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domingo, 23 de agosto de 2009

••Capitulo 9O•• (2ª parte)

Su rostro pulcro de impurezas esbozaba una fulgurante sonrisa alba. Mi mirada escaneaba su perfecta figura cubierta de un traje negro en un donaire deslumbrante a cualquier chica. Sus pupilas rutilaban como una lluvia impresionante de estrellas, como si él les hubiera robado su brillo para ahora tirar en la diana de mi mirada
Descarrié mi atención a mi atuendo percatándome de mi acierto.
Le correspondí con una sonrisa tomando de su mano dilatado a mi dirección. Rodeó mi cintura con un brazo y olfateó mi cuello con pausados besos ligados hasta el lóbulo de mi oreja.
—Te ves hermosa —musitó.
Me mordí el labio inferior.
—Y tú te ves guapísimo, y si ese fue tu regalo, me fascino.
Risoteó.
—No sabes nada, esto apenas comienza —dijo tironeando de mi extremidad son la paciencia para escuchar mi consentimiento previo…

— ¡Oh! —exclamé—. No debiste… esto es muy… —puso su dedo índice en la parte media de mis labios.
—Es lo que mereces… pero, ¿Prefieres quedarte aquí fuera, o entrar conmigo y pasar una noche inolvidable?
—Definitivamente la segunda opción —seleccioné la mejor, las noches a su lado eran de ensueño, y con mayor posibilidad de una multiplicación de confianza revelaría lo que era hasta ese momento mi más grande secreto, la vida de un nuevo ser dentro de mi.
Asemejando a unas manos siamesas no soltó de mi mano ni un momento, como si estuviéramos unidos por unas esposas, eso me agradaba, su compañía era amena, y el amor era una razón.
De las entradas colgaban enredaderas de flores hermosas en matices vivos, mientras que el verdoso pasto denotaba su frescura reciente con las gotas que pendían de las puntas tornasoladas con la luna de media noche, los caminos apedreados hacían una melodía constante con el tap tap de mis zapatillas, el ingreso al inmueble era iluminado por focos de luz tenue que daba un toqué de más romántico, estandarizado a las paredes blanquecinas y los faroles que se aferraban a ellas, todas las mesas vacías, era una reservación privada a uno de los restaurantes más costosos y retirados de la ciudad, pero situado a unos pocos kilómetros de la zona boscosa.
Tomamos asiento en una mesa cercana al balcón, en la que la luna, las estrellas y la oscuridad testimoniaban nuestra unión.
— ¿Puedo tomar su orden? —preguntó un mesero, exaltándome su voz, pues pensé que Joseph y yo éramos los únicos.

—Feliz cumpleaños —reiteró por enésima vez.
—Te aviso que ya pasa de las tres de la mañana, por si no lo sabes ya es otro día —recordé dando un sorbo a mi copa de Coñac.
—Esta bien, creo que me equivoqué al organizar todo esto, debí hacer todo esto más temprano, así sería tu cumpleaños todavía.
—No te preocupes, esta noche, o mejor dicho esta madrugada ha sido perfecta, además las estrellas siguen ahí —caté el cielo, todo estaba en orden hasta que un rayo luminoso flameaba la nebulosidad. Una estela de estrella fugaz.
— ¿Te gustaría pedir un deseo? —farfulló inclinándose hasta a mi y rozando mi nariz con la punta de esta.
— ¿Crees que se cumpla?
—Si no lo intentas no lo sabrás.
—Tienes razón —coincidí, entorné los ojos, respiré profundo y conecté mi cerebro al corazón, ¿Qué era lo que deseaba con tanto anhelo? La respuesta era obvia.
—Bien… ¿Y qué pediste? —preguntó besando mis labios.
Posé mi palma en su tersa mejilla con un empujón para permitirme palabrear.
—Si te lo digo, no se cumplirá —repliqué.
—Mmm… creo que lo que yo pedí ya lo tengo.
Le miré perpleja.
— ¿De qué hablas?
—De ti… y aprovechando la escena quería pedirte algo.

sábado, 22 de agosto de 2009

••Capitulo 9O•• (1ª parte)

La palabra «especial» era múltiple, y esto porque podría tomarse con muchas acepciones. ¿A qué significado verdadero concatenaba? Hace unos momentos me quejaba por la exagerada importancia que le daban a un día en el que «me volvía más vieja» grávido de atenciones, pero ahora circunvalaba por mis hirvientes venas la curiosidad de su «sorpresa especial». Conociendo a Joseph podría englobar varías posibilidades, pero no podía atinar a cual tomar con más cercana.
— ¿Especial? —pregunté con una ceja enarcada, los hombros alzados junto con las manos, cada una al lado de mi cabeza.
—Por supuesto, pero… —sonrió ladino —Será hasta la noche —explicó.
Si llevaba su última frase a un doble sentido, sacaría una conclusión con un 9O% de obviedad, aunque un 1O% era una duda que no concordaba a mi mal pensar.
—Pero… —proferí con la incertidumbre a flor de piel, solo que no completé mi posterior negación por un atropellamiento vocal.
—Tendrás toda la tarde para arreglarte y verte más bella de lo que ya eres —su cumplido me sonrojó, pues toda la familia posaba su mirada a nosotros dos —Te esperaré acá abajo y… Te daré tu regalo.
—Te he mencionado miles de veces que no es necesario algo grande —me hice del rogar, admito que fui una victima más de la intriga.
—Lo sé, pero acostumbro no obedecer a las personas —dicho esto, dejé mi papel de desinterés, y fingiéndome derrotada subí a mi habitación, no sin antes embestir a la familia con mi infinito agradecimiento.
La preparación para un buen resultado atractivo me bloqueó la memoria directo al libro, este había quedado oculto en la profundidad de mi almohada. La selección de prendas fue complicada, no era mi arte el esmero a la belleza, ni mucho menos el modismo, no tenía una guía que indicara el vestuario conveniente a la ocasión desconocida.
Opté por un vestido negro strapless sin adornos, este concordaría con cualquier evento al que me veía destinado, pero no siempre es así, tal vez me llevaría al bosque a mirar las estrellas y ahí sería errónea en mi decisión. Sin más rodeos dejé que el vestido fuera el que cayera a la suerte fuera o no fuera parte del plan de mi novio.
Encrespé mis pestañas, pinté mis párpados, delineé mis ojos, polveé mi rostro, ruboricé mis mejillas, y pinté mis labios en un tono pastel con una aplicación de brillo. Todo natural, nada que fuera en contra sobre el uso desmesurado de maquillaje.
El cabello lo dejé suelto afiligranado con un broche de brillantes. El último paso fue cuando me coloqué las zapatillas. Revisé el reloj de la pared en el que las manecillas marcaban las O7:35 p.m. las horas eran mínimas y me sorprendió que el embellecimiento fuera un asunto de tiempo y esfuerzo. No creía que fuera tan tarde, la noche apenas comenzaba, ahora solo quedaba averiguar la continuación de lo que tramaba el sujeto que se encontraba a un lado del barandal de la escalera…

miércoles, 19 de agosto de 2009

••Capitulo 89••

— ¿Por qué te fuiste?... Te extraño… —sollocé. Esa corriente salada que era protegida por una presa fornida, que eran mis lagrimales, perdieron fuerza dejando un paso acuoso mojando mis pómulos.
Mientras recababa información mental de sus últimas palabras con un masoquismo exorbitante, puntualicé el tema que no fue resuelto en aquel tiempo…
— ¡El libro! —vociferé, me senté de un salto recayendo el peso de mi torso en mas palmas de mis manos prendadas al colchón.
A trompicones busqué entre mis cosas esperando encontrar el objeto valorativo que quedó inconcluso en el viaje de avión. El desorden fue lo menos insigne, regué todas mis vestimentas por todo el piso, mis palpadas por el interior de mi mueble captaron algo duro, áspero al tocar los costados, había encontrado el libro deseado.
La madrugada estaba próxima eliminando la sombría noche, y dando paso exclusivo al sol por el este.
Principié el hojeo hasta la página en que indicaba mi llegada en una parte mínima de la lectura. Revisé con atención cada hilera de letras tratando de explorar el mensaje que me daba Jonathan al pedirme leerlo.
El cerrojo de la puerta comenzaba a tambalearse, alguien intentaba entrar a mi recamara, así que en una forma instantánea metí el libro por debajo de la almohada, me hundí entre las sábanas cubriendo mi cara para darle tiempo a el dorso de mi mano para limpiar el rastro seco de líquido, finalmente quité las sábanas de mi rostro y entorné los ojos simulando mi dormir, pero con un pequeño hueco que daba una vista complicada al individuo que por ese momento cruzaba el umbral de la puerta.
Su rostro impecable y siempre libre de impurezas con una adornada sonrisa estaba frente a mi cara en una calefacción a mis gélidos y pétreos labios inmóviles con una perfecta actuación. Mis labios eran masajeados por una capa carnosa y caliente que devolvía a mi cuerpo una temperatura exagerada.
Mi papel de actriz había llegado muy lejos, así que tomaba en cuenta mi práctica.
Gañí “adormilada” entre sus labios moviendo la cabeza en una dirección contraria a ellos.
— ¿Joe? —susurré con una voz enclenque, abriendo los ojos lentamente como si la luz del día fuera primeriza a mi vista.
— ¿Acaso sabes qué día es hoy? —preguntó presionando mis mejillas.
— ¡Ay! Suéltame, detesto que hagan eso —me quejé quitando sus manos de mi rostro.
— ¿Sabes qué día es hoy? —repitió.
—Sí, el maldito día en que me hago más vieja —dije sarcástica.
Frunció los labios, dubitativo.
—Exacto, y creo que hoy las sorpresas no se acabarán, una tras otra.
Suspiré desviando la vista.
—No es necesario, tú sabes cual sería el mejor regalo este día —avisé, con un comportamiento amargo, nada idóneo para la persona a la que me dirigía, un inocente excluido de toda culpa, desquitándome injustamente.
—Te atañes a…
—Sí, Joe, a mi madre… encontrarla sería mi mejor regalo… pero es imposible que puedas dármelo tú, así que olvida que lo mencioné.
—Emm… no se que decirte, si estuviera en mis manos te hubiera dado ese regalo hace mucho tiempo —se excusó en un tono asustadizo y oprimido.
—Perdón, sé que no es tu culpa, que estoy descargando todo mi dolor en ti, cuando no lo mereces, cuando tú y tu familia me han abierto las puertas y brindado su ayuda incondicional —me disculpé, lo más correcto, estaba dolida pero no era motivo para ofender a cualquiera que se me pusiera en frente. Ni mucho menos con la persona que amaba actualmente.
Se acercó a mí besando mi frente amonando mis venas.
—Estoy preparada para una sorpresa tras otra —sonreí galvanizando mi ímpetu.
Saqué mis piernas colgándolas en el borde del colchón buscando con los dedos de mis pies mis pantuflas.
— ¡Feliz cumpleaños (tn)! —congratuló la familia, cada uno de los integrantes me estrechó en un abrazo caluroso, pero ninguno ganó el título que Joseph había conseguido al sostenerme en un lapso de tiempo duradero robando todo el aire de mis pulmones en un vacío agotador que él mismo llamó «The great hug for the bride of the birthday» nombre largo para su record, entendible y significativo para él.
Claro, no faltó el pastel, los regalitos de parte de sus padres y hermanos, como Kevin que de nuevo demostraba su obsesión por los calcetines al darme unos con diseños de gatos en la parte del tobillo.
— ¡Oh!... Gracias Kevin… los gatitos le dan un toque… tierno a estos lindos calcetines… serán los de la suerte —le guiñé el ojo.
— (Tn)… esto es para ti —dijo Frankie con una bolsa decorada entre sus deditos.
—Frankie, gracias, gracias, gracias, pero… ¿Qué es? —pregunté abriendo la bolsa, su contenido llegó a sorprenderme. —Una… ¿pista de carros?
—Sí, ¿Y sabes cuales carritos andarían perfecto en ella?
— ¿Cuales?
— ¡Pues los míos! —exclamó entusiasmado.
— ¿Y que te parece si inspeccionas que tus carritos conduzcan sin fallas en mi regalo? —sugerí, pensé que el juguete tenía más coherencia en el niño que en mi, aunque un juguete me recordaba…
— ¡Genial!
—Oye Joe, pero creo que tú eres el único que no le ha dado algo a (tn)… y eso que eres su novio —estimó Nick sentándose en el brazo del sillón con la boca llena de pastel.
— ¡Nick! Eso no es necesario, no porque sea mi novio está obligado a darme algo, su compañía es el mejor regalo que él puede darme —intervine, me sentía demasiado elogiada por la familia.
—Bueno por que mi regalo será uno muy especial.

lunes, 17 de agosto de 2009

••Capitulo 88••

Rasqué mi cuero cabelludo con vigor, dejándolo casi rojizo por la interacción violenta de mis uñas contra este.
Apreté los dientes, inspiré por última vez y me aseguré de tener un tono de voz claro y sin ambages.
—Escucha… —logré que mi tono sonara seguro ayudándome con una postura recta—. Esto te…
— ¡Joseph! —clamaron con energía a un volumen que retumbó cada rincón y objeto de la casa, unos pasos forzados venían en camino—. ¡¿Por qué tiraste mi calcetín al cesto de la basura?! —quiso saber Kevin con el calcetín en mano, prensándolo en un puño, sus facciones eran duras y amargadas, y el verlo así me conducía a la deducción de que solía ser muy cuidadoso con sus pertenencias, pues si estas eran maltratadas, tocadas o tiradas a la basura sin consentimiento, un gran escarmiento se llevaría el involucrado en tal crimen. Joseph.
—Bueno, lo encontré, pero ¿No te parece que ya está demasiado viejo? —opinó Joseph estirando el brazo hasta el calcetín de Kevin, pero esté lo movió bruscamente para evitar el toque de su adorada prenda.
—No, y no lo toques, ya hiciste suficiente con tirarlo en el cesto de la comida podrida —exclamó, ahora entendía la procedencia de un olor fétido, una tela recababa tanta inmundicia.
— ¡Ash! ¡¿No lo ves?! Ya tiene hasta un hoyo, no se para que quieres eso.
— ¿Qué acaso no sabes que todos tenemos algo con un valor sentimental? Me los regaló el abuelo y eso es algo muy grande y significativo para mí —explicó, tenía razón.
— ¿Por qué hiciste eso? Joe —pregunté colocándome frente a el con los brazos cruzados y frunciendo el entrecejo.
Blanqueó los ojos.
—Perdón, no lo volveré a hacer.
— ¡Já! Lo dudo —intervino Kevin.
—No volverás a ocultar los actos que realizaste sin consentimiento de nadie ¿Verdad? — ¡Pum! No me percaté que con mi amonestación mataba a dos pájaros de un tiro, eso me dio una puntada en el pecho.
—No, y lo prometo con toda mi sinceridad, con mi palabra solo porque eres tú —desvió la mirada y abalanzó una fulminante a Kevin—. De lo contrario… —refunfuñó.
—Supongo que algo es algo, acepto tu disculpa —sonrió victorioso. —Pero… —agregó—. Tendrás que lavar mi calcetín, y no quiero que sea en la lavadora, sino con tus propias manos, porque se maltrataría…
Joe abrió la boca con las palabras en la punta de la lengua, pero su hermano mayor le impidió el atropellamiento de sus contradicciones.
—Claro que si no lo haces, estarás mintiéndole a tu novia.
— ¡Oye! Yo en ningún momento le dije que haría lo que tú quisieras ¿Cierto amor? —volteó a mi con una mirada y una sonrisa demasiado persuasiva para apoyarlo y ser su cómplice en sacarlo de apuros.
— ¡Jum! «Mi amor» solo cuando te conviene, pero… lo siento por no añadir tus condiciones para que sea digno de tus disculpas, Kevin, es todo tuyo, tú sabrás que penitencias le impondrás —arqueé una ceja retadora dirigida a «Mi amor» quien solo borró su triunfante sonrisa, abocetando una rendida.
Kevin chocó su palma con la mía en señal de agradecimiento…

La noche anterior estaba abstraída bajo las sábanas, la luna como mi acompasamiento y mi almohada como uno de los sitios en los que fluía el escepticismo, la imaginación, la reflexión; a su vez trasladando a mundos fantásticos mientras el subconsciente trabaja esforzado por transmitir tras una capa oscura, al cerrar los ojos y dejarse deplorar por el cansancio. Aún estaba despierta, con la mirada enfilando al techo hurgando entre mis vivencias pasadas, presentes y futuras, y todas sumamente importantes, como el pensar que en cuestión de horas sería una joven con diecinueve años cumplidos, esa cifra me llevaba a recordar el porqué se había quedado marcada fervorosa, cuando la escuché de los labios de la persona que llegó a ser mi centro magnitud.
La edad a la que me casaría con Jonathan…

Su plática fue enfocada en su futuro a mi lado y tal como una tabla tallada de letras se plasmaba aferrada por ser encontrada bajo mis arrumbados recuerdos, ahora era descubierta y la examinaba a fondo.
»Bueno, cuando tengas 19 nos casaremos.
Resonaba en mis tímpanos su frase tan corta pero tan doliente una vez rebuscada…

sábado, 15 de agosto de 2009

••Capitulo 87••


—No habrás estado husmeando ¿Verdad? —pregunté con una deserción de ofuscamiento.
—No, lo habría hecho si Kevin no me hubiera entretenido buscando su apestoso calcetín de “La suerte” —torció el gesto blanqueando los ojos.
— ¿Frankie está con ustedes? —preguntó Penny garbosa, interponiéndose entre nuestro medio metro de separación y posesionando su fulgurante mirada en Joseph.
—Sí, está abajo jugando con Nick, ¿Por qué no vas con él? —sugirió, siendo una sospecha para mí que me estremeció ¿Y si escuchó algo? Sería mi fin.
—Sí —aceptó caminando hacia el umbral de la puerta.
—Espera Penny, pero tú y yo… —estiré la mano, evitando su ida, pero los brazos de Joseph se enroscaron en mi cadera.
—Déjala, volverá, por lo pronto necesito hablar contigo —reveló serio tras mi nuca.
—Emm… ¿So… sobre qué? —balbuceé, las piernas se me azogaban.
Sí, lo había descubierto, ahora no tendría cara para decírselo de frente. Era culpable de ocultar la verdad, y aún peor que no hubiera salido de mis labios dirigido a él. ¿Ahora como lo tomaría?
—Pues… más bien venía a reclamarte —farfulló, mi corazón dejó de latir, una plática, un reclamo, todo apuntaba a mi juicio—. Así como lo oyes, tú tienes una gran deuda conmigo… ¿Sabes cuántas besos me debes?
— ¿Qué? —giré enganchando sus castaños ojos, ¿todo era por un beso?
Inspiré aliviada.
—Sí, en estos días ha aumentado la deuda, y te aviso que aún te falta pagar el IVA y los intereses por atraso —sonrió.
— ¡Puff! Supongo que te debo millones, ¿no podría posponer el pago? —dije coqueta, totalmente hipnotizada con su mirada, enredé los brazos en su cuello y apegué mi nariz a la suya, la calefacción de su respiración contenía una droga perenne, mucho más peligrosa que el alcohol por el uso rocambolesco.
—Creo que no —musitó mordiendo su labio inferior.
— ¿Podríamos llegar a un arreglo? —susurré sensual en sus labios con toques mínimos en ellos que espoleando la lascivia.
—Lo pensaré… pero… necesito… un… adelanto —articuló con dificultad entre la guerra de besos enardecidos, sus manos enmarañaban mi cabello, pausadamente bajaron acariciando mi dorso en una fluctuación.
Despegué mis labios de los suyos besando en pausas su mejilla hasta el lóbulo de su oreja, periclitando a su cuello donde cada mancha pigmentada de él fue acariciada en un besuqueo, y como agradecimiento y disfrute un gimoteo de su parte.
—Considero que… esto es tu paga —bisbisé tomando de sus muñecas y tirándolas hacia abajo para zafarme.
—No creas eso, eso solo fue una parte —esbozó una sonrisa corriendo un mechón que cubría mi rostro—. Te amo.
¿Por qué se comportaba así? ¿Por qué tenía que ser tan dulce? ¿Qué no entendía que me hacia sentir delictiva? El llevaba sus planes, su habla con un toque de fidelidad, mientras que yo le embebía a mis palabras engaño, silencio, a un tema delicado, que zampaba a cada minuto fuerza negativa para cuando este fuera descubierto, empeorando si ese no fuera un proyecto para su edad, pues para la mía no lo era, no podría ser responsable de algo que sí fuera mío, apenas era como un capullo en transformación ¡Y ya debía cuidar de una oruguita! No es que me arrepintiera que su existencia fuera un hecho comprobado, sino que éramos muy jóvenes, pero nunca se tienen en mente las consecuencias antes de un acto, y ocurren, bombardeando impresionantemente. ¿Y en verdad eso quería él? Con averiguar no perdería nada.
—Tengo algo… que decirte… algo muy importante —tartajeé.
—Te escucho —tomó mis manos entre las suyas y besó el dorso de estas.
Me mordí la lengua. ¿Por qué era tan difícil decir «Estoy embarazada de ti» «Seremos padres a nuestra corta edad»?
—Es una… sorpresa, y no sé como la tomes —hice una mueca de desagrado.
—Me conoces, y sabes que me encantan las sorpresas —me invitó a continuar con “palabras de confianza” aunque no me ayudaron del todo.
—Pues… —el estómago se me revolvía, me revolcaba la comida, y no era un asco, era por la simple razón de mi nerviosismo, estaba amilanada…

miércoles, 12 de agosto de 2009

••Capitulo 86••

—Yo… —me estabilicé a su lado atravesando las piernas. Así su manita entre las mías, su efluvio me impregnaba confianza a pesar de su edad. Respiré hondo y dejé que mis cuerdas vocales trabajaran por sí solas.
—Yo voy a tener un bebe —confesé sacándome un gran peso de encima.
Las delicadas facciones de la niña se crisparon, no capté si su reacción reflejaba enojo o alegría. Finalmente, después de una mirada extraviada y un silencio devastador, torturante, abrió la boca, alcancé a ver sus dientes de leche y la campana de su garganta, que oscilaba convulsiva con un grito agudo, desapacible y chirriante dejando estelas de estrago en mis sensibles tímpanos.
—Penny, ¡Penny! ¿Qué te pasa? —indagué asustada, acojonada, y arrepentida por un posible trauma que la hubiera causado la noticia.
— ¡Wow! Eso es… es ¡Fantástico! —levantó los brazos sonriendo.
—Penny ¡Me asustaste! Pensé que no te había gustado —reproché poniendo la mano en mi pecho, apaciguando a mi agitado corazón.
— ¿No gustarme? Me fascina la idea —dijo con hervor, palmoteando las manos—. Voy a jugar con él o ella… espero que sea niña para prestarle mis muñecas, también le daré de comer, la sacaré a pasear y… y… —inhalaba y exhalaba el aire robado para recuperar el aliento que había exterminado sus ideas futuras.
—Penny tranquila, no hables tan rápido, aún falta mucho tiempo para que eso suceda.
—Tienes razón, todavía no se nota que está ahí, en tu estómago, yo he visto a mi tía y tenía una panzota, pero claro, siempre la responsable fue “la cigüeña” y tú no me quieres contestar, me dará el patatús si no me dices —anunció poniendo la mano sutilmente de una forma dramática, como si se fuera a desmayar.
Reí.
—Eres muy chica para entender ese tipo de cosas, cuando seas mayor comprenderás mi silencio.
—Mmm… esperaré entonces —recargó el codo en su pierna y sostuvo su cabeza en un puño— Pero que bien que serás mamá… Y… ¿Quién es su papá?... Joe ¿verdad?
Ocho años pero una mente científica que examinaba los hechos para apelar su estado.
—Sí, pero recuerda es un secreto y no se lo dirás ni a él ni a nadie.
—Pero ¿Por qué? Es su papá ¿no? Tiene que saberlo.
Hablar con Penny era como platicar con una amiga de mi edad o un adulto, un psicólogo, tenía que sacar conclusiones para sus pacientes, solo que eran muy cobardes para abrir la boca, y en ese preciso momento la lengua era robada por el ratón.
—Sí… pero… quiero que sea una sorpresa, y las sorpresas ¿son?...
—Sorpresas —completó.
—Exacto, si las dices pues ya no serían sorpresas, y quedarían arruinadas —expliqué, albergando las esperanzas de un fiel amiguita.
—Entonces, soy pico de cera —hizo un ademán junto a su boca simulando un cierre, después una cerradura con una llave dentro que giró e imaginativamente lanzó al vacío.
Compartimos sonrisas y miradas de complicidad.
— (tn)… ¿Puedo decirle algo al bebe?
La miré perpleja.
—Eee… seguro —musité.
Acercó su oído a mi vientre y pude prestar atención a sus susurros.
—Espero que vengas pronto, quiero jugar contigo, nos la pasaremos genial, ¿y sabes que? Vas a tener unos papás que te van a adorar un chorro, y no importa si eres niño o niña porque yo también voy a quererte mucho.
Sus palabras me tocaron el corazón y me hicieron temblequear de asombro, una pequeña niña me abrió los ojos, y me brindó más seguridad, pero no la suficiente, todavía necesitaba un empujón para ser digna a mis palabras confesionales.
Se separó de mi vientre y me abrazó.
—Que palabras tan bonitas le dijiste —le elogié.
Tres toques percutieron la puerta. Me paré y adecenté mi ropa para ir a girar la perilla de la puerta.
—Hace un rato oí un grito, ahora están muy calladas, ¿De qué hablaban o qué?
— ¿Tienes que ser siempre tan entrometido? —pregunté angustiada y recelosa, pues últimamente las puertas y las paredes escuchaban.
—Sí —afirmó.
—Pues Penny y yo jugábamos a…
—Las escondidas —apoyó. —Sí, pero (tn) me asustó y por eso grité, además estábamos hablando cosas de chicas.
—Claro, claro —proferí en un suspiro de alivio, por lo visto, Penny si era una amiga confiable.
— ¿Y a que tema se dirigen cuando dicen «cosas de chicas»?
— ¡Oh! Pues… a cosas de chicas… Para saberlo tendrías que… ser chica, pero ¡Lástima! No lo eres —excusé titubeando.
—Con que esto ya es personal ¡Eh! —se quejó…

martes, 11 de agosto de 2009

••Capitulo 85••

Sentía las palabras revolotear desordenadamente como una parvada, varias puñaladas vehementes sacudieron mi cuerpo volviéndolo flácido, débil, ¿Era el momento? ¿Debía confesarle que ahora llegaba un ser a nuestras vidas?... ¡Claro! Era una obligación para mí y un derecho para él sin importar su reacción, que en verdad era mi punto máximo de preocupación… lo que me sosegaba era el saber que él no era así, por supuesto que lo aceptaría.
— ¿Joseph? —tragué saliva, mi respiración honda aumentaba la capacidad de mis pulmones, y mis brazos se tambaleaban—. Yo… est… —mis cuerdas vocales no cooperaban y solo dejaban salir insignificantes sílabas.
— ¿Qué paso?
Mis sentidos se activaron con las súplicas cumplidas, cuando Penny apercibió nuestras presencias asomadas por el cerco de su casa.
— ¡(tn)! ¡Joe! —gritó.
Corrió, rodeando todo el jardín a una velocidad como si flotara en el aire, que volaba sus dorados cabellos. Abrió la puerta y salió a nuestro encuentro con un entusiasmo eminente a kilómetros.
Cuando su silueta se coloreaba con su acercamiento Joseph me desvinculó de su cuerpo, me encuclillé y abrí los brazos para estrecharla una vez que estuvo cerca. Su pequeño cuerpecito fue estrujado por mis brazos entrañables.
—Extrañé a mi pequeña amiga —le dije al oído. —Pero… ¿Por qué no dices nada?
Joseph afinó la voz rozando el puño con sus labios.
— (tn)… creo que la estás asfixiando.
— ¡Oh! Penny, perdón —la solté de inmediato tomándola por los hombros.
La niña sonreía angelical.
—No es nada, yo también te extrañé ¡Que bien que viniste a jugar conmigo! —pirueteó.
— ¡Claro! —acepté agarrando su mano y caminando con ella en saltos.
— ¡(tn)! —llamó Joseph rezagado. Pero no le hice caso y entré —. Pero (tn) Ya se está poniendo el sol y es demasiado tarde, y creo que debemos regresar —aconsejó a un lado mío que no me percaté de cuando nos había alcanzado.
— ¡Ay! Joe, no es tarde, además te pareces a mi… —la voz se tornó quebradiza cuando comprobó el complemento a la frase—. Emm… Penny creo que Joe tiene razón… podría venir mañana o…
—O podrías ir a nuestra casa mañana temprano —opinó Joseph.
—Mmm… yo quería jugar hoy, pero está bien, le diré a mamá que me lleve —cedió.

Las once y media señalaban las manecillas del reloj de pared cuando el timbre soñó. Los clamores de solo una niña atronaban la casa.
Bajé enseguida con una gran sonrisa delineada.
— ¡Hola Penny!
—Hola (tn) Vine aquí para jugar.
Reí.
— ¿Qué te parece si subimos a mi habitación? —sugerí.
Asintió y subimos corriendo las escaleras.
— ¡Uy! ¡Uy! ¡Uy! ¿Qué pasa aquí? Parece que tenemos a dos locas pequeñas —dijo Joseph interponiéndose en nuestro camino con su muy distintiva sonrisa.
Posé las manos en su pecho y sonreí.
—Así es, ahora si nos permites pasar.
—Claro, pero no sin antes —ladeó la cabeza con los labios fruncidos casi cerca de los míos.
Puse mi dedo índice en sus acolchados labios, deteniéndolo, y con las pupilas apunté a Penny.
—Después —susurré, impeliéndolo para abrir paso al corredor que bloqueaba—. Vamos Penny —anuncié jalando de su brazo.
Llegamos a trompicones hasta mi habitación cerrando la puerta.
— ¡Lo sabia! —exclamó, yo la miré confusa.
— ¿Qué es lo que sabias? —pregunté sentándome en el borde del colchón.
—Pues que ustedes dos se querían, Joe y tú… ¿Es tu novio? —inquirió arqueando las cejas.
Risoteé.
—Sí —admití con las mejillas ruborizadas como si de un amor de infantil se tratara.
— ¡Wow! Tienes suerte, te dije que era muy guapo —dijo recostándose en la cama con los brazos sobre la nuca.
Blanqueé los ojos con una sonrisa irónica.
—Oye, antes de que juguemos quiero preguntarte algo, nunca me respondiste ¿recuerdas?
Fruncí el ceño, extrañada.
— ¿De qué hablas?
—Pues cuando te pregunté sobre los bebes —abrí los ojos como platos.
— ¡Ah! ¡Eso!
—Sí, aún pienso que es mentira eso de las cigüeñas —puso el dedo en su barbilla, pensativa.
Me embelesaba la perfecta memoria de la niña, como al igual sus preguntas revelantes, con respuestas verdaderas no dignas para su edad, ni yo tampoco era la indicada para responderlas […] Ahora que sabía que lidiaría con una criatura preguntona, me daba un escalofrío que me erizaba la piel, era como si ya la tuviera enfrente, y seguramente yo dándole la contraria a mis opiniones sobre las mentiras. Una práctica a mi futuro papel de madre. Ni yo misma lo creía.
—Pero respóndeme —exigió sin perder la ternura.
Me rasqué la cabeza buscando la evasiva en mi mente, sin éxito.
— ¿Sabes qué? Te diré algo mejor, pero tiene que ser un secreto de las dos ¿Entendido? Nadie, pero nadie lo tiene que saber, ni Frankie, ni Joe, ni tu mamá, tu papá, na-die, solo tú y yo, secreto de amigas ¿Lo prometes?
— ¡Sí, sí, sí! Seré como una tumba.
Me puse de pie, abrí la puerta inspeccionando nada de peligro alrededor, y cuando digo peligro me refiero a todo en especial a «Danger».
No había nadie, así que cerré la puerta poniéndole seguro y acercándome a Penny quién esbozaba una cara de misterio entusiasta…

sábado, 8 de agosto de 2009

••Capitulo 84••

— ¿Qué? —pregunté escéptica, el comentario no me caía perfectamente en el cerebro, necesitaba de una prueba, o una limpieza de oídos, pues estos estuvieron fallando con frecuencia.
—Así es, ese documento decía Lakewood, Colorado.
—Eso… eso no puede ser posible —mis labios apenas y se movían, y mi mirada perdida y ensimismada.
—Eso es cierto, ¿Crees que te mentiría? —su mano masajeaba mi hombro crispado.
—El caso no es que tú me mientas, sino mi madre… —me paré del asiento y comencé a dar vueltas—. Primero me dice que irá al Colegio cuando no es cierto y su auto aparece a las afueras de la Ciudad, y ahora resulta que mi lugar de nacimiento no es Houston, ¡Por Dios! ¿Qué sigue? ¡¿Qué en verdad mi padre esta vivo?!... es resoluto que ya no sé ni que pensar —mis ojos traslucidos bajo la capa acuosa que producían mis lagrimales no fue retenida por mucho tiempo, y la presa que mantenía el líquido en mis ojos se había estropeado para dejarlo correr por mis mejillas.
— (tn)… —las palabras de Joseph se capturaban en un nudo, pero… ¿De qué servirían? Estaba aturdida y nada podría reconstruir mi ánimo.
—Necesito verlo con mis propios ojos, vamos a mi casa, ¿Podrías llevarme?
— Tú sabes que sí.

El trayecto del camino a mi casa se alargaba con la angustia que se apoderaba de mí, era imposible concebir que las verdades se acumularan para después bombardearme, pero las respuestas de las más recientes armas no me atacaban.
—Ahí está el coche de tu padre —le avisé a Joe mientras se estacionaba frente a la casa.
Solté mi cinturón de seguridad y busqué la llave entre mi bolso, nunca lograba encontrarla cuando era algo importante, y después de esculcar y sacar todo el contenido de mi bolso la encontré. Con torpeza la ingresé a la cerradura, al abrir la casa el clima que la protagonizaba era cálido, miré el entorno añorando lo que hace casi un mes fue un hogar lleno de alegría que le impregnaba mi madre, esa que lograba sacarme de mis casillas con comentarios burlescos de adolescente.
Subí hasta la habitación solitaria de mi madre, saqué los papeles a montones junto a los álbumes tratando de rebuscar el documento.
— ¿Dónde la viste la última vez? —le pregunté a Joseph mientras me ayudaba a sacar la enorme pila de papeles.
—Déjame recordar —se mordió el labio inferior mirando al techo—. En… en un sobre amarillo, en cuanto encontraste la foto lo volví a guardar ahí y tú los guardaste en… el segundo cajón de ese buró —su dedo índice me indicó el mueble, no esperé más y hallé el sobre, lo abrí sacando la valiosa hoja.
—Nombre, sí, fecha de nacimiento, también, lugar de nacimiento, Lakewood, Colorado, Estados Unidos de América —mi voz se fue apagando conforme leía con detenimiento lo que me había dejado intrigada por un rato, claro que ahora se incrementaba esa intriga con el engaño.
—Menos mal que todavía me llamo (tn) Johnson.
Joseph me abrazó por un costado y sostuvo su barbilla en mi cabeza.

—Sube.
—Si no te molesta, me gustaría visitar a Penny, hace mucho que no veo a mi pequeña amiguita, la hecho mucho de menos —sonreí pero la alegría no se encaramó hasta mis ojos.
—Claro.
Caminé por la acera hasta la casa vecina, me asomé por el cerco y ahí estaban Penny y Frankie jugando como la primera vez en que los conocí.
—Hacen recordar viejos tiempos ¿no crees? —dijo Joseph tras de mi, rodeando mi cintura con sus brazos, y su cara atinando adecuadamente entre mi cuello.
—Así es, como cuando llegó el monstruo, mejor conocido como «El guapo hermano de Frankie» según Penny, solamente para coquetear, pero no se salió con las suyas, y se ganó un golpe —giré mi rostro enfrentando el suyo, y pude ver como una mueca de desagrado se pintaba en sus hermosas facciones.
—Cierto, aún me duele el memorarlo, por algo siempre te digo salvaje.
Sonreí besando la punta de su nariz y volviendo la vista a las jugarretas de greguería de los pequeños.
—Me pregunto si tendré descendencia después del golpazo.
Risoteé nerviosa, se me había soslayado ese punto, no tenía agallas para confesárselo y sus exégesis cada vez daban más puntería…

jueves, 6 de agosto de 2009

••Capitulo 83••

—Emm… ¿Por qué me miras así? —inquirí con un escape de nerviosismo en la voz.
—No, no es por nada, solo que me gusta verte nerviosa, como esa vez en casa de Penny cuando…—
—No tienes que mencionarlo —atajé sus palabras, no era que me molestara el momento en que me mostró alguna vez sus ataques de seducción, lo que si era lacerante, era recordar el pasado, porque partiendo de ahí comenzaría a expandirse el abismo de mi pecho con el solo objeto de escudriñar mi pasado y con ello a mi progenitora.
—Bueno… yo pensaba que pasando el tiempo nos reiríamos del pasado —vaciló un lapso de tiempo—. Aunque ese no es el caso, sino el porque estás nerviosa.
— ¿Yo?... Pues… tus miradas tienden a tener significados intimidantes o alegres, o… yo que se, dicen que una mirada dice más que mil palabras ¿no? —
— ¡Oh! —sonrió—. ¿Y qué otras cosas te transmiten mis miradas? —preguntó coqueto con las cejas enarcadas—.
—Joseph… — amonesté—. Solo quiero comer algo, ¿Vienes?
— ¡Claro! Contigo iría hasta el fin del mundo.
Resoplé rodando los ojos.
—Hoy estás galanteando con demasía ¿Sabias? —le recordé simultánea al bajar el último escalón y pisar el suelo del lujoso living, de paredes blanquecinas, cortinas color hueso por las que se filtraba la resplandeciente luz del sol dándole una temperatura cálida al ambiente.
Borneé hasta atravesar la entrada a la impecable cocina, si eso no solo pasara en las animaciones caricaturescas podría lograr que brillara al igual que diamantes por todos los rincones y la indumentaria.
Me percaté de que Joseph se había rezagado en el transcurso al no sentir la emanación deslumbradora de su aura.
Abrí el frigorífico y me incliné inspeccionando su contenido con toda confianza, no petulante con habitar en hogar ajeno sino que aparte siendo una descarada tomando con toda libertad el contenido.
— ¿Qué comerás? —susurró con su pintoresco matiz hipnótico, que por esta vez me alteró.
— ¡¿Siempre tienes que llegar de esa manera?! —le reclamé poniéndome en mi posición original y cerrando de un portazo el frigorífico.
—Okay, no es para que te enojes, pero no siempre tenemos la casa sola.
— ¿Qué? —grité, sabía el peligro que eso traería de haber escuchado bien y no tener tapones en los oídos—. Pero tu madre estaba aquí abajo hace unas horas.
—Lo sé, pero supongo que no te mencionó que haría las compras, mucho antes de que llegaras me aconsejó que ella podría llevarte, con eso de que «Necesita distraerse más», pero pensé que sería mejor que pasáramos tu y yo, aquí…
—Qué cosas se te ocurren —refunfuñe con sarcasmo, pero no me escuchó—. Espera, ¿y tus hermanos, tu padre?
—Bueno Nick salió con unos amigos, Kevin fue de Romeo con su novia, y papá fue a llevar a Frankie a casa de Penny —explicó, al final su anticuada sonrisa se esbozó en las comisuras de sus labios donándole un hueco a su nacarada dentadura.
Cerré los ojos, inhalé y exhalé la mayor parte del bióxido de carbono, el cual compartía con una persona serena…

Mi plato ya estaba ahíto de sopa de fideos, acompañado de tiras de pollo, el fisgar tanto mi comida hacia que la saliva se me trocara agua. Me senté en el comedor, Joseph frente a mí, jugueteando con los dedos. Varios bocados fueron tragados con la sensación perdida, pero ahora retornando del apetito cavernícola.
—Si sigues comiendo así vas a parecerte a una vaca —mofó, su insensato comentario me colmó la paciencia, y le arrojé lo primero en mano, la cuchara, esta solo resonó en su cabeza. — ¡Auch! Salvaje, no se cuantas veces en mi vida tendré que repartírtelo —quejumbró sobándose la cabeza.
— ¡No me digas eso! Primero dices que no quieres una novia flaca y ahora no la quieres gorda, entonces has de querer una modelo ¿A que sí? Pues para tu desilusión yo no lo soy ni lo seré— repliqué frunciendo las cejas en una línea.
—Solo era una broma.
Le refuté con la mirada…

Llevé los trastos al lavadero y con una esponja enjabonada los tallé para enjuagarlos, secarlos con un trapo y acomodarlos en sus respectivos lugares.
—Solo falta una semana para tu cumpleaños —congenió a mis espaldas, provocándome consternación, me viré para encontrar su mirada.
— ¿Cómo sabes tú eso? Jamás te lo he dicho, ni a ti ni a nadie solo mi madre lo sabe —hablar en presente sobre ella me punzaba el pecho, pero no había otra forma más correcta siendo una joven esperanzada, o eso creía tener: esperanza.
—Bueno, el día que fuimos a buscar la foto… tu sabes para la investigación encontré tu acta de nacimiento, y ahí vi la fecha, descubrí que no faltaba mucho para que cumplieras los diecinueve.
—Eso lo explica —dije para mí misma.
—Aunque hubo algo que me dejó dudoso.
Mi atención buscó un lugar en el blanco, sus palabras.
—Sé, por el colegio claro, que eres nacida en Texas… Houston.
—Sí, sí nací en Texas— afirmé.
— ¿Haz visto tu acta alguna vez? —preguntó acrecentando mi incertidumbre, y la verdad era que no, había cosas más interesantes que revisar un papel antiguo.
Negué en un cabeceó.
—Pues es algo raro, por que en ella afianza que eres de Lakewood, Colorado.

miércoles, 5 de agosto de 2009

••Capitulo 82••


-Sabes que no debes de darle de beber solo un chorrito a un alcohólico empedernido ¿A que no?- bisbisó seductor en la piel de mi cuello, olisqueando sediento, sus respiros eran apetecibles, encantadores, tentadores para mis hormonas que comenzaban a resucitar de sus lápidas.
-¿A qué te refieres?- susurré entornado los ojos con los brazos caídos repletos de temor.
-¿No es obvio?- sus manos sujetaron mi cadera apegándola a la suya, activando a mi voz para desceñir un ahogado gemido. -El beso de esta mañana. Extrañaba eso- profirió dando pausados besos en un sendero que partió de mi gargantas hasta la comisura de mi labio.
-Supongo que para ti en un delirio- comenté como que no quiere la cosa, por primera vez mi cerebro mandó señales a mis atolondrados brazos y mis palmas tomaron sus mejillas para que mi nariz olfatear su aliento amielado con un toque de menta.
-Supones bien- musitó colocando sus carnosos labios en los míos interactuándolos salvajemente.
Caminó conmigo hasta el borde del colchón, giramos ahora el frente a mí en forma contraria, con una zancadilla me hizo caer en la cama, se hincó sobre mi, y como una presa asustadiza me deslicé hacia atrás chocando con la cabecera y la pared, él como una fiera hambrienta gateó hasta mi y atacó a mi cuello, Con una mayor incitación desabotonó mi blusa, pasó sus manos por debajo de la tela acariciando mis hombros y la deslizó para dejarla caer. Se quedó atento mirando mi torso y se abalanzó otra vez acariciando mis pechos por encima de mi sostén, con el entretenimiento al besar húmedamente mi clavícula.
Conocía la sucesión de esta escena pasional, pero el deplorar me impedía cortar un momento tan vivido, actuaba con impavidez olvidando que tenía un miedo oculto interior y profundo, que también podría —Según mis pensares y vislumbres— causar algún daño a mi “Enfermedad”. Como también aborrecía una negación al descubrirse la verdad, pues prácticamente no era una edad de suficiente madurez, por lo tanto debía recolectar una ración por este cambio radical.
-Joe…- me percaté de que mi voz había tomado un tono jadeante.
-¿Qué paso?- dijo ahora besando mis labios y posesionando sus manos en los omoplatos.
-Tengo… que… decirte… algo- pausaba cada palabra cuando lograba pronunciarla a costa de sus besos.
-Dime-
-Es que…- le empujé apartándolo de mí y estacando mi mirada en la suya. -Ponme atención que es algo importante- suspiré acaparando el aire que me fuera posible, el nudo en mi garganta sabía que era inhóspito, pero aún así se aferraba dejando que tremolara y que mis dientes castañetearan.
-Solo dilo, para que podamos…- sonrió pícaro. -Continuar- añadió.
-No estoy en condiciones para eso-
-¿Cómo?- preguntó perplejo.
-Sí… lo que pasa… es que- refunfuñe al no ser capaz de encontrar las palabras.
-¿Qué?- enarcó una ceja.
-Emm… estoy… estoy-
-¿Estás qué…?-
-Emb… brienta… ¡Hambrienta!... Sí eso, tengo hambre, mi apetito regresó-
-¿Embrienta?- remedó. –Te equivocaste ¿Verdad?-
-Aja- asentí con una sonrisa nerviosa.
-¡Wow! Tu estómago es muy inoportuno, mira a en que momento se le ocurre- gruñó. -Pero total, tu salud es más importante, que si no fuera por que no has comido nada en estos días, te obligaría a ayunar, pero vamos- rodó los ojos, me ayudó a ponerme de pie, recogí mi blusa y volví a colocarla en su debido lugar.
Mientras bajábamos las escaleras dijo:
-Y bien… ¿Qué es lo que se te antoja? Haz de estar muy antojada ¿No?-
-¿Eh?- pregunté, las palabras que enlistaban “La enfermedad” me sobresaltaban.
-Sí, ¿Qué es lo que quieres comer después de años que no haz probado bocado?-
-¡Ah! ¿Con que a eso te referías?-
-¡Pues a que más! ¿Qué estoy hablando con otro sentido o qué?-
-¡No!... no… no, solo que hoy estoy un poquito… distraída-
-¿Escondes algo verdad?- me miró con un semblante de juez, como si supiera el caso que me ponía como presunta sospechosa y quisiera que le confirmara su prejuicio…

lunes, 3 de agosto de 2009

••Capitulo 81••

-Sí, es lo que sospecho, hay demasiadas posibilidades de que estés embarazada-
Me llevé una mano a la boca, estupefacta, era algo imprevisto y la probabilidad de que fuera verdad, me caía como un balde de agua fría.
-Así que solo falta confirmarlo- añadió, su voz ronca y monocorde no fue capaz de pinchar mi burbuja en estado de colapso, mi mirada se perdió en el más profundo rincón de la habitación y mis tímpanos cogieron las estridentes vibraciones que daba a mi mente vueltas y vueltas veloces hasta quedar en ralentí con la palabra que conmocionó a mi ser… «Embarazo»

El primer proceso era algo asqueroso: Una prueba de orina. Y el material para llevar a cabo el estudio, era un frasco y la necesidad de la índole del organismo. El segundo podría ser fácil considerando la capacidad de cada humano… La espera. Pero yo era carente de este con el solo hecho de esperar por mucho tiempo sin buenos resultados.
Me senté en una de las sillas de la sala de espera, cruzaba la pierna entretanto mi pie elevado se estremecía en una vaivén nervioso, dentellaba las uñas, mordía mi labio inferior a milésimas de reventarse y chorrear sangre por la fuerza que ejercían mis dientes sobre el, rascaba la nuca, destocaba mi cabello, tarareaba una canción, dibujaba figurillas abstractas en mis muslos con mis cincelados dedos. Todos actos para coartar la desesperación a una respuesta concreta, que llamaron la atención de todas las personas que me rodeaban con seguramente una opinión para mi «Esta loca» o quizás «Le urge ir al baño»
-Señorita Johnson- llamó una enfermera con una tabla entre sus manos.
Me paré de golpe causando la exaltación de todos. -¡Soy yo!-
-Venga conmigo- indicó dándose la vuelta caminando, o mejor dicho danzando, por la forma en que sus pasos daban a pensar que levitaba.
Inmediatamente los cuchicheos de la gente se oyeron. -¡Sí! alégrense, ya me voy- pregoné con sarcasmo a toda la concurrencia de personas, les sonreí amargamente y seguí a la enfermera, quien mi orientó de nuevo hasta la oficina del Doctor, me abrió la puerta y la cerró a mis espaldas. Apreté los ojos y dije: -Bien… ¿Qué paso? ¿Qué dijeron los resultados?- pregunté impaciente.
-No lo sé, compruébalo tú misma-
No comprendí el sentido de sus palabras hasta ver que en su escritorio subyacía un sobre blanco con letras y logotipos correspondientes del hospital. Mis movimientos eran instantáneos, rompí el sobre en menos de diez segundos, por lo tanto mi vista ya revisaba cada letra de papel en el que solo era relevante la palabra «Positivo»
-No puedo… creerlo- farfullé con disnea, por consiguiente experimenté la sensación inicial del vértigo, me sostuve de la orilla del escritorio y me froté la frente, las ideas se me mezclaron y fueron a dar vueltas hasta marearme.
-Niña, por lo visto estas presentando uno de los síntomas más representativos- dijo auxiliándome para posarme en el asiento y evitar mi porrazo al suelo.
-Ser madre es algo que no me pasaba por la cabeza- comenté en un murmullo tirando para atrás de mi cuello en el respaldo de la silla. -Bueno… al menos no a esta edad, cuando solo falta una semana para los diecinueve- rectifiqué.
-La vida nos da grandes sorpresas-
-En eso estoy de acuerdo- coincidí.

Salí del lugar deliberando que todos mis deseos futuristas estaban en urbe, en lo altozano, uno ya estaba en marcha, el que puntualizaba hasta el final. «Lo últimos serán los primeros» ¿Quién pensaría que así ocurriera en verdad?
Me carcomía el recordar la mentira, así que para sentirme mejor conmigo misma me impuse el deber de ir a orar, para dar las gracias, y… pedir por un milagro.
La plazoleta estaba atestada de personas compartiendo energía positiva, los árboles bailaban con el soplar del céfiro, las nubes acolchaban el celeste firmamento, las aves cantoneaban y el sol abrazaba la zona, brindando un clima templado.
Crucé la calle enfrentándome a la construcción, las paredes eran de adobe y llevaban incrustaciones de azulejos coloridos, la cúpula por fuera parecía ser de la misma hechura a las paredes solo que en color amarillo y azul, y se notaba una mayor dedicación, atravesé la puerta de madera y me quedé maravillada por la edificación interior, tonos dorados, carmesíes, almendrados resaltaban, la mayoría de los muebles eran de madera, y ese era el olor principal que despedía como también el aroma de las rosas y el incienso, creo que los percibía mejor gracias a mi «Sensibilidad».
Contemplé las imágenes sagradas, las cuales destilaban un enorme pacífico efluvio. Me hinqué frente a ellas en una de las bancas, flexioné los codos y puse mi frente entre mis manos empuñadas, y cerré los ojos, las palabras fluían con naturalidad y confianza, en el fondo me sentía escuchada, y… comprendida.
-Sé que no he venido desde hace tiempo… y creo que todos mis agradecimientos se han adjuntado, como siempre estoy agradecida por estar aquí en estos momentos, por cruzar mi camino con una persona a la que amo, y de la que ahora surgió un fruto. Es algo nuevo para mí el ponerme en los pies de mi madre, de saber que ahora tendré una responsabilidad a la que me dedicaré, ella fue mí ejemplo a seguir porque me di cuenta que ofrendó su vida por darme lo mejor, por esforzarse con el sudor de su frente para que yo fuera su prioridad, por eso quiero pedirte que me ayudes, quiero encontrarla… se que me mintió, pero sin embargo no tengo nada que reprocharle, solo la deseo a mi lado, sabiendo que esta bien… te lo ruego- me percaté de que mis lágrimas ya rodaban por mis mejillas, mi voz había tomado un matiz quebrado convertido en sollozo…

-¡(tn)! ¡Ya volviste!- expresó Denise al verme entrar por la puerta.
-Sí- sonreí, pero la alegría no llego hasta el brillo de mis ojos.
-No sabes, Joseph ha estado de acá para allá preocupadísimo, de hecho ya iría a buscarte-
-¿Y donde está?-
-¡Oh! Creo que arriba, buscando las llaves del auto… es tan descuidado-
-Lo se, pero… no ha habido… ¿Noticias?-
La sonrisa de Denise se obliteró de la comisura de sus labios, su mano se deslizó por mi brazo. Frunció los labios y negó con la cabeza.
Inspiré. -Subiré a mi habitación- bajé la mirada y subí las escaleras, doblé por el pasillo, me situé encarando a la puerta y giré el picaporte de la puerta, iba a entrar pero la mano de alguien detuvo de mi brazo, me penetró dentro con un empujoncito y cerró la puerta acorralándome contra ella…

sábado, 1 de agosto de 2009

••Capitulo 8O••

El nuevo día embargado comenzaba a dar muestras de desmesurada alegría y era otra de las circunstancias en las que no coincidíamos respecto a emociones, ¿Por qué decía eso? El porque, era que solo a mí me azotaba la oleada de funestas noticias y pregones titubeantes. El primero se centraba en el caso irresuelto de mi madre y la insignificante punzada de esperanza al saber que su cuerpo no había sido hallado perdía vigor a cada minuto al igual que el corazón se rezaga en latidos por el desgaste de la salud o la edad. Lo segundo era un dilema más, agregado a mi enciclopedia perpetua. ¿Por qué el Doctor me pidió que visitara su consultorio…? Tenía notas que me engrandecían el abismo de la duda. Según él: »No era nada grave. Bueno, si no lo era ¿Qué necesidad tendría yo de ir? ¿Padecería de una enfermedad realmente peligrosa de lo que no hubiera querido preocuparme en la casa…? Pero… Entonces, ¿Por qué me obligaría a salir de casa enferma?
Sin más ambages y embrollos me preparé. Antes de partir, ni siquiera me tomé la molestia de desayunar, no quería reproducir esa sensación de hastío tan mordaz. Todos se me quedaron mirando con avidez, pero nadie me acometió contra una pared de absurdos comentarios o interrogatorios… salvo una persona…
-Se puede saber ¿Dónde vas?- recargó su mano en el umbral de puerta, estiró su brazo creando un blasón a mi salida.
Vacilé determinado tiempo decidiendo si mentirle o no. Era mi novio, pero no existía un reglamento que me obligara a tenerle un inventario de mis salidas, muecas, acciones, sentimientos, caminatas, horas de siesta, nada.
-Saldré a dar una vuelta, necesito despejarme, además quiero ir a la Iglesia a rezar un poco, tal vez hoy Dios escuche mis suplicas- excusé, me mordí la lengua, era una mentira, un muy vil mentira lo que proferí, «El paseo» era una de la que podría dar el panzazo por una «mentirilla piadosa» pero «La Iglesia» era excluida y mandada a la lista negra.
-Puedo acompañarte- se ofreció.
-No. No… prefiero que te quedes aquí y esperes noticias-
-Pero los demás pue…- cesé su parloteo con un beso en los labios, su mandíbula se destensó y reaccionó envolviendo mi cintura entre sus fornidos brazos.
-Adiós…- susurré en sus labios y me libré de su cerco y caminé grácil y elegantemente —De la manera en que nunca pensé, lograría hacerlo— dejándolo boquiabierto.

Tomé un taxi, le enseñé la tarjeta con la dirección y en cuestión de minutos ya me encontraba cruzando las puertas de un refinado hospital…

-Hola… veo que te decidiste por venir- sonrió beatífico, estaba sentado en uno de esos sillones giratorios, acojinados.
-Sí, ayer me dejó con la curiosidad de saber que padezco- con su mano hizo un ademán y para que tomara asiento en una silla frente a su escritorio de roble barnizado.
-Bueno, primero te haré unas preguntas y después pasaremos a la siguiente fase para comprobar que estoy en lo correcto- entrelazó sus dedos formando un puño con ambas manos y se encorvó con los codos sobre el borde del escritorio. –Veamos, ayer me dijiste que habías sufrido de cansancio, duermes más de lo normal, tuviste asco a tu alimento, tenías la temperatura corporal más alta, y que te dolía la espalda ¿No es así?...-
Asentí anonadada por la excelente memoria del hombre al llevar la retahíla de síntomas en el perfecto orden en el que había mencionado en menos de veinticuatro horas.
-Correcto…- Frunció ensimismado los labios, y volvió su mirada a mí. -¿Haz tenido… sensibilidad por los olores?-
Lo caté confusa. -¿Cómo?-
-Sí, por ejemplo… hubo un aroma al que disfrutaste profundamente y ahora te parece cáustico- explicó, hice remembranza y sí encontré algo.
-Sí, la loción de mi novio, le pregunté si había abusado de la botellita de líquido, pero me aseguró que no, pero yo seguía pensando que exageró-
-Y… ¿Qué tal va tu periodo?-
-¿Mi periodo?- repetí. –Eso es algo a lo que no le he tomado mucha importancia en estos días por asuntos personales… pero si me presta un calendario le diré con más precisión- el Doctor buscó entre sus cajones un papel, me lo pasó y efectivamente era un calendario, conté con atención pasando mi dedo por cada uno de los diminutos números desde la última vez… hasta la actual fecha y…
Froté mi sien. -Según mis cálculos esta retrasado por… una semana- sacudí la cabeza. -Pero… que yo sepa no hay enfermedades que traten sobre la ausencia de la naturalidad de una mujer, a menos que…-
El Doctor cabeceó ligeramente como si me diera la respuesta sobre un conocimiento incógnito del que ahora diera en el blanco de acuerdo a la teoría…

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