Las amistades retornaron, así es, Jason y Joseph recuperaron y fortalecieron su lazo fraternal. El perdón mutuo congració la unión sin regalar un pase al rencor. Jason era la misma agregación de otro miembro más en la familia Jonas, y aseguraba con cierto fervor e impaciencia que él sería el padrino del bebé. En cuanto a Allison, no volví a saber de ella; Jason con su alto poder en la “comunicación” nos informó que flotaban rumores de que ella había viajado a Europa y al parecer no volvería. «Se fue para quedarse» consolidó.
En cuanto a mi; no hay mucho que decir, solo quedaba un corazón roto, y la típica mordida, parecida a una hemorragia interna que me desgarraba los órganos a causa de una pérdida más. Meses atrás describí no de manera concreta el encuentro de mi madre, el cómo las monjas la encontraron. Todo ocurrió así, según la versión de la Madre Superiora:
» —El sol de cada día iluminaba la tierra, ese día la el sol iluminaba de forma exagerada el bosque, tanto que sus ardientes rayos traspasaban las ramas de los árboles proyectando en el pedregoso suelo las sombras más destacadas y la humedad del aguacero del día anterior se había evaporado. Caminábamos con la intención de recorrer, después de un día bastante tenso el espeso bosque, el sol nos quemaba la piel y era posible adivinar que después del paseo nuestra piel se teñiría de un color más oscuro. Con los pies llenos de cayos nos detuvimos a tomar un descanso en una piedra lisa, la única que había. Todo era un silencio escalofriante, solo el canto de los hiperactivos pajarillos nos calmaba el ligero miedo. Pero se acrecentó cuando escuchamos quejidos de al parecer una mujer. Lamentos entrecortados, como si su voz se cohibiera con el correr de los segundos. Todas estábamos a punto de salir corriendo, pero nuestro deber nos impidió salir huyendo, y al contrario agudizamos el oído para escuchar de donde provenía tal lamento. Su rostro era tan pálido como la nieve o como un muerto viviente, y su piel tenía demasiadas heridas, la mujer apenas y se mantenía en pie.
« ¿Se encuentra bien? » le pregunté. Pero su voz se extinguía, no sé con qué fuerza se sostenía y lograba que sus cuerdas vocales transmitieran lo que parecían sus últimas palabras. «No» respondió y enseguida cayó desvanecida. Entre todas la llevamos al convento, llamamos a un doctor; nos dijo que no le quedaba mucho tiempo. Así permaneció por varias semanas, inconsciente. Un día sus ojos se abrieron, en ellos se veía la gran pena que la invadía, y con sus últimas frases expresó que la muerte estaba próxima, aún así nombró tu nombre «Ella estará bien, yo la protegeré de todo mal» informó, su mano se volvió rígida, y la vitalidad escapó de dócil cuerpo.
La resignación es difícil de alcanzar, pero… a final de cuentas es el único recurso. Asimilé su partida, y aún me duele proyectar su vivaz rostro en mis recuerdos, porque ahí es donde sigue ella, en mis memorias, en mi corazón y mis sueños. Varias ocasiones su figura se aparece en cada noche mascullando «siempre estaré a tu lado, no lo olvides», y esa sensación de «lo oculto» sigue en pie, más fuerte que nunca. El misterio ya se ha alojado, pero se rehúsa a hablar, si tan siquiera existiera una pista. Solo el amor de Joseph, el cariño de su familia y la posterior nueva llegada incrustaban en mis venas la bastante carga de energía.
Y claro, como olvidar al miembro más importante, al fruto de un amor invulnerable. Como dije, los meses pasaron, y como la naturaleza lo manda, mi vientre tomaba curvas que indican efectivamente la pronta llegada de un varón. Era de sobra decir que Joseph y yo éramos unos impacientes; contábamos los días restantes con tanta perturbación que cada minuto que pasaba era una eternidad. Todo iba a la perfección…