútil o una torpe?
Sentí como los aires de orgullo retornaban apoderándose de mí como las primeras veces en que lo había conocido.
— ¡Escúchame! Yo no se que te traes entre manos, pero eso no te da derecho a tratarme de esa manera.
—Te equivocas —contradijo, esa fue la gota que derramó al vaso.
Antes de que pudiera reclamarle y descargar toda mi furia por un maltrato, «Se le había prendido el foco» todo lo indicaba, su dedo alzado y la expresión de un idiota embobado—. ¡Siempre! Todo es por culpa de Kevin.
— ¿Kevin? —torcí el gesto confundida—. ¿Qué tiene que ver Kevin en esto?
—Le dije que el otro saco se veía mejor, y ahí dejé…
Calló, como si algo estuviera en la punta de su lengua y evitara que esta fuera pronunciada por una razón: una ocultación.
— ¿Qué dejaste ahí, en el saco? —no cabía duda que a horas de la madrugada había sobrepasado el límite de preguntas, ninguna de ellas sin respuesta.
—Una… una sorpresa, sí, eso, una sorpresa, para ti, por eso te dije que si me ayudabas a buscar... la sorpresa, lo arruinarías —explicó, no se si yo era una persona indulgente o él era muy persuasivo. En fin, la poca furia que experimenté minutos atrás se había filtrado y ahora solo miraba a Joseph con ojos de dulzura.
—Te mencioné que no me gustaban los regalos ¿A que sí?
—Lo sé, pensé que te gustaría, ahora sí, todo está arruinado, era lo más importante.
—Está bien, podrás dármelo en otra ocasión —propuse, con mis brazos circunvalé su cuello y besé la punta de su nariz.
—Me temo que tendrá que ser así —enunció rendido—. Solo llamaré a Kevin para asegurarme que esté ahí.
—Como quieras —le solté, llegué a notar como presionaba el botón de encendido de su teléfono móvil ¿Lo tenía apagado? Con seguridad aseveraba que hizo relación al «para evitar que nos molesten».

domingo, 23 de agosto de 2009

••Capitulo 9O•• (2ª parte)

Su rostro pulcro de impurezas esbozaba una fulgurante sonrisa alba. Mi mirada escaneaba su perfecta figura cubierta de un traje negro en un donaire deslumbrante a cualquier chica. Sus pupilas rutilaban como una lluvia impresionante de estrellas, como si él les hubiera robado su brillo para ahora tirar en la diana de mi mirada
Descarrié mi atención a mi atuendo percatándome de mi acierto.
Le correspondí con una sonrisa tomando de su mano dilatado a mi dirección. Rodeó mi cintura con un brazo y olfateó mi cuello con pausados besos ligados hasta el lóbulo de mi oreja.
—Te ves hermosa —musitó.
Me mordí el labio inferior.
—Y tú te ves guapísimo, y si ese fue tu regalo, me fascino.
Risoteó.
—No sabes nada, esto apenas comienza —dijo tironeando de mi extremidad son la paciencia para escuchar mi consentimiento previo…

— ¡Oh! —exclamé—. No debiste… esto es muy… —puso su dedo índice en la parte media de mis labios.
—Es lo que mereces… pero, ¿Prefieres quedarte aquí fuera, o entrar conmigo y pasar una noche inolvidable?
—Definitivamente la segunda opción —seleccioné la mejor, las noches a su lado eran de ensueño, y con mayor posibilidad de una multiplicación de confianza revelaría lo que era hasta ese momento mi más grande secreto, la vida de un nuevo ser dentro de mi.
Asemejando a unas manos siamesas no soltó de mi mano ni un momento, como si estuviéramos unidos por unas esposas, eso me agradaba, su compañía era amena, y el amor era una razón.
De las entradas colgaban enredaderas de flores hermosas en matices vivos, mientras que el verdoso pasto denotaba su frescura reciente con las gotas que pendían de las puntas tornasoladas con la luna de media noche, los caminos apedreados hacían una melodía constante con el tap tap de mis zapatillas, el ingreso al inmueble era iluminado por focos de luz tenue que daba un toqué de más romántico, estandarizado a las paredes blanquecinas y los faroles que se aferraban a ellas, todas las mesas vacías, era una reservación privada a uno de los restaurantes más costosos y retirados de la ciudad, pero situado a unos pocos kilómetros de la zona boscosa.
Tomamos asiento en una mesa cercana al balcón, en la que la luna, las estrellas y la oscuridad testimoniaban nuestra unión.
— ¿Puedo tomar su orden? —preguntó un mesero, exaltándome su voz, pues pensé que Joseph y yo éramos los únicos.

—Feliz cumpleaños —reiteró por enésima vez.
—Te aviso que ya pasa de las tres de la mañana, por si no lo sabes ya es otro día —recordé dando un sorbo a mi copa de Coñac.
—Esta bien, creo que me equivoqué al organizar todo esto, debí hacer todo esto más temprano, así sería tu cumpleaños todavía.
—No te preocupes, esta noche, o mejor dicho esta madrugada ha sido perfecta, además las estrellas siguen ahí —caté el cielo, todo estaba en orden hasta que un rayo luminoso flameaba la nebulosidad. Una estela de estrella fugaz.
— ¿Te gustaría pedir un deseo? —farfulló inclinándose hasta a mi y rozando mi nariz con la punta de esta.
— ¿Crees que se cumpla?
—Si no lo intentas no lo sabrás.
—Tienes razón —coincidí, entorné los ojos, respiré profundo y conecté mi cerebro al corazón, ¿Qué era lo que deseaba con tanto anhelo? La respuesta era obvia.
—Bien… ¿Y qué pediste? —preguntó besando mis labios.
Posé mi palma en su tersa mejilla con un empujón para permitirme palabrear.
—Si te lo digo, no se cumplirá —repliqué.
—Mmm… creo que lo que yo pedí ya lo tengo.
Le miré perpleja.
— ¿De qué hablas?
—De ti… y aprovechando la escena quería pedirte algo.

sábado, 22 de agosto de 2009

••Capitulo 9O•• (1ª parte)

La palabra «especial» era múltiple, y esto porque podría tomarse con muchas acepciones. ¿A qué significado verdadero concatenaba? Hace unos momentos me quejaba por la exagerada importancia que le daban a un día en el que «me volvía más vieja» grávido de atenciones, pero ahora circunvalaba por mis hirvientes venas la curiosidad de su «sorpresa especial». Conociendo a Joseph podría englobar varías posibilidades, pero no podía atinar a cual tomar con más cercana.
— ¿Especial? —pregunté con una ceja enarcada, los hombros alzados junto con las manos, cada una al lado de mi cabeza.
—Por supuesto, pero… —sonrió ladino —Será hasta la noche —explicó.
Si llevaba su última frase a un doble sentido, sacaría una conclusión con un 9O% de obviedad, aunque un 1O% era una duda que no concordaba a mi mal pensar.
—Pero… —proferí con la incertidumbre a flor de piel, solo que no completé mi posterior negación por un atropellamiento vocal.
—Tendrás toda la tarde para arreglarte y verte más bella de lo que ya eres —su cumplido me sonrojó, pues toda la familia posaba su mirada a nosotros dos —Te esperaré acá abajo y… Te daré tu regalo.
—Te he mencionado miles de veces que no es necesario algo grande —me hice del rogar, admito que fui una victima más de la intriga.
—Lo sé, pero acostumbro no obedecer a las personas —dicho esto, dejé mi papel de desinterés, y fingiéndome derrotada subí a mi habitación, no sin antes embestir a la familia con mi infinito agradecimiento.
La preparación para un buen resultado atractivo me bloqueó la memoria directo al libro, este había quedado oculto en la profundidad de mi almohada. La selección de prendas fue complicada, no era mi arte el esmero a la belleza, ni mucho menos el modismo, no tenía una guía que indicara el vestuario conveniente a la ocasión desconocida.
Opté por un vestido negro strapless sin adornos, este concordaría con cualquier evento al que me veía destinado, pero no siempre es así, tal vez me llevaría al bosque a mirar las estrellas y ahí sería errónea en mi decisión. Sin más rodeos dejé que el vestido fuera el que cayera a la suerte fuera o no fuera parte del plan de mi novio.
Encrespé mis pestañas, pinté mis párpados, delineé mis ojos, polveé mi rostro, ruboricé mis mejillas, y pinté mis labios en un tono pastel con una aplicación de brillo. Todo natural, nada que fuera en contra sobre el uso desmesurado de maquillaje.
El cabello lo dejé suelto afiligranado con un broche de brillantes. El último paso fue cuando me coloqué las zapatillas. Revisé el reloj de la pared en el que las manecillas marcaban las O7:35 p.m. las horas eran mínimas y me sorprendió que el embellecimiento fuera un asunto de tiempo y esfuerzo. No creía que fuera tan tarde, la noche apenas comenzaba, ahora solo quedaba averiguar la continuación de lo que tramaba el sujeto que se encontraba a un lado del barandal de la escalera…

miércoles, 19 de agosto de 2009

••Capitulo 89••

— ¿Por qué te fuiste?... Te extraño… —sollocé. Esa corriente salada que era protegida por una presa fornida, que eran mis lagrimales, perdieron fuerza dejando un paso acuoso mojando mis pómulos.
Mientras recababa información mental de sus últimas palabras con un masoquismo exorbitante, puntualicé el tema que no fue resuelto en aquel tiempo…
— ¡El libro! —vociferé, me senté de un salto recayendo el peso de mi torso en mas palmas de mis manos prendadas al colchón.
A trompicones busqué entre mis cosas esperando encontrar el objeto valorativo que quedó inconcluso en el viaje de avión. El desorden fue lo menos insigne, regué todas mis vestimentas por todo el piso, mis palpadas por el interior de mi mueble captaron algo duro, áspero al tocar los costados, había encontrado el libro deseado.
La madrugada estaba próxima eliminando la sombría noche, y dando paso exclusivo al sol por el este.
Principié el hojeo hasta la página en que indicaba mi llegada en una parte mínima de la lectura. Revisé con atención cada hilera de letras tratando de explorar el mensaje que me daba Jonathan al pedirme leerlo.
El cerrojo de la puerta comenzaba a tambalearse, alguien intentaba entrar a mi recamara, así que en una forma instantánea metí el libro por debajo de la almohada, me hundí entre las sábanas cubriendo mi cara para darle tiempo a el dorso de mi mano para limpiar el rastro seco de líquido, finalmente quité las sábanas de mi rostro y entorné los ojos simulando mi dormir, pero con un pequeño hueco que daba una vista complicada al individuo que por ese momento cruzaba el umbral de la puerta.
Su rostro impecable y siempre libre de impurezas con una adornada sonrisa estaba frente a mi cara en una calefacción a mis gélidos y pétreos labios inmóviles con una perfecta actuación. Mis labios eran masajeados por una capa carnosa y caliente que devolvía a mi cuerpo una temperatura exagerada.
Mi papel de actriz había llegado muy lejos, así que tomaba en cuenta mi práctica.
Gañí “adormilada” entre sus labios moviendo la cabeza en una dirección contraria a ellos.
— ¿Joe? —susurré con una voz enclenque, abriendo los ojos lentamente como si la luz del día fuera primeriza a mi vista.
— ¿Acaso sabes qué día es hoy? —preguntó presionando mis mejillas.
— ¡Ay! Suéltame, detesto que hagan eso —me quejé quitando sus manos de mi rostro.
— ¿Sabes qué día es hoy? —repitió.
—Sí, el maldito día en que me hago más vieja —dije sarcástica.
Frunció los labios, dubitativo.
—Exacto, y creo que hoy las sorpresas no se acabarán, una tras otra.
Suspiré desviando la vista.
—No es necesario, tú sabes cual sería el mejor regalo este día —avisé, con un comportamiento amargo, nada idóneo para la persona a la que me dirigía, un inocente excluido de toda culpa, desquitándome injustamente.
—Te atañes a…
—Sí, Joe, a mi madre… encontrarla sería mi mejor regalo… pero es imposible que puedas dármelo tú, así que olvida que lo mencioné.
—Emm… no se que decirte, si estuviera en mis manos te hubiera dado ese regalo hace mucho tiempo —se excusó en un tono asustadizo y oprimido.
—Perdón, sé que no es tu culpa, que estoy descargando todo mi dolor en ti, cuando no lo mereces, cuando tú y tu familia me han abierto las puertas y brindado su ayuda incondicional —me disculpé, lo más correcto, estaba dolida pero no era motivo para ofender a cualquiera que se me pusiera en frente. Ni mucho menos con la persona que amaba actualmente.
Se acercó a mí besando mi frente amonando mis venas.
—Estoy preparada para una sorpresa tras otra —sonreí galvanizando mi ímpetu.
Saqué mis piernas colgándolas en el borde del colchón buscando con los dedos de mis pies mis pantuflas.
— ¡Feliz cumpleaños (tn)! —congratuló la familia, cada uno de los integrantes me estrechó en un abrazo caluroso, pero ninguno ganó el título que Joseph había conseguido al sostenerme en un lapso de tiempo duradero robando todo el aire de mis pulmones en un vacío agotador que él mismo llamó «The great hug for the bride of the birthday» nombre largo para su record, entendible y significativo para él.
Claro, no faltó el pastel, los regalitos de parte de sus padres y hermanos, como Kevin que de nuevo demostraba su obsesión por los calcetines al darme unos con diseños de gatos en la parte del tobillo.
— ¡Oh!... Gracias Kevin… los gatitos le dan un toque… tierno a estos lindos calcetines… serán los de la suerte —le guiñé el ojo.
— (Tn)… esto es para ti —dijo Frankie con una bolsa decorada entre sus deditos.
—Frankie, gracias, gracias, gracias, pero… ¿Qué es? —pregunté abriendo la bolsa, su contenido llegó a sorprenderme. —Una… ¿pista de carros?
—Sí, ¿Y sabes cuales carritos andarían perfecto en ella?
— ¿Cuales?
— ¡Pues los míos! —exclamó entusiasmado.
— ¿Y que te parece si inspeccionas que tus carritos conduzcan sin fallas en mi regalo? —sugerí, pensé que el juguete tenía más coherencia en el niño que en mi, aunque un juguete me recordaba…
— ¡Genial!
—Oye Joe, pero creo que tú eres el único que no le ha dado algo a (tn)… y eso que eres su novio —estimó Nick sentándose en el brazo del sillón con la boca llena de pastel.
— ¡Nick! Eso no es necesario, no porque sea mi novio está obligado a darme algo, su compañía es el mejor regalo que él puede darme —intervine, me sentía demasiado elogiada por la familia.
—Bueno por que mi regalo será uno muy especial.

lunes, 17 de agosto de 2009

••Capitulo 88••

Rasqué mi cuero cabelludo con vigor, dejándolo casi rojizo por la interacción violenta de mis uñas contra este.
Apreté los dientes, inspiré por última vez y me aseguré de tener un tono de voz claro y sin ambages.
—Escucha… —logré que mi tono sonara seguro ayudándome con una postura recta—. Esto te…
— ¡Joseph! —clamaron con energía a un volumen que retumbó cada rincón y objeto de la casa, unos pasos forzados venían en camino—. ¡¿Por qué tiraste mi calcetín al cesto de la basura?! —quiso saber Kevin con el calcetín en mano, prensándolo en un puño, sus facciones eran duras y amargadas, y el verlo así me conducía a la deducción de que solía ser muy cuidadoso con sus pertenencias, pues si estas eran maltratadas, tocadas o tiradas a la basura sin consentimiento, un gran escarmiento se llevaría el involucrado en tal crimen. Joseph.
—Bueno, lo encontré, pero ¿No te parece que ya está demasiado viejo? —opinó Joseph estirando el brazo hasta el calcetín de Kevin, pero esté lo movió bruscamente para evitar el toque de su adorada prenda.
—No, y no lo toques, ya hiciste suficiente con tirarlo en el cesto de la comida podrida —exclamó, ahora entendía la procedencia de un olor fétido, una tela recababa tanta inmundicia.
— ¡Ash! ¡¿No lo ves?! Ya tiene hasta un hoyo, no se para que quieres eso.
— ¿Qué acaso no sabes que todos tenemos algo con un valor sentimental? Me los regaló el abuelo y eso es algo muy grande y significativo para mí —explicó, tenía razón.
— ¿Por qué hiciste eso? Joe —pregunté colocándome frente a el con los brazos cruzados y frunciendo el entrecejo.
Blanqueó los ojos.
—Perdón, no lo volveré a hacer.
— ¡Já! Lo dudo —intervino Kevin.
—No volverás a ocultar los actos que realizaste sin consentimiento de nadie ¿Verdad? — ¡Pum! No me percaté que con mi amonestación mataba a dos pájaros de un tiro, eso me dio una puntada en el pecho.
—No, y lo prometo con toda mi sinceridad, con mi palabra solo porque eres tú —desvió la mirada y abalanzó una fulminante a Kevin—. De lo contrario… —refunfuñó.
—Supongo que algo es algo, acepto tu disculpa —sonrió victorioso. —Pero… —agregó—. Tendrás que lavar mi calcetín, y no quiero que sea en la lavadora, sino con tus propias manos, porque se maltrataría…
Joe abrió la boca con las palabras en la punta de la lengua, pero su hermano mayor le impidió el atropellamiento de sus contradicciones.
—Claro que si no lo haces, estarás mintiéndole a tu novia.
— ¡Oye! Yo en ningún momento le dije que haría lo que tú quisieras ¿Cierto amor? —volteó a mi con una mirada y una sonrisa demasiado persuasiva para apoyarlo y ser su cómplice en sacarlo de apuros.
— ¡Jum! «Mi amor» solo cuando te conviene, pero… lo siento por no añadir tus condiciones para que sea digno de tus disculpas, Kevin, es todo tuyo, tú sabrás que penitencias le impondrás —arqueé una ceja retadora dirigida a «Mi amor» quien solo borró su triunfante sonrisa, abocetando una rendida.
Kevin chocó su palma con la mía en señal de agradecimiento…

La noche anterior estaba abstraída bajo las sábanas, la luna como mi acompasamiento y mi almohada como uno de los sitios en los que fluía el escepticismo, la imaginación, la reflexión; a su vez trasladando a mundos fantásticos mientras el subconsciente trabaja esforzado por transmitir tras una capa oscura, al cerrar los ojos y dejarse deplorar por el cansancio. Aún estaba despierta, con la mirada enfilando al techo hurgando entre mis vivencias pasadas, presentes y futuras, y todas sumamente importantes, como el pensar que en cuestión de horas sería una joven con diecinueve años cumplidos, esa cifra me llevaba a recordar el porqué se había quedado marcada fervorosa, cuando la escuché de los labios de la persona que llegó a ser mi centro magnitud.
La edad a la que me casaría con Jonathan…

Su plática fue enfocada en su futuro a mi lado y tal como una tabla tallada de letras se plasmaba aferrada por ser encontrada bajo mis arrumbados recuerdos, ahora era descubierta y la examinaba a fondo.
»Bueno, cuando tengas 19 nos casaremos.
Resonaba en mis tímpanos su frase tan corta pero tan doliente una vez rebuscada…

sábado, 15 de agosto de 2009

••Capitulo 87••


—No habrás estado husmeando ¿Verdad? —pregunté con una deserción de ofuscamiento.
—No, lo habría hecho si Kevin no me hubiera entretenido buscando su apestoso calcetín de “La suerte” —torció el gesto blanqueando los ojos.
— ¿Frankie está con ustedes? —preguntó Penny garbosa, interponiéndose entre nuestro medio metro de separación y posesionando su fulgurante mirada en Joseph.
—Sí, está abajo jugando con Nick, ¿Por qué no vas con él? —sugirió, siendo una sospecha para mí que me estremeció ¿Y si escuchó algo? Sería mi fin.
—Sí —aceptó caminando hacia el umbral de la puerta.
—Espera Penny, pero tú y yo… —estiré la mano, evitando su ida, pero los brazos de Joseph se enroscaron en mi cadera.
—Déjala, volverá, por lo pronto necesito hablar contigo —reveló serio tras mi nuca.
—Emm… ¿So… sobre qué? —balbuceé, las piernas se me azogaban.
Sí, lo había descubierto, ahora no tendría cara para decírselo de frente. Era culpable de ocultar la verdad, y aún peor que no hubiera salido de mis labios dirigido a él. ¿Ahora como lo tomaría?
—Pues… más bien venía a reclamarte —farfulló, mi corazón dejó de latir, una plática, un reclamo, todo apuntaba a mi juicio—. Así como lo oyes, tú tienes una gran deuda conmigo… ¿Sabes cuántas besos me debes?
— ¿Qué? —giré enganchando sus castaños ojos, ¿todo era por un beso?
Inspiré aliviada.
—Sí, en estos días ha aumentado la deuda, y te aviso que aún te falta pagar el IVA y los intereses por atraso —sonrió.
— ¡Puff! Supongo que te debo millones, ¿no podría posponer el pago? —dije coqueta, totalmente hipnotizada con su mirada, enredé los brazos en su cuello y apegué mi nariz a la suya, la calefacción de su respiración contenía una droga perenne, mucho más peligrosa que el alcohol por el uso rocambolesco.
—Creo que no —musitó mordiendo su labio inferior.
— ¿Podríamos llegar a un arreglo? —susurré sensual en sus labios con toques mínimos en ellos que espoleando la lascivia.
—Lo pensaré… pero… necesito… un… adelanto —articuló con dificultad entre la guerra de besos enardecidos, sus manos enmarañaban mi cabello, pausadamente bajaron acariciando mi dorso en una fluctuación.
Despegué mis labios de los suyos besando en pausas su mejilla hasta el lóbulo de su oreja, periclitando a su cuello donde cada mancha pigmentada de él fue acariciada en un besuqueo, y como agradecimiento y disfrute un gimoteo de su parte.
—Considero que… esto es tu paga —bisbisé tomando de sus muñecas y tirándolas hacia abajo para zafarme.
—No creas eso, eso solo fue una parte —esbozó una sonrisa corriendo un mechón que cubría mi rostro—. Te amo.
¿Por qué se comportaba así? ¿Por qué tenía que ser tan dulce? ¿Qué no entendía que me hacia sentir delictiva? El llevaba sus planes, su habla con un toque de fidelidad, mientras que yo le embebía a mis palabras engaño, silencio, a un tema delicado, que zampaba a cada minuto fuerza negativa para cuando este fuera descubierto, empeorando si ese no fuera un proyecto para su edad, pues para la mía no lo era, no podría ser responsable de algo que sí fuera mío, apenas era como un capullo en transformación ¡Y ya debía cuidar de una oruguita! No es que me arrepintiera que su existencia fuera un hecho comprobado, sino que éramos muy jóvenes, pero nunca se tienen en mente las consecuencias antes de un acto, y ocurren, bombardeando impresionantemente. ¿Y en verdad eso quería él? Con averiguar no perdería nada.
—Tengo algo… que decirte… algo muy importante —tartajeé.
—Te escucho —tomó mis manos entre las suyas y besó el dorso de estas.
Me mordí la lengua. ¿Por qué era tan difícil decir «Estoy embarazada de ti» «Seremos padres a nuestra corta edad»?
—Es una… sorpresa, y no sé como la tomes —hice una mueca de desagrado.
—Me conoces, y sabes que me encantan las sorpresas —me invitó a continuar con “palabras de confianza” aunque no me ayudaron del todo.
—Pues… —el estómago se me revolvía, me revolcaba la comida, y no era un asco, era por la simple razón de mi nerviosismo, estaba amilanada…

miércoles, 12 de agosto de 2009

••Capitulo 86••

—Yo… —me estabilicé a su lado atravesando las piernas. Así su manita entre las mías, su efluvio me impregnaba confianza a pesar de su edad. Respiré hondo y dejé que mis cuerdas vocales trabajaran por sí solas.
—Yo voy a tener un bebe —confesé sacándome un gran peso de encima.
Las delicadas facciones de la niña se crisparon, no capté si su reacción reflejaba enojo o alegría. Finalmente, después de una mirada extraviada y un silencio devastador, torturante, abrió la boca, alcancé a ver sus dientes de leche y la campana de su garganta, que oscilaba convulsiva con un grito agudo, desapacible y chirriante dejando estelas de estrago en mis sensibles tímpanos.
—Penny, ¡Penny! ¿Qué te pasa? —indagué asustada, acojonada, y arrepentida por un posible trauma que la hubiera causado la noticia.
— ¡Wow! Eso es… es ¡Fantástico! —levantó los brazos sonriendo.
—Penny ¡Me asustaste! Pensé que no te había gustado —reproché poniendo la mano en mi pecho, apaciguando a mi agitado corazón.
— ¿No gustarme? Me fascina la idea —dijo con hervor, palmoteando las manos—. Voy a jugar con él o ella… espero que sea niña para prestarle mis muñecas, también le daré de comer, la sacaré a pasear y… y… —inhalaba y exhalaba el aire robado para recuperar el aliento que había exterminado sus ideas futuras.
—Penny tranquila, no hables tan rápido, aún falta mucho tiempo para que eso suceda.
—Tienes razón, todavía no se nota que está ahí, en tu estómago, yo he visto a mi tía y tenía una panzota, pero claro, siempre la responsable fue “la cigüeña” y tú no me quieres contestar, me dará el patatús si no me dices —anunció poniendo la mano sutilmente de una forma dramática, como si se fuera a desmayar.
Reí.
—Eres muy chica para entender ese tipo de cosas, cuando seas mayor comprenderás mi silencio.
—Mmm… esperaré entonces —recargó el codo en su pierna y sostuvo su cabeza en un puño— Pero que bien que serás mamá… Y… ¿Quién es su papá?... Joe ¿verdad?
Ocho años pero una mente científica que examinaba los hechos para apelar su estado.
—Sí, pero recuerda es un secreto y no se lo dirás ni a él ni a nadie.
—Pero ¿Por qué? Es su papá ¿no? Tiene que saberlo.
Hablar con Penny era como platicar con una amiga de mi edad o un adulto, un psicólogo, tenía que sacar conclusiones para sus pacientes, solo que eran muy cobardes para abrir la boca, y en ese preciso momento la lengua era robada por el ratón.
—Sí… pero… quiero que sea una sorpresa, y las sorpresas ¿son?...
—Sorpresas —completó.
—Exacto, si las dices pues ya no serían sorpresas, y quedarían arruinadas —expliqué, albergando las esperanzas de un fiel amiguita.
—Entonces, soy pico de cera —hizo un ademán junto a su boca simulando un cierre, después una cerradura con una llave dentro que giró e imaginativamente lanzó al vacío.
Compartimos sonrisas y miradas de complicidad.
— (tn)… ¿Puedo decirle algo al bebe?
La miré perpleja.
—Eee… seguro —musité.
Acercó su oído a mi vientre y pude prestar atención a sus susurros.
—Espero que vengas pronto, quiero jugar contigo, nos la pasaremos genial, ¿y sabes que? Vas a tener unos papás que te van a adorar un chorro, y no importa si eres niño o niña porque yo también voy a quererte mucho.
Sus palabras me tocaron el corazón y me hicieron temblequear de asombro, una pequeña niña me abrió los ojos, y me brindó más seguridad, pero no la suficiente, todavía necesitaba un empujón para ser digna a mis palabras confesionales.
Se separó de mi vientre y me abrazó.
—Que palabras tan bonitas le dijiste —le elogié.
Tres toques percutieron la puerta. Me paré y adecenté mi ropa para ir a girar la perilla de la puerta.
—Hace un rato oí un grito, ahora están muy calladas, ¿De qué hablaban o qué?
— ¿Tienes que ser siempre tan entrometido? —pregunté angustiada y recelosa, pues últimamente las puertas y las paredes escuchaban.
—Sí —afirmó.
—Pues Penny y yo jugábamos a…
—Las escondidas —apoyó. —Sí, pero (tn) me asustó y por eso grité, además estábamos hablando cosas de chicas.
—Claro, claro —proferí en un suspiro de alivio, por lo visto, Penny si era una amiga confiable.
— ¿Y a que tema se dirigen cuando dicen «cosas de chicas»?
— ¡Oh! Pues… a cosas de chicas… Para saberlo tendrías que… ser chica, pero ¡Lástima! No lo eres —excusé titubeando.
—Con que esto ya es personal ¡Eh! —se quejó…

martes, 11 de agosto de 2009

••Capitulo 85••

Sentía las palabras revolotear desordenadamente como una parvada, varias puñaladas vehementes sacudieron mi cuerpo volviéndolo flácido, débil, ¿Era el momento? ¿Debía confesarle que ahora llegaba un ser a nuestras vidas?... ¡Claro! Era una obligación para mí y un derecho para él sin importar su reacción, que en verdad era mi punto máximo de preocupación… lo que me sosegaba era el saber que él no era así, por supuesto que lo aceptaría.
— ¿Joseph? —tragué saliva, mi respiración honda aumentaba la capacidad de mis pulmones, y mis brazos se tambaleaban—. Yo… est… —mis cuerdas vocales no cooperaban y solo dejaban salir insignificantes sílabas.
— ¿Qué paso?
Mis sentidos se activaron con las súplicas cumplidas, cuando Penny apercibió nuestras presencias asomadas por el cerco de su casa.
— ¡(tn)! ¡Joe! —gritó.
Corrió, rodeando todo el jardín a una velocidad como si flotara en el aire, que volaba sus dorados cabellos. Abrió la puerta y salió a nuestro encuentro con un entusiasmo eminente a kilómetros.
Cuando su silueta se coloreaba con su acercamiento Joseph me desvinculó de su cuerpo, me encuclillé y abrí los brazos para estrecharla una vez que estuvo cerca. Su pequeño cuerpecito fue estrujado por mis brazos entrañables.
—Extrañé a mi pequeña amiga —le dije al oído. —Pero… ¿Por qué no dices nada?
Joseph afinó la voz rozando el puño con sus labios.
— (tn)… creo que la estás asfixiando.
— ¡Oh! Penny, perdón —la solté de inmediato tomándola por los hombros.
La niña sonreía angelical.
—No es nada, yo también te extrañé ¡Que bien que viniste a jugar conmigo! —pirueteó.
— ¡Claro! —acepté agarrando su mano y caminando con ella en saltos.
— ¡(tn)! —llamó Joseph rezagado. Pero no le hice caso y entré —. Pero (tn) Ya se está poniendo el sol y es demasiado tarde, y creo que debemos regresar —aconsejó a un lado mío que no me percaté de cuando nos había alcanzado.
— ¡Ay! Joe, no es tarde, además te pareces a mi… —la voz se tornó quebradiza cuando comprobó el complemento a la frase—. Emm… Penny creo que Joe tiene razón… podría venir mañana o…
—O podrías ir a nuestra casa mañana temprano —opinó Joseph.
—Mmm… yo quería jugar hoy, pero está bien, le diré a mamá que me lleve —cedió.

Las once y media señalaban las manecillas del reloj de pared cuando el timbre soñó. Los clamores de solo una niña atronaban la casa.
Bajé enseguida con una gran sonrisa delineada.
— ¡Hola Penny!
—Hola (tn) Vine aquí para jugar.
Reí.
— ¿Qué te parece si subimos a mi habitación? —sugerí.
Asintió y subimos corriendo las escaleras.
— ¡Uy! ¡Uy! ¡Uy! ¿Qué pasa aquí? Parece que tenemos a dos locas pequeñas —dijo Joseph interponiéndose en nuestro camino con su muy distintiva sonrisa.
Posé las manos en su pecho y sonreí.
—Así es, ahora si nos permites pasar.
—Claro, pero no sin antes —ladeó la cabeza con los labios fruncidos casi cerca de los míos.
Puse mi dedo índice en sus acolchados labios, deteniéndolo, y con las pupilas apunté a Penny.
—Después —susurré, impeliéndolo para abrir paso al corredor que bloqueaba—. Vamos Penny —anuncié jalando de su brazo.
Llegamos a trompicones hasta mi habitación cerrando la puerta.
— ¡Lo sabia! —exclamó, yo la miré confusa.
— ¿Qué es lo que sabias? —pregunté sentándome en el borde del colchón.
—Pues que ustedes dos se querían, Joe y tú… ¿Es tu novio? —inquirió arqueando las cejas.
Risoteé.
—Sí —admití con las mejillas ruborizadas como si de un amor de infantil se tratara.
— ¡Wow! Tienes suerte, te dije que era muy guapo —dijo recostándose en la cama con los brazos sobre la nuca.
Blanqueé los ojos con una sonrisa irónica.
—Oye, antes de que juguemos quiero preguntarte algo, nunca me respondiste ¿recuerdas?
Fruncí el ceño, extrañada.
— ¿De qué hablas?
—Pues cuando te pregunté sobre los bebes —abrí los ojos como platos.
— ¡Ah! ¡Eso!
—Sí, aún pienso que es mentira eso de las cigüeñas —puso el dedo en su barbilla, pensativa.
Me embelesaba la perfecta memoria de la niña, como al igual sus preguntas revelantes, con respuestas verdaderas no dignas para su edad, ni yo tampoco era la indicada para responderlas […] Ahora que sabía que lidiaría con una criatura preguntona, me daba un escalofrío que me erizaba la piel, era como si ya la tuviera enfrente, y seguramente yo dándole la contraria a mis opiniones sobre las mentiras. Una práctica a mi futuro papel de madre. Ni yo misma lo creía.
—Pero respóndeme —exigió sin perder la ternura.
Me rasqué la cabeza buscando la evasiva en mi mente, sin éxito.
— ¿Sabes qué? Te diré algo mejor, pero tiene que ser un secreto de las dos ¿Entendido? Nadie, pero nadie lo tiene que saber, ni Frankie, ni Joe, ni tu mamá, tu papá, na-die, solo tú y yo, secreto de amigas ¿Lo prometes?
— ¡Sí, sí, sí! Seré como una tumba.
Me puse de pie, abrí la puerta inspeccionando nada de peligro alrededor, y cuando digo peligro me refiero a todo en especial a «Danger».
No había nadie, así que cerré la puerta poniéndole seguro y acercándome a Penny quién esbozaba una cara de misterio entusiasta…

sábado, 8 de agosto de 2009

••Capitulo 84••

— ¿Qué? —pregunté escéptica, el comentario no me caía perfectamente en el cerebro, necesitaba de una prueba, o una limpieza de oídos, pues estos estuvieron fallando con frecuencia.
—Así es, ese documento decía Lakewood, Colorado.
—Eso… eso no puede ser posible —mis labios apenas y se movían, y mi mirada perdida y ensimismada.
—Eso es cierto, ¿Crees que te mentiría? —su mano masajeaba mi hombro crispado.
—El caso no es que tú me mientas, sino mi madre… —me paré del asiento y comencé a dar vueltas—. Primero me dice que irá al Colegio cuando no es cierto y su auto aparece a las afueras de la Ciudad, y ahora resulta que mi lugar de nacimiento no es Houston, ¡Por Dios! ¿Qué sigue? ¡¿Qué en verdad mi padre esta vivo?!... es resoluto que ya no sé ni que pensar —mis ojos traslucidos bajo la capa acuosa que producían mis lagrimales no fue retenida por mucho tiempo, y la presa que mantenía el líquido en mis ojos se había estropeado para dejarlo correr por mis mejillas.
— (tn)… —las palabras de Joseph se capturaban en un nudo, pero… ¿De qué servirían? Estaba aturdida y nada podría reconstruir mi ánimo.
—Necesito verlo con mis propios ojos, vamos a mi casa, ¿Podrías llevarme?
— Tú sabes que sí.

El trayecto del camino a mi casa se alargaba con la angustia que se apoderaba de mí, era imposible concebir que las verdades se acumularan para después bombardearme, pero las respuestas de las más recientes armas no me atacaban.
—Ahí está el coche de tu padre —le avisé a Joe mientras se estacionaba frente a la casa.
Solté mi cinturón de seguridad y busqué la llave entre mi bolso, nunca lograba encontrarla cuando era algo importante, y después de esculcar y sacar todo el contenido de mi bolso la encontré. Con torpeza la ingresé a la cerradura, al abrir la casa el clima que la protagonizaba era cálido, miré el entorno añorando lo que hace casi un mes fue un hogar lleno de alegría que le impregnaba mi madre, esa que lograba sacarme de mis casillas con comentarios burlescos de adolescente.
Subí hasta la habitación solitaria de mi madre, saqué los papeles a montones junto a los álbumes tratando de rebuscar el documento.
— ¿Dónde la viste la última vez? —le pregunté a Joseph mientras me ayudaba a sacar la enorme pila de papeles.
—Déjame recordar —se mordió el labio inferior mirando al techo—. En… en un sobre amarillo, en cuanto encontraste la foto lo volví a guardar ahí y tú los guardaste en… el segundo cajón de ese buró —su dedo índice me indicó el mueble, no esperé más y hallé el sobre, lo abrí sacando la valiosa hoja.
—Nombre, sí, fecha de nacimiento, también, lugar de nacimiento, Lakewood, Colorado, Estados Unidos de América —mi voz se fue apagando conforme leía con detenimiento lo que me había dejado intrigada por un rato, claro que ahora se incrementaba esa intriga con el engaño.
—Menos mal que todavía me llamo (tn) Johnson.
Joseph me abrazó por un costado y sostuvo su barbilla en mi cabeza.

—Sube.
—Si no te molesta, me gustaría visitar a Penny, hace mucho que no veo a mi pequeña amiguita, la hecho mucho de menos —sonreí pero la alegría no se encaramó hasta mis ojos.
—Claro.
Caminé por la acera hasta la casa vecina, me asomé por el cerco y ahí estaban Penny y Frankie jugando como la primera vez en que los conocí.
—Hacen recordar viejos tiempos ¿no crees? —dijo Joseph tras de mi, rodeando mi cintura con sus brazos, y su cara atinando adecuadamente entre mi cuello.
—Así es, como cuando llegó el monstruo, mejor conocido como «El guapo hermano de Frankie» según Penny, solamente para coquetear, pero no se salió con las suyas, y se ganó un golpe —giré mi rostro enfrentando el suyo, y pude ver como una mueca de desagrado se pintaba en sus hermosas facciones.
—Cierto, aún me duele el memorarlo, por algo siempre te digo salvaje.
Sonreí besando la punta de su nariz y volviendo la vista a las jugarretas de greguería de los pequeños.
—Me pregunto si tendré descendencia después del golpazo.
Risoteé nerviosa, se me había soslayado ese punto, no tenía agallas para confesárselo y sus exégesis cada vez daban más puntería…

jueves, 6 de agosto de 2009

••Capitulo 83••

—Emm… ¿Por qué me miras así? —inquirí con un escape de nerviosismo en la voz.
—No, no es por nada, solo que me gusta verte nerviosa, como esa vez en casa de Penny cuando…—
—No tienes que mencionarlo —atajé sus palabras, no era que me molestara el momento en que me mostró alguna vez sus ataques de seducción, lo que si era lacerante, era recordar el pasado, porque partiendo de ahí comenzaría a expandirse el abismo de mi pecho con el solo objeto de escudriñar mi pasado y con ello a mi progenitora.
—Bueno… yo pensaba que pasando el tiempo nos reiríamos del pasado —vaciló un lapso de tiempo—. Aunque ese no es el caso, sino el porque estás nerviosa.
— ¿Yo?... Pues… tus miradas tienden a tener significados intimidantes o alegres, o… yo que se, dicen que una mirada dice más que mil palabras ¿no? —
— ¡Oh! —sonrió—. ¿Y qué otras cosas te transmiten mis miradas? —preguntó coqueto con las cejas enarcadas—.
—Joseph… — amonesté—. Solo quiero comer algo, ¿Vienes?
— ¡Claro! Contigo iría hasta el fin del mundo.
Resoplé rodando los ojos.
—Hoy estás galanteando con demasía ¿Sabias? —le recordé simultánea al bajar el último escalón y pisar el suelo del lujoso living, de paredes blanquecinas, cortinas color hueso por las que se filtraba la resplandeciente luz del sol dándole una temperatura cálida al ambiente.
Borneé hasta atravesar la entrada a la impecable cocina, si eso no solo pasara en las animaciones caricaturescas podría lograr que brillara al igual que diamantes por todos los rincones y la indumentaria.
Me percaté de que Joseph se había rezagado en el transcurso al no sentir la emanación deslumbradora de su aura.
Abrí el frigorífico y me incliné inspeccionando su contenido con toda confianza, no petulante con habitar en hogar ajeno sino que aparte siendo una descarada tomando con toda libertad el contenido.
— ¿Qué comerás? —susurró con su pintoresco matiz hipnótico, que por esta vez me alteró.
— ¡¿Siempre tienes que llegar de esa manera?! —le reclamé poniéndome en mi posición original y cerrando de un portazo el frigorífico.
—Okay, no es para que te enojes, pero no siempre tenemos la casa sola.
— ¿Qué? —grité, sabía el peligro que eso traería de haber escuchado bien y no tener tapones en los oídos—. Pero tu madre estaba aquí abajo hace unas horas.
—Lo sé, pero supongo que no te mencionó que haría las compras, mucho antes de que llegaras me aconsejó que ella podría llevarte, con eso de que «Necesita distraerse más», pero pensé que sería mejor que pasáramos tu y yo, aquí…
—Qué cosas se te ocurren —refunfuñe con sarcasmo, pero no me escuchó—. Espera, ¿y tus hermanos, tu padre?
—Bueno Nick salió con unos amigos, Kevin fue de Romeo con su novia, y papá fue a llevar a Frankie a casa de Penny —explicó, al final su anticuada sonrisa se esbozó en las comisuras de sus labios donándole un hueco a su nacarada dentadura.
Cerré los ojos, inhalé y exhalé la mayor parte del bióxido de carbono, el cual compartía con una persona serena…

Mi plato ya estaba ahíto de sopa de fideos, acompañado de tiras de pollo, el fisgar tanto mi comida hacia que la saliva se me trocara agua. Me senté en el comedor, Joseph frente a mí, jugueteando con los dedos. Varios bocados fueron tragados con la sensación perdida, pero ahora retornando del apetito cavernícola.
—Si sigues comiendo así vas a parecerte a una vaca —mofó, su insensato comentario me colmó la paciencia, y le arrojé lo primero en mano, la cuchara, esta solo resonó en su cabeza. — ¡Auch! Salvaje, no se cuantas veces en mi vida tendré que repartírtelo —quejumbró sobándose la cabeza.
— ¡No me digas eso! Primero dices que no quieres una novia flaca y ahora no la quieres gorda, entonces has de querer una modelo ¿A que sí? Pues para tu desilusión yo no lo soy ni lo seré— repliqué frunciendo las cejas en una línea.
—Solo era una broma.
Le refuté con la mirada…

Llevé los trastos al lavadero y con una esponja enjabonada los tallé para enjuagarlos, secarlos con un trapo y acomodarlos en sus respectivos lugares.
—Solo falta una semana para tu cumpleaños —congenió a mis espaldas, provocándome consternación, me viré para encontrar su mirada.
— ¿Cómo sabes tú eso? Jamás te lo he dicho, ni a ti ni a nadie solo mi madre lo sabe —hablar en presente sobre ella me punzaba el pecho, pero no había otra forma más correcta siendo una joven esperanzada, o eso creía tener: esperanza.
—Bueno, el día que fuimos a buscar la foto… tu sabes para la investigación encontré tu acta de nacimiento, y ahí vi la fecha, descubrí que no faltaba mucho para que cumplieras los diecinueve.
—Eso lo explica —dije para mí misma.
—Aunque hubo algo que me dejó dudoso.
Mi atención buscó un lugar en el blanco, sus palabras.
—Sé, por el colegio claro, que eres nacida en Texas… Houston.
—Sí, sí nací en Texas— afirmé.
— ¿Haz visto tu acta alguna vez? —preguntó acrecentando mi incertidumbre, y la verdad era que no, había cosas más interesantes que revisar un papel antiguo.
Negué en un cabeceó.
—Pues es algo raro, por que en ella afianza que eres de Lakewood, Colorado.

miércoles, 5 de agosto de 2009

••Capitulo 82••


-Sabes que no debes de darle de beber solo un chorrito a un alcohólico empedernido ¿A que no?- bisbisó seductor en la piel de mi cuello, olisqueando sediento, sus respiros eran apetecibles, encantadores, tentadores para mis hormonas que comenzaban a resucitar de sus lápidas.
-¿A qué te refieres?- susurré entornado los ojos con los brazos caídos repletos de temor.
-¿No es obvio?- sus manos sujetaron mi cadera apegándola a la suya, activando a mi voz para desceñir un ahogado gemido. -El beso de esta mañana. Extrañaba eso- profirió dando pausados besos en un sendero que partió de mi gargantas hasta la comisura de mi labio.
-Supongo que para ti en un delirio- comenté como que no quiere la cosa, por primera vez mi cerebro mandó señales a mis atolondrados brazos y mis palmas tomaron sus mejillas para que mi nariz olfatear su aliento amielado con un toque de menta.
-Supones bien- musitó colocando sus carnosos labios en los míos interactuándolos salvajemente.
Caminó conmigo hasta el borde del colchón, giramos ahora el frente a mí en forma contraria, con una zancadilla me hizo caer en la cama, se hincó sobre mi, y como una presa asustadiza me deslicé hacia atrás chocando con la cabecera y la pared, él como una fiera hambrienta gateó hasta mi y atacó a mi cuello, Con una mayor incitación desabotonó mi blusa, pasó sus manos por debajo de la tela acariciando mis hombros y la deslizó para dejarla caer. Se quedó atento mirando mi torso y se abalanzó otra vez acariciando mis pechos por encima de mi sostén, con el entretenimiento al besar húmedamente mi clavícula.
Conocía la sucesión de esta escena pasional, pero el deplorar me impedía cortar un momento tan vivido, actuaba con impavidez olvidando que tenía un miedo oculto interior y profundo, que también podría —Según mis pensares y vislumbres— causar algún daño a mi “Enfermedad”. Como también aborrecía una negación al descubrirse la verdad, pues prácticamente no era una edad de suficiente madurez, por lo tanto debía recolectar una ración por este cambio radical.
-Joe…- me percaté de que mi voz había tomado un tono jadeante.
-¿Qué paso?- dijo ahora besando mis labios y posesionando sus manos en los omoplatos.
-Tengo… que… decirte… algo- pausaba cada palabra cuando lograba pronunciarla a costa de sus besos.
-Dime-
-Es que…- le empujé apartándolo de mí y estacando mi mirada en la suya. -Ponme atención que es algo importante- suspiré acaparando el aire que me fuera posible, el nudo en mi garganta sabía que era inhóspito, pero aún así se aferraba dejando que tremolara y que mis dientes castañetearan.
-Solo dilo, para que podamos…- sonrió pícaro. -Continuar- añadió.
-No estoy en condiciones para eso-
-¿Cómo?- preguntó perplejo.
-Sí… lo que pasa… es que- refunfuñe al no ser capaz de encontrar las palabras.
-¿Qué?- enarcó una ceja.
-Emm… estoy… estoy-
-¿Estás qué…?-
-Emb… brienta… ¡Hambrienta!... Sí eso, tengo hambre, mi apetito regresó-
-¿Embrienta?- remedó. –Te equivocaste ¿Verdad?-
-Aja- asentí con una sonrisa nerviosa.
-¡Wow! Tu estómago es muy inoportuno, mira a en que momento se le ocurre- gruñó. -Pero total, tu salud es más importante, que si no fuera por que no has comido nada en estos días, te obligaría a ayunar, pero vamos- rodó los ojos, me ayudó a ponerme de pie, recogí mi blusa y volví a colocarla en su debido lugar.
Mientras bajábamos las escaleras dijo:
-Y bien… ¿Qué es lo que se te antoja? Haz de estar muy antojada ¿No?-
-¿Eh?- pregunté, las palabras que enlistaban “La enfermedad” me sobresaltaban.
-Sí, ¿Qué es lo que quieres comer después de años que no haz probado bocado?-
-¡Ah! ¿Con que a eso te referías?-
-¡Pues a que más! ¿Qué estoy hablando con otro sentido o qué?-
-¡No!... no… no, solo que hoy estoy un poquito… distraída-
-¿Escondes algo verdad?- me miró con un semblante de juez, como si supiera el caso que me ponía como presunta sospechosa y quisiera que le confirmara su prejuicio…

lunes, 3 de agosto de 2009

••Capitulo 81••

-Sí, es lo que sospecho, hay demasiadas posibilidades de que estés embarazada-
Me llevé una mano a la boca, estupefacta, era algo imprevisto y la probabilidad de que fuera verdad, me caía como un balde de agua fría.
-Así que solo falta confirmarlo- añadió, su voz ronca y monocorde no fue capaz de pinchar mi burbuja en estado de colapso, mi mirada se perdió en el más profundo rincón de la habitación y mis tímpanos cogieron las estridentes vibraciones que daba a mi mente vueltas y vueltas veloces hasta quedar en ralentí con la palabra que conmocionó a mi ser… «Embarazo»

El primer proceso era algo asqueroso: Una prueba de orina. Y el material para llevar a cabo el estudio, era un frasco y la necesidad de la índole del organismo. El segundo podría ser fácil considerando la capacidad de cada humano… La espera. Pero yo era carente de este con el solo hecho de esperar por mucho tiempo sin buenos resultados.
Me senté en una de las sillas de la sala de espera, cruzaba la pierna entretanto mi pie elevado se estremecía en una vaivén nervioso, dentellaba las uñas, mordía mi labio inferior a milésimas de reventarse y chorrear sangre por la fuerza que ejercían mis dientes sobre el, rascaba la nuca, destocaba mi cabello, tarareaba una canción, dibujaba figurillas abstractas en mis muslos con mis cincelados dedos. Todos actos para coartar la desesperación a una respuesta concreta, que llamaron la atención de todas las personas que me rodeaban con seguramente una opinión para mi «Esta loca» o quizás «Le urge ir al baño»
-Señorita Johnson- llamó una enfermera con una tabla entre sus manos.
Me paré de golpe causando la exaltación de todos. -¡Soy yo!-
-Venga conmigo- indicó dándose la vuelta caminando, o mejor dicho danzando, por la forma en que sus pasos daban a pensar que levitaba.
Inmediatamente los cuchicheos de la gente se oyeron. -¡Sí! alégrense, ya me voy- pregoné con sarcasmo a toda la concurrencia de personas, les sonreí amargamente y seguí a la enfermera, quien mi orientó de nuevo hasta la oficina del Doctor, me abrió la puerta y la cerró a mis espaldas. Apreté los ojos y dije: -Bien… ¿Qué paso? ¿Qué dijeron los resultados?- pregunté impaciente.
-No lo sé, compruébalo tú misma-
No comprendí el sentido de sus palabras hasta ver que en su escritorio subyacía un sobre blanco con letras y logotipos correspondientes del hospital. Mis movimientos eran instantáneos, rompí el sobre en menos de diez segundos, por lo tanto mi vista ya revisaba cada letra de papel en el que solo era relevante la palabra «Positivo»
-No puedo… creerlo- farfullé con disnea, por consiguiente experimenté la sensación inicial del vértigo, me sostuve de la orilla del escritorio y me froté la frente, las ideas se me mezclaron y fueron a dar vueltas hasta marearme.
-Niña, por lo visto estas presentando uno de los síntomas más representativos- dijo auxiliándome para posarme en el asiento y evitar mi porrazo al suelo.
-Ser madre es algo que no me pasaba por la cabeza- comenté en un murmullo tirando para atrás de mi cuello en el respaldo de la silla. -Bueno… al menos no a esta edad, cuando solo falta una semana para los diecinueve- rectifiqué.
-La vida nos da grandes sorpresas-
-En eso estoy de acuerdo- coincidí.

Salí del lugar deliberando que todos mis deseos futuristas estaban en urbe, en lo altozano, uno ya estaba en marcha, el que puntualizaba hasta el final. «Lo últimos serán los primeros» ¿Quién pensaría que así ocurriera en verdad?
Me carcomía el recordar la mentira, así que para sentirme mejor conmigo misma me impuse el deber de ir a orar, para dar las gracias, y… pedir por un milagro.
La plazoleta estaba atestada de personas compartiendo energía positiva, los árboles bailaban con el soplar del céfiro, las nubes acolchaban el celeste firmamento, las aves cantoneaban y el sol abrazaba la zona, brindando un clima templado.
Crucé la calle enfrentándome a la construcción, las paredes eran de adobe y llevaban incrustaciones de azulejos coloridos, la cúpula por fuera parecía ser de la misma hechura a las paredes solo que en color amarillo y azul, y se notaba una mayor dedicación, atravesé la puerta de madera y me quedé maravillada por la edificación interior, tonos dorados, carmesíes, almendrados resaltaban, la mayoría de los muebles eran de madera, y ese era el olor principal que despedía como también el aroma de las rosas y el incienso, creo que los percibía mejor gracias a mi «Sensibilidad».
Contemplé las imágenes sagradas, las cuales destilaban un enorme pacífico efluvio. Me hinqué frente a ellas en una de las bancas, flexioné los codos y puse mi frente entre mis manos empuñadas, y cerré los ojos, las palabras fluían con naturalidad y confianza, en el fondo me sentía escuchada, y… comprendida.
-Sé que no he venido desde hace tiempo… y creo que todos mis agradecimientos se han adjuntado, como siempre estoy agradecida por estar aquí en estos momentos, por cruzar mi camino con una persona a la que amo, y de la que ahora surgió un fruto. Es algo nuevo para mí el ponerme en los pies de mi madre, de saber que ahora tendré una responsabilidad a la que me dedicaré, ella fue mí ejemplo a seguir porque me di cuenta que ofrendó su vida por darme lo mejor, por esforzarse con el sudor de su frente para que yo fuera su prioridad, por eso quiero pedirte que me ayudes, quiero encontrarla… se que me mintió, pero sin embargo no tengo nada que reprocharle, solo la deseo a mi lado, sabiendo que esta bien… te lo ruego- me percaté de que mis lágrimas ya rodaban por mis mejillas, mi voz había tomado un matiz quebrado convertido en sollozo…

-¡(tn)! ¡Ya volviste!- expresó Denise al verme entrar por la puerta.
-Sí- sonreí, pero la alegría no llego hasta el brillo de mis ojos.
-No sabes, Joseph ha estado de acá para allá preocupadísimo, de hecho ya iría a buscarte-
-¿Y donde está?-
-¡Oh! Creo que arriba, buscando las llaves del auto… es tan descuidado-
-Lo se, pero… no ha habido… ¿Noticias?-
La sonrisa de Denise se obliteró de la comisura de sus labios, su mano se deslizó por mi brazo. Frunció los labios y negó con la cabeza.
Inspiré. -Subiré a mi habitación- bajé la mirada y subí las escaleras, doblé por el pasillo, me situé encarando a la puerta y giré el picaporte de la puerta, iba a entrar pero la mano de alguien detuvo de mi brazo, me penetró dentro con un empujoncito y cerró la puerta acorralándome contra ella…

sábado, 1 de agosto de 2009

••Capitulo 8O••

El nuevo día embargado comenzaba a dar muestras de desmesurada alegría y era otra de las circunstancias en las que no coincidíamos respecto a emociones, ¿Por qué decía eso? El porque, era que solo a mí me azotaba la oleada de funestas noticias y pregones titubeantes. El primero se centraba en el caso irresuelto de mi madre y la insignificante punzada de esperanza al saber que su cuerpo no había sido hallado perdía vigor a cada minuto al igual que el corazón se rezaga en latidos por el desgaste de la salud o la edad. Lo segundo era un dilema más, agregado a mi enciclopedia perpetua. ¿Por qué el Doctor me pidió que visitara su consultorio…? Tenía notas que me engrandecían el abismo de la duda. Según él: »No era nada grave. Bueno, si no lo era ¿Qué necesidad tendría yo de ir? ¿Padecería de una enfermedad realmente peligrosa de lo que no hubiera querido preocuparme en la casa…? Pero… Entonces, ¿Por qué me obligaría a salir de casa enferma?
Sin más ambages y embrollos me preparé. Antes de partir, ni siquiera me tomé la molestia de desayunar, no quería reproducir esa sensación de hastío tan mordaz. Todos se me quedaron mirando con avidez, pero nadie me acometió contra una pared de absurdos comentarios o interrogatorios… salvo una persona…
-Se puede saber ¿Dónde vas?- recargó su mano en el umbral de puerta, estiró su brazo creando un blasón a mi salida.
Vacilé determinado tiempo decidiendo si mentirle o no. Era mi novio, pero no existía un reglamento que me obligara a tenerle un inventario de mis salidas, muecas, acciones, sentimientos, caminatas, horas de siesta, nada.
-Saldré a dar una vuelta, necesito despejarme, además quiero ir a la Iglesia a rezar un poco, tal vez hoy Dios escuche mis suplicas- excusé, me mordí la lengua, era una mentira, un muy vil mentira lo que proferí, «El paseo» era una de la que podría dar el panzazo por una «mentirilla piadosa» pero «La Iglesia» era excluida y mandada a la lista negra.
-Puedo acompañarte- se ofreció.
-No. No… prefiero que te quedes aquí y esperes noticias-
-Pero los demás pue…- cesé su parloteo con un beso en los labios, su mandíbula se destensó y reaccionó envolviendo mi cintura entre sus fornidos brazos.
-Adiós…- susurré en sus labios y me libré de su cerco y caminé grácil y elegantemente —De la manera en que nunca pensé, lograría hacerlo— dejándolo boquiabierto.

Tomé un taxi, le enseñé la tarjeta con la dirección y en cuestión de minutos ya me encontraba cruzando las puertas de un refinado hospital…

-Hola… veo que te decidiste por venir- sonrió beatífico, estaba sentado en uno de esos sillones giratorios, acojinados.
-Sí, ayer me dejó con la curiosidad de saber que padezco- con su mano hizo un ademán y para que tomara asiento en una silla frente a su escritorio de roble barnizado.
-Bueno, primero te haré unas preguntas y después pasaremos a la siguiente fase para comprobar que estoy en lo correcto- entrelazó sus dedos formando un puño con ambas manos y se encorvó con los codos sobre el borde del escritorio. –Veamos, ayer me dijiste que habías sufrido de cansancio, duermes más de lo normal, tuviste asco a tu alimento, tenías la temperatura corporal más alta, y que te dolía la espalda ¿No es así?...-
Asentí anonadada por la excelente memoria del hombre al llevar la retahíla de síntomas en el perfecto orden en el que había mencionado en menos de veinticuatro horas.
-Correcto…- Frunció ensimismado los labios, y volvió su mirada a mí. -¿Haz tenido… sensibilidad por los olores?-
Lo caté confusa. -¿Cómo?-
-Sí, por ejemplo… hubo un aroma al que disfrutaste profundamente y ahora te parece cáustico- explicó, hice remembranza y sí encontré algo.
-Sí, la loción de mi novio, le pregunté si había abusado de la botellita de líquido, pero me aseguró que no, pero yo seguía pensando que exageró-
-Y… ¿Qué tal va tu periodo?-
-¿Mi periodo?- repetí. –Eso es algo a lo que no le he tomado mucha importancia en estos días por asuntos personales… pero si me presta un calendario le diré con más precisión- el Doctor buscó entre sus cajones un papel, me lo pasó y efectivamente era un calendario, conté con atención pasando mi dedo por cada uno de los diminutos números desde la última vez… hasta la actual fecha y…
Froté mi sien. -Según mis cálculos esta retrasado por… una semana- sacudí la cabeza. -Pero… que yo sepa no hay enfermedades que traten sobre la ausencia de la naturalidad de una mujer, a menos que…-
El Doctor cabeceó ligeramente como si me diera la respuesta sobre un conocimiento incógnito del que ahora diera en el blanco de acuerdo a la teoría…

viernes, 31 de julio de 2009

••Capitulo 79••

Joseph se paró para después quedarse inmóvil de cintura a pies y el brillo de nerviosismo de sus ojos estaba a flor de piel, rascaba su nuca con dureza, a punto de dejarse una cicatriz. -Emm… (Tn)… despertaste, pensé que te dejé en la habitación- tartamudeó.
-No pensarás que dormiré tanto- repliqué tajante. -Ahora mismo quiero que me digas eso que planeas ocultarme- exigí cruzando los brazos y mirándole con diplomacia.
-No es nada importante-
-Claro que lo es- me opuse. -Se trata de mi madre ¿No es así?- su rostro estaba pasmado y su lengua había escapado, llevé mi mirada hacia todo mi público en busca de respuestas. -¿Lo es?- reiteré, el silencio era apabullante, y tomé como legal la frase «El que calla otorga» -Díganme que paso con ella- reivindiqué.
Entre todos los presentes señalé uno en especial, la intranquila cara de Nicholas sudaba, y dentro de su cavidad bucal había una lucha de sus palabras y su silencio, arqueé una ceja y sus palabras salieron despavoridas de su lengua. -Encontraron su auto despeñado en un barranco- pronunció atropelladamente que apenas pude entenderlo, Joseph se recuperó y se viró vehementemente clavando una mirada colérica a Nicholas.
-¿Qué?- modulé su aliento.
-Querida- Denise se paró y se acercó a mí pasando su brazo por mis hombros. -Tienes que ser fuerte- estimuló.
-Pe… pero explíquenme- balbucí.
-Lo que pasó es que lograron encontrar su auto a las afueras de la cuidad, en una zona no muy transitada, estaba desbarrancado y necesitaron un equipo especial para bajar, se encontraron con el vehículo totalmente destrozado, y calcinado a causa del hidrocarburo, hicieron unos análisis para identificar las cenizas del cuerpo, pero no las encontraron… (Tn) esto es relevante y una posibilidad de que ella este con vida, no quiero darte falsas esperanzas pero tampoco quiero que las pierdas- explicó Paul Kevin, sentí como mis ánimos se adentraban en una ataque de histeria. Me desasí de los brazos de Denise y cubrí mi cara con ambas manos, mis lágrimas fluían inagotables de mis lagrimales.
-(Tn)… cálmate- Joe me embrazó y me estrechó en su pecho, mis piernas perdían debilidad, eran tan flácidas.
-Ya no puedo más- querellé. -Quiero morirme, quiero a mi madre- sollocé y tambaleé para salir de los brazos de Joseph, pero mi vitalidad y fortalezas se fueron deteriorando, atisbé mi entorno y vi como una nube negra se adueñaba de mi vista, entorné los ojos, mi cuerpo se tornó lánguido, y gracias al soporte de Joseph caí rendida en sus brazos, si no me hubiera dado un garrotazo en el suelo. Perdí el conocimiento, aunque mis oídos se quedaron encendidos.
-(tn)… (tn) ¿Qué te pasa?... Responde-
-Joe, es mejor que la lleves arriba, llamaré a un doctor- recomendó Denise, él tomó de mis piernas y me llevó cargando, recostó mi cuerpo en la cama, se sentó en el borde y sus dedos se enredaron en mi cabello acariciándolo con dulzura…

-Joe… Joe… ¿Dónde estas?- enuncié con los párpados cerrados.
-Aquí estoy- dijo y su mano tomó la mía.
-No me dejes tú también, prométeme que siempre estarás conmigo- abrí los ojos lentamente, su rostro estaba a escasos centímetros del mío.
-Te lo prometo- su respiración abrigaba a mis labios y estos se unirían de no ser por…
-Voy a revisar a la paciente- dijo un Doctor no muy alto, algo robusto y de cabeza calva, los pocos cabellos que poblaban su cabeza eran de un color níveo, llevaba una bata obvio de su profesión y le combinaba con su carente cabellera, entró interrumpiéndonos y puso su maletín en una de las mesas de la habitación.
-Joe, sal, quiero estar a solas con el Doctor-
-Pero…-
-El te dirá como me encuentro al final, ¿No es así Doctor?- me dirigí a él.
-Claro- aseguró.
-Esta bien- salió de la habitación y el Doctor sacó su estetoscopio, lo puso en sus oídos y comenzó a pasar el frío metal por mi pecho.
-¿Cómo te haz sentido estos últimos días?- preguntó sacando el artefacto de sus oídos y fijando la vista en mi rostro.
-Pues… me he sentido algo… rara, recientemente he tenido mucho cansancio, duermo mucho, hoy en la mañana mientras comía me llegaron unas ganas de vomitar, volví a dormir y desperté con la temperatura muy alta y actualmente me duele la espalda-
Asintió leve, arrugó la frente y se puso ceñudo. -Ya veo-
-¿Pasa algo? ¿Sabe lo que tengo?-
-Mira, no puedo decirte con certeza lo que tienes, pero te aconsejo que visites mañana temprano a mi consultorio, ahí podré consolidar que es lo que realmente tienes-
-Y… ¿No puede decírmelo ahora?-
-No quiero mentirte- del bolsillo de su bata sacó un papel rectangular y lo estiró para que lo tomara, así lo hice y me le quedé mirando confusa. -Si te parece aquí está mi tarjeta, tiene la dirección de mi consultorio-
Guardó sus cosas y antes de que se fuera pregunté:
-Doctor… ¿Tengo algo grave?-
-No lo creo-
-Bueno, ¿podría pedirle un favor?-
-Sí dime-
-No le diga nada a nadie, no quiero preocuparlos, yo les diré después, cuando valla a su consultorio y me diga que es lo que padezco… ¿Hecho?-
-Cuenta conmigo-
Sonreí y salió, como de rutina me quedé pensativa, si no era nada grave… ¿Qué era?...

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